Este artículo ha sido adaptado de la Publicación de primavera 2006 de The Master's Seminary Journal.
La claridad y la precisión en la comunicación de la verdad divina son más importantes para los comunicadores cristianos que para cualquier otra persona. La disponibilidad de medios masivos de comunicación contribuye al trabajo del predicador en estos días debido a que puede alcanzar grandes audiencias, las cuales no eran de esa magnitud en épocas pasadas. Sin embargo, las oportunidades de los medios de comunicación pueden ser abusadas, como lo han sido en muchos casos. La televisión, por ejemplo, ayudó a marcar el comienzo de la "época de la exposición" e introdujo la época de las “frases”, cuando la imagen llegó a ser más importante que el contenido en el mensaje que se comunica. Como un medio de entretenimiento, la televisión ha disminuido el apetito de una reflexión seria, aumentando las expectativas por lo trivial y breve. Esto es especialmente cierto con los sermones difundidos mediante medios masivos de comunicación. Las publicaciones cristianas han seguido la misma dirección que la atención de las personas, al apelar a las “necesidades percibidas” de la gente y darle lo que quiere, en lugar de las verdades doctrinales de la Biblia. Eso es precisamente aquello de lo que Pablo advirtió a Timoteo y que Jeremías se rehusó a hacer. Como embajadores de Cristo, los comunicadores cristianos deben hacer que hacer el mensaje, no el medio, sea el corazón de lo que dan a sus oyentes, televidentes y lectores.
La importancia de la comunicación clara
A ningún predicador le gusta la sensación de sentirse con la lengua atada, sobre todo cuando ocurre en el púlpito. Esos momentos incómodos cuando su cerebro se queda atascado en neutral y su boca continua diciendo cosas son la pesadilla de todo predicador. Puede ser especialmente peligroso cuando todo lo que dice es grabado.
Hace unos años atrás, algunas de las personas que trabajan en la producción de nuestro programa de radio, prepararon una colección grabada de todos mis errores verbales a lo largo de los años. Recolectaron unos quince años de errores editados; y los unieron para terminar con un sermón entero de tonterías. Fue doloroso escucharlo.
Siento nada más que compasión extrema por el reverendo William Archibald Spooner, quien sufrió una discapacidad que ningún predicador merece. Spooner era un hombre brillante que fue decano del New College, Oxford, a comienzos del siglo XX. Hoy se le recuerda principalmente por elevar los lapsus linguae a un forma de arte. Fue particularmente propenso a cometer una variedad de equivocaciones verbales que recibe su nombre -el “espunerismo”. Un espunerismo (trastrueque) traspone las sílabas o sonidos de dos o más palabras.
En el pasado, la elocuencia de Spooner era insuperable. Es fácil ver cómo esta tendencia podría afectar negativamente a un ministerio de predicación. Ocasionalmente, la tendencia de Spooner a transponer sonidos le causó decir lo contrario de lo que pretendía. Cuando uno piensa que el ministerio de Spooner era sobre todo entre estudiantes, se ve obligado a darle un reconocimiento por su fortaleza.
Ningún comunicador quiere destrozar el mensaje. Sin embargo, para los comunicadores cristianos, la necesidad de obtener el mensaje correcto es elevada a la altura de un deber sagrado. Tal vez uno pueda sonreír y perdonar una aflicción como la de William Spooner, pero ciertamente no puede tolerar ninguna distorsión de la verdad divina que es el resultado del pensamiento descuidado, la pereza, el descuido, la apatía o la indiferencia. Más deplorable aún es la tendencia a eludir elementos de verdad o diluir el mensaje por un deseo de complacer a la gente, por amor a la alabanza mundana o también por falta de valentía santa.
Nuevas oportunidades en los medios de comunicación
La responsabilidad de comunicar la verdad del Evangelio con claridad y precisión pesa más en nuestra generación que en las anteriores ya que nuestras posibilidades son mucho mayores. Lucas 12:48 dice: "A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará."
