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Eva (la madre de todos los vivientes) debió haber sido una criatura de una belleza insuperable. Fue la corona y el climax del asombroso trabajo creativo de Dios, el último ser viviente llamado a existir — en realidad, diseñada directamente por la propia mano del Creador de tal manera que mostró un cuidado particular y una especial atención al detalle. Adán fue refinado del polvo de la tierra; Eva fue un glorioso refinamiento de la humanidad misma. Fue la compañera necesaria de Adán quién finalmente completaría su existencia — y quien con su propia existencia finalmente señalaría la culminación de toda creación.

La creación de Eva nos recuerda varias realidades cruciales acerca de la condición de la mujer en general. Habla de la igualdad fundamental existente entre Adán y Eva. La mujer fue “tomada del hombre” (Génesis 2:23). Eva tenía la misma esencia de Adán. No fue de ninguna manera inferior en carácter, pero fue su contraparte espiritual, intelectualmente su igual, y en todo sentido su perfecta compañera y ayudante. Su creación también nos recuerda la unidad esencial ideal en cualquier relación matrimonial, e ilustra lo profundo y significativo que es el matrimonio entre un esposo y una esposa. No es simplemente una unión física, sino una unión del corazón y del alma. La intimidad de la relación con su esposo se basa en el hecho de que fue literalmente tomada de su costilla.

La creación de Eva también contiene importantes lecciones bíblicas acerca del diseño divino en el papel de la mujer. Aunque Eva fue espiritual e intelectualmente igual a Adán; aunque los dos fueron de una misma esencia y por lo tanto iguales en su posición delante de Dios y en su rango por encima de otras criaturas; no obstante existía una clara distinción de sus roles terrenales. Adán fue diseñado para ser padre, proveedor, protector, y líder. Eva fue diseñada para ser madre, para consolar, para cuidar y para ayudar.

Después de la creación y antes de la caída, Adán y Eva fueron compañeros y socios, trabajaron juntos en el jardín. Dios trató a Adán como cabeza (representante) de la raza humana, y Eva rendía cuentas a su esposo. Este fue el verdadero paraiso, y ellos constituyeron un microcosmos perfecto de la raza humana exactamente como Dios había diseñado que fuera.

Pero todo fue arruinado por el pecado. Génesis 3 describe la tentación y la caída de ambos, tanto de Eva como de su esposo, y la maldición que recibieron posteriormente. La severidad de la maldición debió haber destrozado el corazón de Eva, pero el juicio de Dios no fue totalmente duro y sin esperanza. Incluso en la maldición, hubo una gran demostración de gracia. Aún cuando ahora habrían tensiones en su relación que no habían existido antes en el Edén, Eva continuaba siendo la compañera de Adán, continuaba en su papel como esposa, y continuaría siendo la madre de todos los vivientes (Génesis 3:20).

La promesa de que Eva procrearía hijos mitigó cualquier otro aspecto de la maldición. Esa sencilla expectativa contenía un rayo de esperanza para la humanidad entera. Hubo una mención en la maldición misma de que uno de los propios descendientes de Eva finalmente conquistaría el mal y despejaría toda la oscuridad del pecado (Génesis 3:15).

Cristo, quien excepcionalmente “nació de una mujer” (Gálatas 4:4) — siendo nacido de una virgen, y siendo Dios en forma humana — literalmente cumplió la promesa de Dios: Que la semilla de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Como resultado de esto, el cielo estará eternamente lleno de los descendientes redimidos de Eva, que estarán por toda la eternidad ocupados celebrando la obra de su victorioso descendiente.

 

 

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