Dios se hizo hombre. Esa verdad fundamental del Evangelio es representada en cada escena del pesebre que usted verá esta Navidad. Aunque la Encarnación es culturalmente familiar, es totalmente extraña para los incrédulos.
Tristemente, una actitud de incredulidad de corazón sobre la identidad de Jesús, ha caracterizado a la mayoría de los hombres y las mujeres. Los judíos que se opusieron a Cristo han ilustrado vívidamente esa actitud en más de una ocasión (Juan 5:18; 7:28-30; 10:30-39). Pero esa hostilidad y falta de fe no deben desalentarnos o disuadirnos para aceptar y defender la verdad del nacimiento virginal de Cristo. El apóstol Pablo nos recuerda, "¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso"(Romanos 3:3–4; 10:16; Isaías 53:1). La opinión general, por más popular que sea, rara vez es una fuente confiable de la verdad.
Por lo tanto -sin duda- es el Espíritu Santo quien actuó con un importante propósito dedicando uno de los primeros pasajes del Evangelio de San Mateo, al comienzo del Nuevo Testamento, para establecer inmediatamente la humanidad y deidad de nuestro Señor. Su Encarnación, correctamente entendida, es fundamental para el cristianismo. No podría haber habido ningún trabajo genuino de redención, fuera del hecho que Dios se convirtió en hombre; y por tanto, siendo completamente Dios y completamente hombre, concilió a las personas con Él a través de Su muerte sustitutiva y Su resurrección física. Si Jesús no hubiera sido humano y divino, no habría Evangelio.
Muchos comentaristas escépticos del Nuevo Testamento, reconocerán que Mateo y otros autores de las Escrituras, creían sinceramente y enseñaban que el Espíritu Santo concibió a Jesús sin ayuda de un padre humano. Sin embargo, esos intérpretes restan la validez de las afirmaciones elocuentes de las Escrituras; afirmando inmediatamente que sus escritores eran ingenuos, sin educación y susceptibles a los mitos y supersticiones de la antigüedad. Según los críticos, los escritores del Evangelio simplemente adaptaron a la historia del nacimiento de Jesús algunas de las populares leyendas del nacimiento virginal.
Pero nada podría estar más lejos de la verdad. La crónica de Mateo, por ejemplo, describe la historia, pero esa historia sólo la podía saber y registrar porque Dios la reveló; y lo hizo por intervención milagrosa. Las palabras de Mateo, son muy superiores a la naturaleza inmoral y repugnante de las historias seculares en las que él y los otros escritores supuestamente se inspiraron. Aquí está su narrativa clara y sencilla de la Encarnación:
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS” (Mateo 1:18–25).
Mateo afirma el linaje divino de Jesús en ese pasaje, y revela cinco aspectos de Su nacimiento virginal: su primer anuncio, la respuesta de José, la aclaración del Ángel de la misma, su relación con la profecía y su actual acaecimiento. Analizaremos esos cinco aspectos uno a la vez, comenzando con el anuncio en la siguiente publicación.
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