Ninguna generación pasada ha sido tan bendecida con medios de comunicación masiva como la nuestra. Hace cien años atrás, "la comunicación cristiana" consistía casi totalmente en predicar sermones y escribir libros. La única forma de comunicación masiva era la prensa. Hombres como Charles Spurgeon nunca se hubieran imaginado que existirían medios para transmitir sonidos e imágenes en vivo vía satélite a todas las naciones del mundo. Para fines del siglo diecinueve, Spurgeon fue el predicador más escuchado en la historia. Él predicó a multitudes enormes en su iglesia. Según algunas estimaciones, cuatro millones de personas le oyeron predicar durante toda una vida excepcional de ministerio.
Pero hoy en día, a través de la radio, Chuck Swindoll predica a más personas que eso en una semana típica normal. J. Vernon McGee ("quien aún muerto, habla") ha estado en la radio diariamente a nivel mundial durante décadas. Si se cuentan los sermones que son traducidos y predicados en otros idiomas, McGee, sin duda, ha predicado a más personas que cualquier otra persona en la historia -y lo sigue haciendo desde la tumba.
Al personal que produce nuestras grabaciones y emisiones de radio le agrada recordarme que el sol nunca se pone en nuestro ministerio. En cualquier momento dado del día o de la noche, en todo el mundo y durante todo el día, alguien está escuchando en algún lugar un sermón que prediqué desde el púlpito de nuestra iglesia. No puedo decirles lo mucho que me pesa esa responsabilidad. Constantemente, soy consciente de la responsabilidad de que el mensaje sea el correcto, de hablarlo claramente y de proclamarlo con autoridad y convicción.
Se están abriendo nuevos horizontes en las comunicaciones de manera constante. Las generaciones futuras podrán descargar de un banco de datos central imágenes de vídeo y sonidos de los predicadores de hoy. Si estudiantes de la Biblia del mañana quieren saber lo que dijo James Boice acerca de Romanos 7, no tendrán que obtener sus comentarios y consultarlos. Si lo prefieren, podrán conectarse a través de la red de comunicación digital y escuchar o ver el sermón original, tal como él lo predicó desde el púlpito.
La tecnología satelital, el sonido digital, la alta resolución, la televisión de gran pantalla ya están disponibles. Otros avances de alta tecnología sugieren que un centenar de años a partir de ahora, las comunicaciones habrán avanzado por lo menos tan lejos de la tecnología actual como nuestro mundo ha avanzado desde la época de Spurgeon. Si el Señor retrasa Su regreso, nuestros tataranietos quizás tengan acceso a formas de comunicación que hoy ni siquiera podemos imaginar.
Oportunidades desaprovechadas
Esta es una época muy emocionante en la cual vivir y ministrar. Pero recuerde Lucas 12:48: "A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará." Somos administradores que tendremos que dar cuentas por las oportunidades con las que el Señor nos ha bendecido. Y si somos honestos, creo que tendríamos que confesar que en la mayoría de los casos, la iglesia simplemente ha desaprovechado las ricas oportunidades que la tecnología de la comunicación moderna ha dado. Nuestra generación, con mejores medios que nunca para alcanzar al mundo con el Evangelio, está en realidad perdiendo terreno espiritualmente. La influencia de la iglesia está en realidad disminuyendo. Nuestro mensaje se está confundiendo -y es confuso. No estamos hablando la verdad con claridad para que el mundo escuche el mensaje.
Parte del problema es que la iglesia no ha visto los peligros inherentes en las comunicaciones modernas. La nueva tecnología ha traído mucho más que nuevas oportunidades, también ha traído consigo un nuevo conjunto de desafíos para aquellos cuya finalidad es proclamar y enseñar la verdad de Dios. La mayoría de los nuevos medios de comunicación son más adecuados para el entretenimiento.
Hace algunos años atrás, Neil Postman escribió un libro importante titulado Divirtiéndonos hasta morir. (1) Todo comunicador cristiano debería estar familiarizado con este libro. Postman no es cristiano. Es profesor de comunicaciones en la Universidad de Nueva York. Escribe desde una perspectiva académica secular. Su libro es un análisis de cómo la tecnología moderna de comunicación -y la televisión en particular- han alterado radicalmente nuestra cultura.
Postman señala que antes de la televisión, los medios impresos eran la manera en la que la información era diseminada a la sociedad. La gente tenía que ser culta -no sólo saber leer y escribir, sino ser capaz de pensar de manera lógica, capaz de digerir información de manera coherente, capaz de usar su mente en todo tipo de procesos racionales. El contenido de cualquier forma de comunicación tenía prioridad sobre la forma. Los comunicadores estaban principalmente preocupados con la sustancia, no el estilo. El mensaje tenía que tener contenido cognitivo.
