John MacArthur
LECCIONES DE LA ESCRITURA
Mi idea no es que los cristianos deberían permanecer totalmente aislados de la política o las actividades y causas cívicas. Deben expresar sus opiniones políticas en las urnas; y es conveniente apoyar medidas legítimas destinadas a corregir un evidente mal social o político. La no participación completa sería contrario a lo que la Palabra de Dios dice acerca de hacer el bien en la sociedad: "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe" (Gálatas 6:10; cf. Tito 3:1-2). También mostraría una falta de gratitud por sea cual fuere la libertad religiosa que el gobierno nos permite disfrutar. Por otra parte, dicha apatía piadosa hacia el gobierno y la política, revelaría una falta de aprecio por los muchos remedios jurídicos adecuados que muchos creyentes en las democracias tienen por mantener o mejorar el orden civil. Un poco de preocupación sana y equilibrada con las tendencias actuales en el gobierno y la comunidad es aceptable; siempre y cuando nos demos cuenta de que ese interés no es vital para nuestro crecimiento espiritual, nuestro testimonio en justicia o el avance del reino de Cristo. Por encima de todo, la participación política de los creyentes no debe desplazar a la prioridad de predicar y enseñar el Evangelio.
Ciertamente, no hay prohibición a los creyentes de participar directamente en el gobierno como funcionarios públicos, tal como algunos de los ejemplos notables del Antiguo y Nuevo Testamentos ilustran. José en Egipto y Daniel en Babilonia son dos excelentes modelos de siervos que Dios utilizaron posiciones gubernamentales destacadas para el avance de Su reino. El siervo del centurión (Mateo 8:5-13), Zaqueo el publicano (Lucas 19:1-10) y Cornelio el centurión (Hechos 10), continuaron en el servicio público, incluso después de haber experimentado el poder restaurador o salvador de Cristo. (Por lo que sabemos, el procónsul romano Sergio Paulo también se mantuvo en el cargo después de que se convirtió [Hechos 13:4-12].)
La cuestión es nuevamente la prioridad. El mayor bien temporal que podamos lograr a través de la participación política no se puede comparar a lo que el Señor puede lograr a través de nosotros en la obra eterna de Su reino. Así como Dios llamó a la antigua Israel (Éxodo 19:6), Él ha llamado a la iglesia a ser un reino de sacerdotes, no un reino de activistas políticos. El apóstol Pedro nos instruye: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9).
Jesús, como era de esperar, mantuvo perfectamente la perspectiva de su Padre en estas cuestiones; aunque vivió en una sociedad que era tan pagana y corrupta como la cultura de hoy. En muchos aspectos, era mucho peor de lo que cualquiera de nosotros en los países occidentales ha enfrentado jamás. Tiranos y dictadores crueles gobernaban toda la región, la esclavitud estaba firmemente arraigada - todo era la antítesis de la democracia. El rey Herodes, el idumeo vasallo de Roma que gobernó Samaria y Judea, personificó la clase atea del régimen autocrático: "Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos [sobre el paradero del niño Jesús], se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores"(Mateo 2:16).
Pocos de nosotros hemos experimentado la clase de opresión económica y legal que los romanos aplicaron a los judíos de la época de Jesús. Las tasas de impuestos eran exorbitantes y abusos adicionales sancionados por el gobierno, llevados a cabo por los recaudadores de impuestos, agravaban la carga financiera de las personas. Los judíos en Palestina casi no tenían derechos civiles y eran tratados como una minoría menospreciada que no podía presentar una apelación en contra de las injusticias legales. Como resultado, algunos judíos estaban en una rebelión visible constante contra Roma.
Nacionalistas fanáticos, conocidos como zelotes, ignoraban sus obligaciones tributarias y se oponían violentamente al gobierno. Ellos creían que, incluso reconocer a un gobernante gentil estaba mal (véase Deuteronomio 17:15, "No se puede establecer sobre ti hombre extranjero, que no sea tu hermano"). Muchos zelotes se convirtieron en sicarios, realizando actos de terrorismo y de violencia contra los romanos y otros judíos a quienes ellos veían como traidores.
También es cierto que el sistema social romano fue construido sobre la esclavitud. La realidad de los serios abusos a los esclavos es parte del registro histórico. Sin embargo, ni Jesús ni los apóstoles trataron de abolir la esclavitud. En su lugar, les intimaron a los esclavos a ser obedientes; y usaron la esclavitud como una metáfora para los creyentes que debían someterse a su Señor y Dueño.
El ministerio terrenal de Jesús tuvo lugar justo en medio de ese ambiente social y político difícil. Muchos de sus seguidores, incluyendo a los Doce, esperaban que de algún modo los liberara del yugo opresivo de Roma. Pero nuestro Señor no vino como un libertador político o un reformador social. Él nunca hizo un llamado a esos cambios, incluso por medios pacíficos. A diferencia de muchos evangélicos de finales del siglo XX, Jesús no reclutó partidarios en un intento grandioso de "capturar la cultura" para la moral bíblica o mayores libertades políticas y religiosas.
No le faltó a Cristo, sin embargo, interés y preocupación por el dolor y las penurias diarias que gente sufría en su vida personal. Los Evangelios registran Su gran empatía y compasión por los pecadores. Aplicó esas actitudes de una manera tangible y práctica al sanar a miles de personas de todo tipo de enfermedades y aflicciones, a menudo a costa de un gran sacrificio personal de sí mismo.
Sin embargo, algo tan beneficioso y apreciado de Su ministerio a otros como las necesidades físicas, no fue la prioridad de Jesús. Su llamado divino fue hablar a los corazones y almas de los hombres y mujeres. Proclamó la buena nueva de la redención que podría reconciliarlos con el Padre y les concedía vida eterna. Ese mensaje supera con creces a cualquier agenda de reforma política, social o económica que nos pueda preocupar. Cristo no vino para promover una nueva agenda social o establecer un nuevo orden moral. Él vino a establecer un nuevo orden espiritual, el cuerpo de los creyentes de todas las épocas que constituye Su iglesia. Él no vino a la tierra para lograr a través de la reforma social y gubernamental que la vieja creación sea moral; sino a crear nuevas criaturas santas a través del poder salvador del Evangelio y la obra transformadora del Espíritu Santo. Y nuestro Señor y Salvador nos ha mandado a continuar Su ministerio, con Sus prioridades supremas a la vista, con el objetivo de que podamos avanzar Su reino: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:18-20).
En el sentido más verdadero, el estado moral, social y político de un pueblo es irrelevante para el avance del Evangelio. Jesús dijo que Su reino no era de este mundo (Juan 18:36).
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