Desde su aparición en Antioquía, el término cristiano se ha convertido en el sello predominante de aquellos que sieguen a Jesús. Es una designación apropiada, pues se enfoca justamente en el protagonista principal de nuestra fe: Jesucristo. A pesar de eso irónicamente, la palabra misma solo aparece, tres veces en el Nuevo Testamento; dos el libro de los Hechos, y una en 1 Pedro 4:16.
En adición al nombre cristiano, la Biblia utiliza una serie de otros términos para identificar a los seguidores de Jesús. La Escritura nos describe como forasteros y extranjeros de Dios, ciudadanos del cielo y luces para el mundo. Nosotros somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, miembros de su cuerpo, ovejas de su rebaño, embajadores en su servicio y amigos alrededor de su mesa. Se nos llama a competir como atletas, a luchar como soldados, a permanecer como ramas en una vid y hasta a desear Su palabra como los niños recién nacidos. Todas estas descripciones, cada una en su forma, propia y única, nos ayudan entender lo que significa ser cristiano.
No obstante, la Biblia utiliza una metáfora con más frecuencia que cualquiera de estas. Es una descripción verbal vívida que quizás usted no espera pero es absolutamente crucial para entender lo que significa seguir a Jesús.
Es la imagen de un esclavo.
Una y otra vez a través de las páginas de la Escritura se hace referencia a los creyentes como esclavos de Dios y esclavos de Cristo. De hecho, considerando que el mundo exterior los llamó “cristianos”, los primeros creyentes reiteradamente se referían a sí mismos en el Nuevo Testamento como los esclavos del Señor. Para ellos ambas ideas eran sinónimas. Ser cristiano era ser esclavo de Cristo.
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