Incluso el estudio más superficial de la predicación en Hechos muestra que el Evangelio de acuerdo a los apóstoles fue un llamado al arrepentimiento. En Pentecostés, Pedro concluyó su sermón - un claro mensaje del señorío de Cristo- con esto: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hechos 2:36). El mensaje penetraba los corazones de sus oyentes; y le preguntaban a Pedro qué se esperaba que fuera la respuesta de ellos. Pedro dijo claramente: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados" (v. 38).
Note que no hizo mención a la fe. Eso estaba implícito en la llamada al arrepentimiento. Pedro no estaba haciendo del bautismo una condición para la salvación, él simplemente indicó el primer paso de obediencia que debía seguir al arrepentimiento (cp. 10:43-48). La audiencia de Pedro, familiarizada con el ministerio de Juan el Bautista, entendió al bautismo como una corroboración externa de sincero arrepentimiento (cp. Mt. 3:5-8). Pedro no les estaba pidiendo que realizaran un acto meritorio; y toda la enseñanza bíblica lo deja en claro.
Pero el mensaje que les dio ese día fue una orden directa al arrepentimiento. Como muestra el contexto de Hechos 2, las personas que escucharon a Pedro entendieron que se les exigía rendición incondicional al Señor Jesucristo.
En Hechos 3, nos encontramos con una escena similar. Pedro y Juan habían sido usados por el Señor para sanar a un hombre cojo en la puerta del templo (vv. 1-9). Cuando una multitud se reunió, Pedro comenzó a predicarles, presentando cómo la nación judía había matado a su propio Mesías. Su conclusión fue precisamente la misma que había sido en Pentecostés: "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de Sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo." (vv. 19-21, énfasis añadido). Una vez más, el significado de Pedro era inconfundible. Estaba llamando a un giro radical del pecado. Ése es el arrepentimiento.
En Hechos 4, el día después que Pedro y Juan habían sido esenciales en la curación del cojo, fueron llevados ante el Sanedrín - el cuerpo gobernante de Israel. Con arrojo, Pedro dijo: "Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:10-12). Si bien no hay ninguna mención a la palabra arrepentimiento allí, era el mensaje obvio de Pedro a estos gobernantes. Habían rechazado y matado a su legítimo Mesías. Ahora que tenían que hacer un giro: volverse del pecado atroz que habían cometido y volverse a Aquel contra quien ellos habían pecado. Sólo Él podía concederles salvación.
Cuando Pedro fue llamado por Dios a proclamar el Evangelio a Cornelio y su familia, el mensaje tuvo un énfasis diferente: "que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por Su nombre." (Hechos 10:43).
Pero, ¿pasó Pedro por alto el tema de arrepentimiento en su ministerio a Cornelio ? No, en absoluto. Es evidente que Cornelio estaba arrepentido. Cuando Pedro relató el incidente a la iglesia de Jerusalén más tarde, los líderes de la iglesia respondieron: "¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!" (Hechos 11:18, énfasis añadido). Obviamente, toda la iglesia de Jerusalén entendía que el arrepentimiento era equivalente a una respuesta de salvación.
Los que afirman el no-Señorío generalmente se apoyan en Hechos 16:30-31 para encontrar sustento a su opinión de que el arrepentimiento no es esencial en la llamada a la fe que salva. Allí, el apóstol Pablo respondió a la famosa pregunta del carcelero de Filipos: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" ¿Qué le dijo Pablo? Simplemente: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." Evidentemente, Pablo no llamó al carcelero al arrepentimiento.
Pero espere, ¿es esa una conclusión justa a extraer de este pasaje? No, no lo es. El carcelero sabía muy bien el costo de ser cristiano (vv. 23-24). También estaba, obviamente, dispuesto a arrepentirse. Estaba a punto de quitarse la vida cuando Pablo lo detuvo (vv. 25-27). Claramente, había llegado al final de sí mismo. Por otra parte, Pablo le dio una presentación más amplia del Evangelio que se registra en Hechos 16:31. El versículo 32 dice que "le hablaron la Palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa." En última instancia, el carcelero se arrepintió. Él demostró su arrepentimiento por sus hechos (vv. 33-34). Este pasaje no puede ser utilizado para probar que Pablo predicó el Evangelio sin llamar a los pecadores al arrepentimiento.
El arrepentimiento siempre estuvo en el corazón de la predicación evangelística de Pablo. Se enfrentó a los filósofos paganos de Atenas y proclamó: "Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan" (Hechos 17:30). En su mensaje de despedida a los ancianos de Éfeso, Pablo les recordó: "Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo." (Hechos 20:20-21, énfasis añadido). Más tarde, cuando fue llevado ante rey Agripa, Pablo defendió su ministerio con estas palabras: "no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié… a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento" (Hechos 26:19-20).
Es evidente que, desde el comienzo del libro de Hechos hasta el final, la apelación central del mensaje apostólico fue el arrepentimiento. El arrepentimiento que predicaban no era solo un cambio de opinión acerca de quién era Jesús. Era volverse del pecado (3:26; 8:22) y un giro hacia el Señor Jesucristo (20:21). Era el tipo de arrepentimiento que se traduce en un cambio de comportamiento (26:20). El mensaje apostólico no era nada como el Evangelio sin Señorío que ha ganado popularidad en nuestros días.
Estoy muy preocupado cuando veo lo que está ocurriendo en la iglesia hoy. El cristianismo bíblico ha perdido su voz. La iglesia está predicando un Evangelio diseñado para tranquilizar en lugar de enfrentarse a las personas pecadoras. Las iglesias han recurrido a la diversión y al espectáculo para tratar de ganar al mundo. Esos métodos pueden parecer atraer multitudes durante un breve tiempo. Pero no son los métodos de Dios; y por lo tanto están destinados a fracasar. Mientras tanto, la iglesia está siendo infiltrada y corrompida por creyentes profesantes que nunca se han arrepentido, nunca se apartaron del pecado, y por lo tanto, nunca aceptaron a Cristo como Señor y Salvador.
Tenemos que volver al mensaje que Dios nos ha llamado a predicar. Tenemos que confrontar el pecado y llamar a los pecadores al arrepentimiento -a una ruptura radical con el amor al pecado y a una búsqueda de la misericordia del Señor. Debemos aferrarnos a Cristo como Salvador y Señor, el que libera a Su pueblo del castigo y del poder del pecado. Ese es, después de todo, el Evangelio que Él nos ha llamado a proclamar.
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