Hoy en día muchos autodenominados evangélicos están cuestionando abiertamente si la verdad es algo que existe. Otros suponen que aun si la verdad existe, no podemos estar seguros de cuál es, por lo tanto no debe ser tan importante. Este tipo de pensamiento es epidémico, inclusive entre algunos de los autores y predicadores más populares de los movimientos evangélicos.
Algunos claramente rehúsan defender cualquier tema porque han decidido que la Escritura no es realmente lo suficientemente clara para poder argumentar.
Excepto por la escala masiva de popularidad que tal pensamiento ha alcanzado hoy en día, y la forma en la que se está infiltrando en la iglesia, tales ideas no son realmente nada nuevas o particularmente sorprendentes. Es exactamente la misma actitud con la que Pilato sumariamente despidió a Cristo: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38)
Algunos evangélicos de vanguardia actúan como si la desaparición de la certeza fuera un nuevo desarrollo intelectual dramático, en vez de verlo por lo que verdaderamente es: un eco de la incredulidad de siempre.
Es la incredulidad envuelta en un disfraz religioso y en búsqueda de la legitimidad como si fuera solamente una clase de fe más humilde. Pero eso de ninguna manera es fe. En realidad, la negación contemporánea de considerar cualquier verdad como segura y cierta es la peor clase de infidelidad.
La responsabilidad de la iglesia siempre ha sido confrontar tal escepticismo y responder a ello proclamando claramente la verdad que Dios ha revelado en Su Palabra. Se nos ha dado un mensaje claro con el fin de confrontar la incredulidad del mundo. A eso hemos sido llamados, mandados, y encargados de hacer (1 Corintios 1:17-31). La fidelidad a Cristo lo demanda. El honor de Dios lo requiere. No podemos permanecer sentados sin hacer nada mientras que actitudes mundanas, revisionistas y escépticas de la verdad se infiltran en la iglesia.
No debemos aceptar tal confusión en el nombre de la caridad, compañerismo o unidad. Debemos estar firmes y pelear por la verdad – y estar preparados a morir por ella – tal como los cristianos fieles siempre lo han hecho.
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