En la primera mitad del siglo 20, el liberalismo arrasó con las principales iglesias protestantes.
De hecho, se podría argumentar que la primera mitad del siglo marcó el comienzo de la decadencia espiritual más grave desde la Reforma protestante. El evangelicalismo histórico1 que había dominado los Estados Unidos protestante desde los tiempos de los padres fundadores, fue prácticamente expulsado de las escuelas e iglesias denominacionales.
En unas pocas décadas, el liberalismo prácticamente destruyó las denominaciones protestantes más grandes de Estados Unidos y Europa.
El evangelicalismo logró sobrevivir e incluso por un tiempo pareció prosperar fuera de las denominaciones. Pero nunca recuperó su influencia en los grupos principales. En cambio, floreció principalmente en iglesias denominacionales y no denominacionales relativamente pequeñas.
Lamentablemente, ahora parece que el gran movimiento que alcanzó al evangelismo en el siglo 20 va a seguir el mismo camino que llevó a las principales iglesias al desastre hace un siglo atrás.
Uno de los portavoces más populares del cristianismo liberal en su apogeo fue Harry Emerson Fosdick, pastor de la Iglesia Riverside en Nueva York. Fosdick, sin dejar de tener un fuerte compromiso con la teología liberal, reconoció sin embargo que la nueva teología estaba socavando el concepto de un Dios santo. Contrastando su época con la de Jonathan Edwards, Fosdick escribió:
El sermón de Jonathan Edwards en Enfield ["Pecadores en las manos de un Dios airado"] describió a pecadores sobre el abismo del infierno ardiente en las manos de una deidad airada que en cualquier momento podía dejarlos caer; y su discurso fue tan bueno que las mujeres se desmayaban y hombres fuertes se aferraban en agonía a los pilares de la iglesia. Obviamente, nosotros ya no creemos en esa clase de Dios; y como siempre en las reacciones, hemos pasado al extremo opuesto, por lo que en la teología de estos últimos años hemos enseñado acerca de una deidad muy dócil, benigna... En efecto, al dios de la nueva teología parece no importarle de manera extrema el pecado; desde luego que no ha garantizado castigarlo severamente, sino que ha sido un padre indulgente y cuando hemos pecado, un educado "perdón" ha parecido más adecuado para redimirnos. 2
Nunca Fosdick estuvo tan acertado. Él vio correctamente que el liberalismo había dado lugar a un concepto deformado y desequilibrado de Dios. Incluso podía ver lo suficientemente lejos como para darse cuenta de que el liberalismo estaba llevando a la sociedad a un desierto peligroso de amoralidad, donde "el pecado del hombre, su codicia, su egoísmo, su ruina a través de los años lleva a una masiva acumulación de consecuencias hasta que por fin, en un colapso atroz, toda la tierra estalla en ruinas." 3
Al escribir en los inicios de la Primera Guerra Mundial, Fosdick sugirió que "el orden moral del mundo nos ha estado sumergiendo en el infierno." 4
A pesar de todo eso, en última instancia, Fosdick no reconoció la realidad literal de la ira de Dios para con los pecadores impenitentes. Para él, "la ira de Dios" no era más que una metáfora de las consecuencias naturales de las malas acciones. Su teología no toleraba a un Dios personal cuya justa ira arde contra el pecado. Para Fosdick, la amenaza del fuego del infierno era sólo una reliquia de una época salvaje. "Obviamente, ya no creemos en esa clase de Dios."
Fosdick escribió estas palabras hace casi noventa años. Lamentablemente, lo que entonces era cierto acerca del liberalismo es hoy algo muy cierto en el llamado "movimiento evangélico". Los "evangélicos" han rechazado en gran medida la realidad de la ira de Dios. Ellos han hecho caso omiso de Su odio por el pecado. El dios que la mayoría de los evangélicos describe hoy es totalmente benévolo y para nada airado. 5
"Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios" (Rom. 11:22).