Postman se refiere a la época anterior al siglo XX como "la era de la exposición." El discurso humano en el período de la exposición fue significativamente diferente. Los debates entre Lincoln y Douglas, por ejemplo, se llevaron a cabo en las comunidades rurales, al aire libre, a menudo bajo un calor sofocante, sin el beneficio de los sistemas de megafonía. Sin embargo, miles de personas permanecían de pie y escuchaban durante horas, siguiendo cuidadosamente la lógica de los que debatían, escuchando atentamente el diálogo profundo, pendientes de cada palabra pronunciada por dos oradores elocuentes.
Por el contrario, los políticos de hoy en día compiten por "frases". La imagen es más importante que la sustancia. Estados Unidos ahora selecciona a los candidatos presidenciales de la manera que Hollywood selecciona actores, mediante audiciones. De hecho, antes de Bill Clinton, el único presidente en cuarenta años que cumplió dos mandatos fue un actor (Ronald Reagan).
Un cambio importante se produjo, según Postman, "Hacia el final del siglo XIX… La época de la exposición comenzó a desaparecer; y los primeros signos de su reemplazo podían ser distinguidos. Su reemplazo sería la época del mundo del espectáculo".
Un mensaje modificado por los medios
El medio que más ha contribuido para definir la época del mundo del espectáculo ha sido la televisión. Tendemos a pensar que la televisión es una herramienta significativa en la extensión del conocimiento. A través del ojo de la cámara de televisión, podemos ser testigos de los acontecimientos en el otro lado del mundo -o incluso en la Luna-, a medida que están sucediendo. Vemos y oímos cosas que nuestros antepasados nunca podrían haber imaginado. Ciertamente deberíamos ser la generación mejor informada y con mayor conocimiento en la historia.
Pero el efecto de la televisión ha sido precisamente el opuesto. La televisión no nos ha hecho más cultos que nuestros ancestros. En cambio, ha inundado nuestras mentes con información irrelevante y sin sentido. Somos expertos en las trivialidades de la cultura pop, pero ignoramos las cuestiones serias. Tal como ilustra la publicidad sobre el juicio por asesinato de O.J. Simpson en 1995. Durante la audiencia preliminar de Simpson, se estaba desarrollando una grave crisis sobre armas nucleares en Corea. El gobierno de Haití fue derrocado por un golpe de Estado y una nación entera cayó en el caos. Yasser Arafat regresó a la Franja de Gaza legalmente por primera vez en décadas, marcando uno de los acontecimientos políticos modernos más significativos de Medio Oriente. El primer ministro de Nepal renunció a su cargo. Todas esas cosas de importancia estaban sucediendo en el mundo, sin embargo, a pesar de su escala, los noticieros locales de televisión dedicaron el 93 por ciento de su cobertura a la audiencia de Simpson.
La televisión es un medio de entretenimiento. Estar expuesto a tanta televisión ha alimentado el apetito de la gente por el entretenimiento y ha bajado su tolerancia hacia el pensamiento serio. Ahora, incluso los medios impresos están siguiendo el ejemplo de la televisión; y dan forma a su contenido para que sean más entretenidos que informativos. En Inglaterra, los periódicos sensacionalistas han desplazado a los periódicos serios. El periódico USA Today se fundó para lograr un propósito similar. Fue diseñado y formateado deliberadamente para alcanzar a la generación de la televisión. Las historias son intencionadamente cortas. Sólo los principales artículos de primera plana continúan en otra página. Es un periódico con toda información fragmentada, con formato para una generación cuyas mentes han sido moldeadas por la televisión. Y ha tenido un éxito comercial tremendo.
La publicación de libros tiene la misma tendencia. Mire la lista de los libros de mayor venta del New York Times. Siete de los más vendidos son colecciones de caricaturas. Los libros más vendidos en el género de no ficción incluyen algunos ensayos fotográficos y obras de Dave Barry, Rush Limbaugh y Howard Stern. Sólo tres de los libros en la lista de no ficción tienen algún contenido sustancial que no es humorístico. ¿Qué dice esto de nuestra sociedad?
