John MacArthur
Esto concluye nuestra serie sobre la importante relación entre la infalibilidad de la Biblia y la predicación expositiva.
NUESTRO DESAFÍO
Uno de los predicadores más enérgicos y eficaces que haya vivido fue el escocés Robert Murray McCheyne. En las memorias de la vida de McCheyne, Andrew Bonar escribe:
Su deseo fue lograr el modo primordial de exponer las Escrituras en sus sermones. Por lo tanto, cuando alguien le preguntó si temía quedarse sin sermones algún día, él contestó: “No, yo sólo soy un intérprete de la Escritura en mis sermones; cuando la Biblia se agote, entonces yo también lo haré”. Y con el mismo espíritu, evitó cuidadosamente el modo común de acomodar los textos - ajustando una doctrina a las palabras, no extrayéndola de su obvia conexión con el pasaje. Siempre se esforzó por predicar la mente del Espíritu en un pasaje; temía que hacer lo contrario apenara al Espíritu que lo había escrito. Por lo tanto, la interpretación era algo importante para él. Y sin embargo, cumpliendo escrupulosamente con este principio cierto, no se sintió restringido para usar para las necesidades diarias tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. Su modo era primero determinar el sentido primario y la aplicación; y luego proceder a utilizarlo para el presente.” (Las Memorias y Recuerdos del Reverendo Robert Murray McCheyne, 94)
La tarea del expositor es predicar la mente de Dios a medida que la encuentra en la inerrante Palabra de Dios. La comprende a través de las disciplinas de la hermenéutica y la exégesis. Él la declara de manera expositiva como un mensaje que Dios habló y comisionó a quien la entrega.
John Stott ha esbozado hábilmente la relación del proceso exegético de la predicación expositiva:
La predicación expositiva es una disciplina exigente. Quizás por eso es poco usual. Aquellos que la asumen están preparados a seguir el ejemplo de los apóstoles y decir: “No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas… nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la Palabra” (Hechos 6:2, 4). La predicación sistemática de la Palabra es imposible sin el estudio sistemático de la misma. No es suficiente leer un par de versículos en la lectura bíblica diaria ni estudiar un pasaje sólo cuando tenemos que predicar sobre él. Debemos empaparnos diariamente de las Escrituras. Debemos no sólo estudiarlas, como a través de un microscopio, con el detalle lingüístico de unos pocos versículos, sino también tomar nuestro telescopio y explorar las grandes extensiones de la Palabra de Dios, asimilando su gran tema de la soberanía divina en la redención de la humanidad. “Es una bendición”, escribió C. H. Spurgeon, “comer del alma misma de la Biblia hasta que, por fin, se llegue a hablar en el lenguaje de las Escrituras y su espíritu esté condimentado con las palabras del Señor, de modo que su sangre sea bíblica y la esencia misma de la Biblia fluya de usted.” (Retrato del Predicador, 30-31).
La infalibilidad exige un proceso exegético y una proclamación expositiva. Sólo el proceso exegético preserva la Palabra de Dios en su totalidad y con exactitud como Él la pensó para que fuera proclamada. La predicación expositiva es el resultado del proceso exegético. Por lo tanto, es el vínculo esencial entre la infalibilidad y la proclamación. Tiene el mandato de preservar la pureza que Dios dio originalmente a la Palabra infalible y de proclamar todo el consejo de la Verdad redentora de Dios.
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