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La saturación de la televisión, películas y otras formas de medios visuales en el mundo actual ha tenido un efecto adverso sobre nuestra capacidad para escuchar, pensar y razonar. Es como si toda la sociedad estuviera sufriendo del síndrome de déficit de atención. Lamentablemente, muchos predicadores decidieron hacer adaptaciones importantes para una generación acostumbrada a los medios de comunicación y entretenimiento; pero se olvidaron de la predicación bíblica.

¿Alguna vez ha notado cómo muchos anuncios televisivos no dicen nada acerca de los productos que publicitan? El típico comercial de vaqueros muestra un drama doloroso acerca de los males de la adolescencia, pero nunca menciona a los vaqueros. Un anuncio de perfume es un collage de imágenes sensuales sin ninguna referencia al producto. Los anuncios de cerveza contienen algunos de los materiales más divertidos en la televisión, pero dicen muy poco acerca de la cerveza.

Esos anuncios están diseñados para crear un estado de ánimo, para entretener, para atraer a nuestras emociones — no para darnos información. A menudo son los anuncios más eficaces, porque utilizan a la televisión de la mejor manera. Son el producto natural de un medio que ofrece una visión surrealista del mundo.

En la televisión, la realidad se confunde imperceptiblemente con la ilusión. La verdad es irrelevante; lo que realmente importa es si nos entretiene. La sustancia no es nada; el estilo lo es todo. Según expresa Marshall McLuhan, el medio se ha convertido en el mensaje.

Divertirse hasta morir es el nombre de un libro perceptivo pero inquietante de Neil Postman, un profesor en la Universidad de Nueva York. El libro argumenta que la televisión ha paralizado nuestra capacidad de pensar; y ha reducido nuestra aptitud para la comunicación real.

Postman dice que la televisión no nos ha hecho la generación mejor informada y más instruida en la historia. Por el contrario, ha inundado nuestras mentes con información irrelevante y carente de sentido. La televisión nos ha condicionado sólo para ser entretenidos y por lo tanto, otras formas críticas de interacción humana se ven como obsoletas.

Incluso las noticias, señala Postman, son un espectáculo. Conductores afables presentan con serenidad breves segmentos sobre guerras, asesinatos, crímenes y desastres naturales. Las mismas son interrumpidas por anuncios que trivializan las noticias y las aíslan de cualquier contexto. Postman relata una noticia emitida en la que un general de infantería declaraba que una guerra nuclear mundial es inevitable. El siguiente segmento fue un comercial de Burger King.

No se espera que respondamos de manera racional. Según las palabras de Postman: "No se verá a los espectadores contaminando sus respuestas con un sentido de la realidad, del mismo modo que no se ve a la audiencia de una obra de teatro rápidamente llamando a casa porque un personaje en el escenario ha dicho que hay un asesino suelto en la barrio". [1]

La televisión no exige una respuesta sensata. Las personas sintonizan para ser entretenidas, no para ser desafiadas a pensar. Si un programa requiere contemplación o exige demasiado uso de las facultades intelectuales, va a morir por la falta de audiencia.

La televisión ha reducido nuestra capacidad de atención. Nadie en nuestra sociedad, por ejemplo, se mantendría siete horas en una sofocante multitud escuchando los debates de Lincoln Douglas. Es francamente difícil para nosotros imaginar que nuestros bisabuelos tuvieran ese tipo de resistencia. Hemos permitido que la televisión nos convenza que sabemos más, mientras que realmente reducimos nuestra tolerancia para pensar y aprender.

El mensaje más combativo del libro es un capítulo sobre la religión moderna. Postman -quien no es evangélico- escribe, con una aguda mirada, acerca de la decadencia de la predicación. Él contrasta a los ministerios de Jonathan Edwards, George Whitefield y Charles Finney con la predicación de hoy en día. Esos hombres se basaban en la profundidad del contenido, la lógica y el conocimiento de las Escrituras. En comparación, la predicación de hoy es superficial, con énfasis en el estilo y la emoción. Una "buena" prédica -de acuerdo a la definición moderna- debe ser sobre todo breve y divertida. Es un entretenimiento -no una exhortación, reprobación, reprimenda o instrucción (comparar 2 Tim. 3:16; 4:2).

El epítome de la predicación moderna es el hábil evangelista que exagera cada emoción, se pavonea por la plataforma con un micrófono conectado a su oreja y logra que la audiencia le aplauda, pise fuerte y grite mientras que él les incita a un frenesí emocional. No hay nada de sustancia en el mensaje, pero ¿a quién le importa si la respuesta es entusiasta?

Por supuesto, la predicación en las Iglesias Evangélicas más conservadoras no es tan exagerada. Pero lamentablemente, incluso algunas de las mejores predicaciones de hoy en día son más entretenimiento que enseñanza. Normalmente, la mayoría de las iglesias cuenta con un sermón de media hora y un montón de anécdotas divertidas; pero poca doctrina.

De hecho, muchos predicadores consideran a la doctrina como indeseable y poco práctica. Una importante revista cristiana publicó una vez un artículo de un conocido predicador carismático. Él meditaba a lo largo de toda una página sobre la inutilidad de predicar y escuchar los sermones que son más que un simple entretenimiento. ¿Su conclusión? La gente no recuerda lo que uno dice de todos modos, por lo que predicar es, en su mayoría, una pérdida de tiempo. "Trataré de hacerlo mejor el año que viene", escribió; "eso significa perder menos tiempo escuchando largos sermones y pasar mucho más tiempo preparando los cortos. He descubierto que perdonaré incluso mala teología mientras que salgan antes del mediodía". [2]

Eso resume perfectamente la actitud que domina a la mayoría de la predicación moderna. Hay un evidente paralelo entre ese tipo de predicación y los anuncios de pantalones vaqueros de moda-perfume-cerveza. Como los comerciales, pretende establecer un estado de ánimo, para despertar una respuesta emocional, para entretener; pero no necesariamente para comunicar nada de sustancia.

Dicha predicación es pura acomodación a una sociedad criada por la televisión. Sigue lo que está de moda, pero revela poca preocupación por lo que es verdad. No es el tipo de predicación que nos ordena la Escritura. Debemos "predicar la Palabra" (2 Tim. 4:2), hablar "lo que está de acuerdo con la sana doctrina" (Tito 2:1) y "enseña y exhorta… la doctrina que es conforme a la piedad, " (1 Tim. 6:2-3). Es imposible hacer esas cosas y siempre ser entretenido.

Si el curso trágico de la predicación moderna debe cambiarse, los cristianos deben insistir en la predicación bíblica y apoyar a los pastores que están comprometidos con la misma. ¿Cómo llega un pastor de integridad a alcanzar a personas que no están dispuestas o que no pueden escuchar exposiciones cuidadosamente razonadas de la verdad de Dios? Ése puede ser el mayor reto para los líderes cristianos de hoy. Nosotros no podemos ceder a la presión de ser superficiales. Debemos encontrar maneras de dar a conocer la verdad de Dios a una generación que no sólo no quiere escuchar, sino que quizás tampoco sabe cómo escuchar.

[1] Neil Postman, Divertirse hasta morir (New York: Penguin, 1984), 104.

[2] James Buckingham, “Wasted Time,” Charisma (Dec. 1988): 98.

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org  
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