El relato de Mateo nos proporciona hasta el momento dos hechos indiscutibles. Uno, que María está embarazada; y dos, que José no es el padre del niño. Un tercer hecho crucial se manifiesta a través de una revelación angelical. El niño en el vientre de María fue concebido por el Espíritu Santo. Eso significa que María aún es virgen.
Pero, ¿cuál era la importancia del embarazo de María a pesar de que ella no había tenido relaciones con José o cualquier otro hombre? José probablemente hubiera pasado mucho tiempo tratando de contestar esa pregunta. Pero un mensajero divino le aclaró inmediatamente su declaración con estas palabras: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
El Ángel le dice a José que María tendría a un hijo. Y no cualquier hijo, sino Jesús, quien "salvará a Su pueblo de sus pecados." Dios eligió el nombre Jesús para Su Hijo porque su significado definía el propósito fundamental y primordial de Su venida a la tierra. Jesús es la forma griega del hebreo Josué, Jesúa que significa "Jehová salvará." El bebé que María había concebido por el poder del Espíritu Santo y que daría a luz de acuerdo al plan de Dios, crecería para dar testimonio de la Salvación del Padre y Él mismo sería esa salvación. Por Su propia muerte sacrificial en la Cruz y Su triunfante resurrección de la tumba, Él salvaría a los Suyos: a todos aquellos que se apartan del pecado y se arrepienten; y que reciben fe para comprender Su obra expiatoria.
Esta es la importancia del nacimiento virginal: puesto que Jesús fue concebido por medio del Espíritu Santo, Dios era Su Padre; Su linaje era Santo. Es por eso que Jesús fue capaz de salvar a Su pueblo de sus pecados. Esa es la buena nueva de la Navidad. ¡Regocíjese!
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