Una segunda verdad no negociable que forma parte del esqueleto de la iglesia es la autoridad absoluta de las Escrituras. La Biblia está constantemente bajo ataque, incluso desde dentro de la propia iglesia. Leí recientemente un artículo escrito por un profesor de seminario que argumentaba que los cristianos no debieran ver el comportamiento homosexual como pecaminoso. Si una persona defiende ese punto de vista, es que está ignorando la Biblia. ¡Qué inconsecuente es que un profesor de seminario niegue la Biblia cuando está entrenando a hombres para que ministren la Palabra de Dios! Pero eso es los que está ocurriendo hoy. La Biblia está siendo atacada directamente.
Creo que los carismáticos atacan la Biblia cuando le añaden sus visiones y revelaciones. Es a menudo un ataque sutil y no intencional, pero es un ataque como otro cualquiera. Ellos dicen que Jesús les dijo esto y que Dios les dijo lo otro. Están socavando la Biblia cuando no la reconocen como la única autoridad. Los que creen que Dios habla regularmente a los cristianos individuales con mensajes especiales le quitan importancia a su Palabra. Dios se revela a sí mismo primariamente por medio de las páginas de las Escrituras, y esa revelación escrita debe ser considerada como la autoridad absoluta.
Uno de los peores asaltos a la Palabra de Dios viene de parte de personas que dicen que creen en la Biblia, pero no saben lo que enseña. Ese es el más sutil de los ataques. Muchos dicen que creen en la Biblia de tapa a tapa, pero no conocen ni un solo párrafo de ella. ¿Cómo pueden decir que creen en lo que no conocen?
Cristo Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Si somos alimentados con cada palabra que sale de la boca de Dios, debemos entonces estudiar cada palabra. Los predicadores de hoy se han olvidado por completo de esto.
Un pastor me dijo una vez:
--Yo pastoreo una iglesia solo durante dos años y entonces me marcho.
--¿Ha estado usted haciendo esto por mucho tiempo?—le pregunté.
--Sí, paso dos años aquí, otros dos años allá y otros dos en otra parte.
--¿Por qué? –le pregunté.
--Porque tengo solo cincuenta y dos sermones. Predicó cada uno de ellos dos veces y luego me marcho.
--¿Por qué no enseña usted todo el consejo de Dios (Hch. 20:27)? –le pregunté.
A lo que me respondió:
--No les enseño todo, solo las partes que considero son importantes para ellos.
¡Pero toda palabra que sale de la boca de Dios es importante!