Irónicamente, un énfasis excesivo en la beneficencia divina va en realidad en contra de una sólida comprensión del amor de Dios. Se ha dado la desastrosa impresión a multitudes que Dios es amable pero débil o distante, o, simplemente, que no se preocupa por la maldad humana. No es de extrañar que las personas con ese concepto de Dios desafían Su santidad, toman Su amor por sentado y abusan de Su gracia y misericordia. Ciertamente, nadie temería una deidad así.
Sin embargo, la Escritura nos dice repetidamente que el temor de Dios es el fundamento de la verdadera sabiduría (Job 28:28; Salmo 111:10; Prov. 1:7, 9:10, 15:33, Mic. 6:9). Las personas a menudo tratan de justificar el sentido de esos versículos diciendo que el "temor" es nada más que un sentimiento devoto de respeto y reverencia. Ciertamente, el temor de Dios incluye admiración y reverencia, pero no excluye terror sagrado literal. "A Jehová de los ejércitos, a Él santificad; sea Él vuestro temor, y Él sea vuestro miedo" (Isaías 8:13).
Tenemos que recuperar algo del terror sagrado que viene con una correcta comprensión de la justa ira de Dios. Tenemos que recordar que la ira de Dios se quema contra los pecadores impenitentes (Sal. 38:1-3). Esa realidad es la misma cosa que hace que Su amor sea tan maravilloso. Por tanto, debemos proclamar estas verdades con el mismo sentido de convicción y fervor que empleamos cuando nos declaramos el amor de Dios. Es solamente en el contexto de la ira divina que se puede entender realmente todo el significado del amor de Dios. Ese es precisamente el mensaje de la cruz de Jesucristo. Después de todo, fue en la cruz que el amor de Dios y Su ira convergieron en toda su majestuosa plenitud.
Sólo aquellos que ven a sí mismos como pecadores en las manos de un Dios airado pueden apreciar la magnitud y la maravilla de Su amor. En este sentido, nuestra generación está, sin dudas, en mayor desventaja que cualquier época anterior. Hemos sido alimentados a la fuerza por doctrinas de autoestima durante tanto tiempo, que la mayoría de la gente realmente no se ve a sí misma como pecadores dignos de la ira divina. Además de eso, el liberalismo religioso, el humanismo, el compromiso evangélico y la ignorancia de las Escrituras han trabajado en contra de un correcto entendimiento de quién Dios es. Irónicamente, en una época que concibe a Dios como totalmente amoroso, totalmente desprovisto de ira, la mayoría de las personas está trágicamente mal equipada para entender lo que es el amor de Dios.
El simple hecho es que no podemos apreciar el amor de Dios hasta que hayamos aprendido a temerle. No podemos conocer Su amor fuera del conocimiento de Su ira. No podemos estudiar la bondad de Dios sin también encontrar Su severidad. Y si la iglesia de nuestra generación no recupera un equilibrio saludable pronto, es probable que la rica verdad bíblica del amor divino quede oculta detrás de lo que es esencialmente un concepto humanista liberal.
1. Desde la época de la Reforma Protestante hasta hace muy poco, la expresión evangélica se ha referido a aquellos que creen que la Biblia es inspirada y absolutamente autoritaria, y que por lo tanto, entienden que la salvación del pecado está disponible únicamente a través de la fe en Cristo, no por ninguna obra o sacramentos. Cuando hablo de "evangelicalismo histórico", estoy usando el término en ese sentido específico y técnico, menos todo el bagaje contemporáneo que la palabra evangélico parece haber adquirido.
2. Harry Emerson Fosdick, Christianity and Progress (New York: Revell, 1922), 173-74 (énfasis añadido).
3. Ibid., 174.
4. Ibid (énfasis añadido).
5. Ver Robert Brow, "Evangelical Megashift," Cristianismo Hoy (February 19, 1990), pp. 12-14.
Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org
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