La televisión no sólo ha reducido la tolerancia para el pensamiento serio, sino que también ha entumecido las mentes a la realidad. A medida que el drama de OJ Simpson se estaba desarrollando, una cadena de televisión siguió la escena de persecución en la autopista por helicóptero, pero mantuvo una pequeña ventana en la parte inferior de la pantalla donde se mostraba los juegos finales de la liga nacional de basquetbol. Las dos escenas eran totalmente incongruentes.
Pero incluso al margen de la historia de O.J. Simpson, las noticias de la red son surrealistas. El noticiero de la noche es un espectáculo en donde presentadores apacibles leen imperturbablemente breves informes sobre guerras, asesinatos, crímenes y desastres naturales. La publicidad que trivializa las historias y las aíslan de cualquier contexto puntualizan estas historias. Neil Postman relata una emisión de noticias en la que un general de Infantería de Marina manifestó que la guerra nuclear global es inevitable. El siguiente segmento fue un comercial de Burger King.
No se espera que respondamos de manera racional. Según las palabras de Postman, "Los espectadores no serán atrapados contaminando sus respuestas con un sentido de la realidad, tanto más que una audiencia en una obra de teatro iría corriendo a llamar a casa porque un personaje en el escenario ha dicho que un asesino anda suelto por el barrio.”(2)
La televisión no puede exigir una respuesta sensata. Las personas sintonizan para entretenerse, no para ser desafiadas a pensar. Si un programa requiere la contemplación o exige demasiado uso del intelecto, nadie lo mira.
La televisión también ha rebajado la capacidad de concentración. Después de quince minutos, hay una pausa para comerciales. En cada cadena de televisión, los programas requieren una participación intelectual mínima. La mayoría de los dramas de televisión están diseñados para una capacidad intelectual de un niño promedio de siete años de edad. El punto no es desafiar a los espectadores, sino entretenerlos. Neil Postman dice que nos estamos distrayendo hasta morir. Sugiere que nuestra fascinación por la televisión ha socavado el esfuerzo intelectual y espiritual de nuestra cultura.
De hecho, su mensaje más incisivo se encuentra en un capítulo acerca de la religión moderna. Postman es judío, pero escribe con una capacidad de análisis penetrante acerca de la disminución de la predicación en la iglesia cristiana. Contrasta los ministerios de Jonathan Edwards y George Whitefield con la predicación en nuestros días. Esos hombres confiaban en la profundidad de contenido, la intensidad, la lógica y el conocimiento de las Escrituras. En comparación, la predicación de hoy es superficial, con énfasis en el estilo y la emoción. La definición moderna de una "buena" predicación es que debe ser, sobre todo, breve y entretenida. Mucho de lo que actualmente se presenta en estos días como predicación no es más que entretenimiento -carente de cualquier exhortación, corrección, reprensión o instrucción (cf. 2 Tim. 3:16, 4:2).
El epítome de la predicación moderna es el evangelista hábil que exagera todas las emociones, lleva un micrófono mientras camina sobre el escenario como si fuera el dueño de todo e incita a la audiencia mediante aplausos, pisotones y gritos, para llevarla a un estado de descontrol emocional. El mensaje no tiene contenido, pero ¿a quién le importa siempre y cuando la respuesta sea entusiasta?
No son sólo los televangelistas que entran en esta categoría. Algunas de las iglesias evangélicas más conservadoras han permitido que el entretenimiento reemplace a la predicación clara de la verdad. Cuando se puede encontrar predicación, a menudo está desprovista de doctrina, llena de anécdotas ingeniosas, frases interesantes y fáciles de recordar y ocurrencias astutas. La predicación bíblica con contenido real está en un grave estado de deterioro.
La comunicación de acuerdo a necesidades percibidas
Las editoriales cristianas han seguido las tendencias. Una cierta editorial ha estado publicando desde hace casi cien años literatura cristiana muy sólida. Pero no hace mucho tiempo, cerró por completo su división de libros de texto y anunció que su nuevo enfoque estaría en la publicación de libros que pudieran ingresar fácilmente al mercado secular. Estaban buscando libros de autoayuda, de humor y otro material trivial, con un mínimo de referencias bíblicas.
