Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
--Isaías 53:4-6
En la cruz Jesús no estaba sufriendo por sus propios pecados. Él fue afligido por nuestro pecado. Fue abatido por nuestras transgresiones. Fue herido por nuestras rebeliones. Molido por nuestros pecados. El profeta Isaías puso eso en claro siglos antes de que Jesús muriera.
¿Quién mató a Jesús? La gente sigue debatiendo si fueron más culpables los judíos o los romanos. Otros dicen que todos somos culpables, ya que Él murió por nuestros pecados. Pero Isaías dice algo estremecedor: que Jesucristo fue azotado, herido y abatido por Dios. Fue Dios quien puso todos nuestros pecados sobre Jesucristo.
¿Por qué Dios? Porque Dios es el juez del mundo entero. Solo Él tiene la sabiduría para determinar el castigo apropiado para nuestro pecado y Dios dio ese castigo a su Hijo. Eso no quiere decir que Dios sea un Padre cruel y sádico; significa que es un Padre compasivo y misericordioso que hizo todo lo que pudo por perdonarnos nuestro pecado. Ningún sacrificio habría sido suficiente para el pecado del mundo entero. Ningún sacrificio habría sido moralmente perfecto, un Cordero sin mancha. Para Dios llevar a cabo su justo juicio sobre nuestro pecado y también perdonarnos, se hizo un perfecto sacrificio humano. El Padre envío a su único Hijo para que muriera en nuestro lugar.
La única manera de tener paz con Dios era que Jesucristo fuera castigado por Dios aunque era inocente. Por sus azotes, esas heridas provocadas por la flagelación, somos sanados espiritualmente. Gracias a que Él sufrió, somos justificados ante Dios. Isaías dice que todos necesitábamos ser justificados ante Dios. Todos éramos como ovejas errabundas que se habían descarriado. Todos habíamos seguido nuestra propia senda de pecado pero el Señor tomó toda nuestra iniquidad y la puso sobre Jesucristo. Esa es la asombrosa realidad de lo que Jesucristo, el Hijo e Dios, hizo como sustituto por los pecadores. El inmaculado se ofreció a sí mismo por los pecadores. Todos hemos pecado pero para cada uno de nosotros que confía en Jesucristo ya ha sido pagado ese pecado.
Cuando ponemos la confianza en Cristo, su muerte se aplica a nosotros. Nuestros pecados son cubiertos para siempre y recibimos su justicia como un regalo. Esa gran verdad hace que nos regocijemos plenamente, y a que lo que Dios hizo en la cruz nos salva de la condenación eterna y nos da eterna paz con Dios.