Desde el tiempo de los apóstoles hasta el presente, la verdadera iglesia siempre ha creído que la Biblia está completa. Dios ha dado a Su revelación; y ahora la Escritura ha sido terminada. Dios ha hablado. Lo que Él dio es completo, eficaz, suficiente, inerrante, infalible y autoritario. Los intentos de añadir a la Biblia y los reclamos de una mayor revelación de Dios siempre han sido característicos de los herejes y sectarios, no del verdadero pueblo de Dios.
Aunque los carismáticos niegan que ellos estén tratando de añadir a la Escritura, sus opiniones sobre la declaración profética, los dones de profecía y revelación realmente hacen precisamente eso. A medida que agregan -de algún modo sin querer- a la revelación final de Dios, socavan la singularidad y la autoridad de la Biblia. Nueva revelación, sueños y visiones son considerados como vinculantes para la conciencia creyentes como el libro de Romanos o el evangelio de Juan.
Algunos carismáticos dirían que la gente malinterpreta lo que entienden por palabra profética y nueva revelación. Dirían que no hacen ningún esfuerzo por cambiar las Escrituras o incluso igualarla. Lo que sucede, asumen, es la aclaración de las Escrituras a medida que se aplica o dirige a un entorno contemporáneo, tal como la profecía de Agabo en Hechos 11:28.
La línea entre aclarar la Escritura y añadir a la misma es delgada. Pero la Escritura no se aclara por escuchar a alguien que piensa que tiene el don de la profecía. La Escritura se dilucida a medida que es estudiada con cuidado y diligencia. No existen atajos para interpretar la Palabra de Dios con precisión (cp. Hechos 17:11; 2 Tim. 2:15).
Los cristianos no deben tomar a la ligera los temas de inspiración y revelación. Una comprensión correcta de esas doctrinas es esencial para distinguir entre la voz de Dios y la voz humana. Los hombres que profesaban hablar por Dios pero hablaban sus propias opiniones debían ser ejecutados bajo la ley del Antiguo Testamento (Deuteronomio 13:1-5). El Nuevo Testamento también insta a los creyentes a probar los espíritus y juzgar todas las supuestas profecías, evitando los falsos profetas y los herejes (1 Juan 4:1, 1 Cor. 14:29).
El Espíritu Santo está obrando poderosamente en la iglesia de hoy, pero no en la forma en la que la mayoría de los carismáticos creen. El papel del Espíritu Santo es darnos poder al predicar, enseñar, escribir, hablar, testificar, pensar, servir y vivir. Él nos guía a la verdad de Dios y nos dirige hacia la voluntad de Dios para nuestras vidas. Pero lo hace a través de la Palabra de Dios, nunca separadamente de ella. Describir al ministerio del Espíritu Santo como uno que conduce y fortalece como fuente de inspiración o revelación es un error. Utilizar frases como "Dios me habló" o "esto no fue idea mía, el Señor me lo dio" o "estas no son mis palabras, sino un mensaje que yo recibí del Señor " confunde el tema de la dirección del Espíritu en la vida de los creyentes hoy.
Invitar a ese tipo de confusión hace caer en el error que niega el distintivo y absoluta autoridad de la Escritura. Los términos y conceptos de Efesios 5:18-19 y 2 Pedro 1:21 no deben ser mezclados. Ser lleno del Espíritu Santo y hablar entre vosotros con salmos e himnos no es lo mismo que ser movido por el Espíritu Santo para escribir la Escritura inspirada.
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