Eso es ir en la dirección equivocada. Nosotros, los que tenemos acceso a la verdad divinamente inspirada de la Palabra de Dios, deberíamos estar enfrentando la apatía y la insensatez de una sociedad que es adicta al entretenimiento e ignorante de la verdad. Deberíamos estar proclamando la verdad a los cuatro vientos, no adaptando nuestro mensaje a las distracciones superficiales e insípidas que han dejado a nuestra sociedad moral e intelectualmente en bancarrota.
Viviendo en una época que ha abandonado la búsqueda de la verdad, la Iglesia no puede permitirse el lujo de vacilar. Ministramos a personas en necesidad desesperada de una palabra del Señor y no podemos suavizar nuestro mensaje o atenuar el Evangelio. Si nos hacemos amigos del mundo, nos hacemos enemigos de Dios. Si confiamos en estrategias mundanas, hacemos a un lado automáticamente al poder del Espíritu Santo.
Estoy muy preocupado por la fascinación de la iglesia moderna con la metodología de comercialización. Escribí un libro, Avergonzados del Evangelio, (3) en el que analizo y critico la tendencia de la iglesia moderna a depender de la publicidad. Muchos están tratando de vender el Evangelio como un producto, en lugar de entender que el mismo Evangelio es el poder de Dios para cambiar los corazones y las mentes de la gente.
Mi reto para los pastores y para los escritores es el mismo. La tarea de todo comunicador cristiano es la misma. No es sólo entretener. No es simplemente divertir. No se trata sólo de vender un producto. Sin duda, no es incrementar los índices de aprobación de la audiencia. La tarea consiste en comunicar la verdad de Dios con tanta claridad, eficacia y precisión como sea posible.
A menudo, esto es incompatible con los objetivos de marketing. ¿Por qué? ¿Alguna vez ha notado cómo muchos anuncios de televisión no dicen nada sobre los productos que anuncian? El típico comercial de pantalones vaqueros muestra un drama doloroso acerca de los problemas de la adolescencia, pero no menciona a los pantalones. Un anuncio de perfume es un collage de imágenes sensuales sin referencia al producto. Los anuncios de cerveza contienen algunos de los materiales más divertidos en la televisión, pero dicen muy poco acerca de la cerveza.
Se supone que esos anuncios inducen a la audiencia a un estado emocional, para entretener, para apelar a las emociones—no para darle información. Existe un paralelismo obvio entre estos anuncios y algunas de las tendencias en las comunicaciones cristianas. Al igual que los comerciales, muchos comunicadores cristianos, sean predicadores o autores, tienen como objetivo inducir un estado de ánimo, provocar una respuesta emocional, entretener -pero no necesariamente comunicar algo de sustancia.
Otros, utilizando las mejores técnicas de mercadotecnia moderna, presentan deliberadamente el mensaje de tal manera que apela al deseo de la gente de ser feliz, próspera y a su autosatisfacción. La meta es darle a la gente lo que quiere. Los promotores de una filosofía de comunicación impulsada por el mercado son bastante sinceros acerca de esto. La satisfacción del consumidor es el objetivo declarado de la nueva filosofía. Una clave en el ministerio dirigido por el mercado dice: "De esto se trata la comercialización [del mensaje cristiano]: proveer nuestro producto… como una solución a las necesidades que sienten las personas".
"Las necesidades percibidas" determinan por lo tanto el rumbo para el plan de marketing del comunicador moderno. La idea es un principio básico de marketing: usted satisface un deseo existente en lugar de tratar de persuadir a la gente a que compre algo que no quiere. Estas tendencias simplemente satisfacen a una sociedad criada por la televisión. Siguen lo que está de moda, pero revelan poco interés por lo que es verdadero. Ellos apelan a las peores tendencias de la sociedad moderna. Buscan agradar a personas cuyo primer amor son ellos mismos. Ofrecen a la gente un Dios sin una interrupción en sus estilos de vida egoístas.
Comunicación bíblica
Y si los resultados son lo que usted desea, ésta es una manera segura de conseguirlos. Prometa a las personas una religión que les permita sentirse cómodos en su materialismo y amor propio, y ellos responderán a raudales. Pero esa no es la comunicación cristiana eficaz. De hecho, es precisamente algo que Pablo advirtió a Timoteo que evitara.
Pablo ordenó a Timoteo: "Predica la palabra, insta a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tim 4:2). El apóstol incluyó esta advertencia profética: "Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (4:3-4).
Es evidente que la filosofía de ministerio de Pablo no tenía lugar para la teoría del “dar a la gente lo que ellos quieren” del marketing moderno. Él no instó a Timoteo a que hiciera una encuesta para averiguar lo que su congregación quería. No sugirió que estudiara los datos demográficos o realizara investigaciones sobre las "necesidades que sentía" su gente. Él le ordenó predicar la Palabra -fielmente, reprendiendo con paciencia - y que confrontara el espíritu de la época frontalmente.
Note que Pablo no dijo nada a Timoteo acerca de cómo las personas podían responder. El no disertó a Timoteo acerca de cuán grande su iglesia era, qué cantidad de dinero recaudaba o cuán influyente era. No dijo que el mundo debería venerar, estimar o incluso aceptar a Timoteo. De hecho, Pablo no dijo nada en absoluto sobre el éxito externo. El énfasis de Pablo estaba en la fidelidad, no el éxito.
En marcado contraste, los expertos en marketing moderno están diciendo a los comunicadores cristianos que descubran lo que la gente quiere y luego hagan lo que sea necesario para satisfacer las demandas más populares. El público es "soberano" en asuntos como ese. Uno de los libros de mayor venta en la comercialización cristiana de hecho indica que la audiencia debe determinar cómo preparar un mensaje:
Es importante que tengamos en cuenta un principio fundamental de la comunicación cristiana:
la audiencia, no el mensaje, es soberana. Si nuestra publicidad va a detener a las personas en medio de horarios vertiginosos y hacer que piensen en lo que estamos diciendo, nuestro mensaje tiene que ser adaptado a las necesidades de la audiencia. Cuando producimos publicidad que se basa en la proposición tómalo o déjalo; en lugar de estar basada en una sensibilidad y respuesta a las necesidades de la gente, las personas invariablemente rechazarán nuestro mensaje.(4)
¿Qué hubiera pasado si los profetas del Antiguo Testamento hubieran accedido a tal filosofía? Jeremías, por ejemplo, predicó cuarenta años sin ver una respuesta positiva significativa. Por el contrario, sus compatriotas lo amenazaron de muerte si no dejaba de profetizar (Jer. 11:19-23); su propia familia y amigos conspiraron contra él (12:6); no se le permitió casarse, así que tuvo que sufrir una soledad agonizante (16:2); se idearon complots para matarlo en secreto (18:20-23), fue golpeado y puesto en cepo (20:1-2); fue espiado por amigos que buscaban venganza (20 : 10); fue consumido por el dolor y la vergüenza –al grado que maldijo el día que nació (20:14-18); y acusado falsamente de ser un traidor a la nación (37:13-14). Entonces, Jeremías fue golpeado, arrojado a una mazmorra y privado de comida muchos días (37:15-21). Si un gentil etíope no hubiera intercedido en su favor, Jeremías habría muerto allí. Según la tradición, al final de su vida fue exiliado a Egipto, donde fue apedreado hasta la muerte por su propio pueblo. Prácticamente no tuvo convertidos que mostraran una vida entera de ministerio.
Supongamos que Jeremías hubiera asistido a un seminario de comunicaciones moderno y aprendido una filosofía orientada al mercado de las comunicaciones. ¿Cree que hubiera cambiado su estilo de ministerio de confrontación? ¿Se lo imagina montando un espectáculo o usando la comedia para tratar de ganarse el afecto de la gente? Es posible que hubiera aprendido a reunir una multitud agradecida, pero ciertamente no habría tenido el ministerio al que Dios lo llamó.
Contraste el compromiso de Jeremías con el asesoramiento de un experto en marketing moderno. Un autor que insiste en que el público es soberano, sugiere que el comunicador sabio debe "dar forma a sus comunicaciones de acuerdo con las necesidades [de la gente] con el fin de recibir la respuesta que él busca." El efecto de esa filosofía es evidente, los comunicadores cristianos se están convirtiendo en personas que quieren agradar -precisamente lo que la Escritura prohíbe.
La estrategia está al revés. La audiencia no es soberana, Dios sí. Y Su verdad es inalterable. Su Palabra ha sido establecida en el cielo para siempre. Aunque nuevas formas de medios masivos de comunicación vengan y se vayan, el mensaje no puede ser cambiado. Cambiar el mensaje bíblico en cualquier forma está expresamente prohibido. No podemos truncarlo, suavizarlo, endulzarlo o minimizar el agravio de la cruz.
Alguien inevitablemente señalará que Pablo dijo que se convirtió en todas las cosas a todos los hombres, para que de alguna manera ganara a algunos. Pero Pablo no estaba proponiendo que el mensaje fuera cambiado o suavizado. Pablo se rehusó a cambiar ó abreviar su mensaje para hacer que la gente se sintiera feliz. Él escribió, “¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gál. 1:10). Él se oponía a tratar de quitar la ofensa del Evangelio (5:11). No usó metodología que apelara a las concupiscencias de sus oyentes. Ciertamente no siguió el tipo de filosofía pragmática de los comunicadores modernos, impulsados por el mercado.
Lo que hizo que Pablo fuera eficaz no fue su sensibilidad al mercado, sino una devoción obstinada a la verdad. Se vio a sí mismo como el embajador de Cristo, no como Su secretario de prensa. La verdad era algo que debía ser declarado, no negociado. Pablo no estaba avergonzado del Evangelio (2 Cor. 11:23-28). No dio marcha atrás frente a la oposición o el rechazo. No ajustó la verdad para hacer que los incrédulos estuvieran contentos. No hizo amigos con los enemigos de Dios.
El mensaje de Pablo siempre fue no negociable. En el mismo capítulo en el que habló de volverse todas las cosas a todos los hombres, Pablo escribió: “me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el Evangelio!” (1 Cor. 9:16). Su ministerio fue en respuesta a un mandato divino. Dios lo llamó y comisionó. Pablo predicó el Evangelio tal como lo había recibido, directamente del Señor y siempre entregó ese mensaje ante todo (1 Cor. 15:3). Él no era vendedor ni comerciante, sino un emisario divino. Ciertamente no estaba “dispuesto a moldear su comunicación” para adaptarse a sus oyentes o producir una respuesta deseable. El hecho de que fuera apedreado y dejado como muerto (Hechos 14:19), golpeado, encarcelado y finalmente matado por causa de la verdad, ¡debe demostrar que no adaptó el mensaje para hacerlo agradable a sus oyentes! Y el sufrimiento personal que cargó debido a su ministerio no indica que algo estuvo mal con su estrategia, ¡sino que todo había estado bien!
Como comunicadores cristianos, debemos comprometernos a ser lo que Dios nos ha llamado a ser. No somos promotores de carnaval, vendedores de coches usados o comerciantes. Somos embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20). Conociendo el temor del Señor (5:11), estamos motivados por el amor de Cristo (5:14), siendo hechos totalmente nuevos por Él (5:17), imploramos a pecadores a que se reconcilien con Dios (5:20).
Utilice los medios de comunicación sin abusar del mensaje
Creo que podemos ser innovadores y creativos en la manera de presentar el Evangelio, pero tenemos que tener cuidado de que nuestros métodos estén en armonía con la profunda verdad espiritual que estamos tratando de transmitir. Es demasiado fácil caer en trivialidades al presentar el mensaje sagrado. Debemos hacer que el mensaje, no el medio, sea el núcleo de lo que queremos transmitir a la audiencia.
Como escritores y comunicadores cristianos, los desafío a que se olviden lo que está de moda y se preocupen por lo que es verdad. No se apresure por aceptar las tendencias del mercadeo moderno. Ciertamente, debemos utilizar los nuevos medios de comunicación. Pero en lugar de adaptar nuestro mensaje para adecuarlo al medio, usemos el medio para presentar el mensaje de la manera más clara, precisa y completa posible. Si somos fieles en eso, la tierra que Dios ha preparado, dará fruto. Su Palabra no regresará vacía.
*El siguiente, un discurso previo no publicado y dado por John MacArthur en una conferencia de comunicadores cristianos hace varios años atrás, ha sido editado para usarse en The Master’s Seminary Journal.
1 (New York: Penguin Books, 1986).
2 Citado de George Barna, Marketing the Church (Colorado Springs, Colo.: NavPress, 1988) 145 (énfasis añadido).
3 (Wheaton, Ill.: Crossway, 1993).
4 Barna, Marketing the Church 145 (énfasis añadido).
5 Ibíd. 33.
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