John MacArthur
¿Qué se propuso cumplir Jesús? ¿Su muerte y Su resurrección tuvieron un efecto práctico en esta vida o fueron enfocados por completo en la eternidad? Considere lo siguiente: que el Santo Hijo de Dios dejó de lado Su gloria, se humilló tomando la forma de hombre, viviendo una vida justa y entregándose voluntariamente como un sacrificio perfecto por el pecado de los demás. ¿Fue todo con la única intención de perdonar el pecado sin eliminarlo?
El apóstol Juan escribió su primera epístola para ayudar a los lectores a probar la autenticidad de su fe. Estas pruebas se reducen a examinar si la obra de Cristo ha tenido el efecto necesario en nuestras vidas. Y 1 Juan 3:5-8 deja en claro que la obra de Cristo por nosotros debería tener un impacto santificador significativo en las vidas de Su pueblo.
Y sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él. Todo aquel que permanece en Él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como Él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.
La obra de Cristo por nosotros
Jesús vino a la tierra “para quitar nuestros pecados” (1 Juan 3:5). Él vino no sólo a pagar el castigo por el pecado y ofrecer perdón, sino también para quitar los pecados por completo. Como resultado de la expiación vicaria de Cristo, los creyentes han sido apartados del pecado para santidad. La rebeldía que una vez caracterizó sus vidas ha sido removida.
Por lo tanto, es inconsistente con Su trabajo redentor de la Cruz que cualquiera que comparta la vida misma de Cristo continúe en pecado. En otras palabras, ya que Cristo murió para santificar el creyente (2 Corintios 5:21), vivir de manera pecaminosa es contraria a Su obra que rompe el dominio del pecado sobre la vida del creyente (cp. Romanos 6:1-15).
La verdad de que Cristo vino a destruir el pecado no es simplemente una esperanza futura; es una realidad presente. Juan no está diciendo -como algunos trataron de inferir- que los creyentes eventualmente serán liberados del pecado cuando mueran y mientras tanto pueden ser tan pecaminosos como eran antes de su conversión. Por el contrario, mientras que la santificación puede ser lenta y gradual, la obra transformadora de Cristo en la salvación es inmediata (Filipenses 1:6).
En la salvación, los creyentes experimentan una verdadera limpieza y separación de sus pecados. A un nivel práctico, esa separación continúa a medida que son más y más conformados a la imagen de Cristo. Tito 2:11-14 resume en las características presentes y futuras de la santificación.
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.
Entonces, la obra única de Cristo en la cruz inicia Su trabajo progresivo en nuestras vidas. ¿Pero qué es lo que impulsa ese trabajo continuo? ¿Cuál es la transformación que sucede y nos permite vencer el pecado en esta vida?
Nuestra nueva naturaleza en Cristo
Juan concluye el versículo 5 con la frase “no hay pecado en Él.” Jesucristo es el que no conoció el pecado (2 Corintios 5:21). Esta verdad tiene consecuencias prácticas colosales. Anteriormente, Juan escribió en la epístola: “Si sabéis que Él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de Él” (1 Juan 2:29). Cuando el poder salvador de Dios se aplica al nuevo creyente, el nace nuevamente -recibe una nueva naturaleza. Y como un bebé recién nacido, se embarca en un aprendizaje acerca del Reino de Dios que dura toda la vida.
Luego, en el versículo 6, el apóstol describe el carácter de la persona salva a través de la obra de Jesucristo. “Todo aquel que permanece en Él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto ni le ha conocido.” Permanecer en Cristo puede compararse a vivir en Su Reino, seguir Sus leyes y celebrar Sus victorias. En definitiva, la nueva naturaleza nos acerca Cristo y nos aleja del pecado.
Años antes, Pablo enseñó la misma verdad a los creyentes romanos.
Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, así también lo seremos en la de Su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:4-7)
Esa descripción resume las provisiones claves del nuevo pacto (Ezequiel 36:25-31) acerca de las cuales Pablo da más detalles:
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. (Romanos 6:17-18)
El énfasis de las declaraciones del apóstol está en la santificación. Los verdaderos cristianos tienen el Espíritu Santo (Romanos 8:12-17), reciben un nuevo corazón (Hechos 16:14), perdón completo (Colosenses 1:14) y una vida transformada (Colosenses 3:5-10) -todos evidencia de una nueva capacidad para obedecer la ley de Dios.
Santificación y seguridad
Juan enseña que “todo aquel que peca” (1 Juan 3:6) no puede permanecer en Cristo. Eso no significa que las personas que se convierten nunca más pecarán (1 Juan 1:8) sino que no vivirán como lo hacían antes porque “todo aquel que peca” de manera consistente o habitual como los incrédulos “no le ha visto, ni le ha conocido (3:6).
Juan advierte a sus lectores para que se aseguren que nadie los engañe con respecto al entendimiento correcto de la santificación. A pesar de cualquier enseñanza falsa de lo contrario, sólo aquel que “hace justicia” puede tener la seguridad de que “es justo como Él [Jesús] es justo” (1 Juan 3:7).
Juan llega a la conclusión obvia que “para esto apareció el hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8), es imposible e inconcebible que los verdaderos creyentes continúen en conductas impías. Hoy en día, Satanás todavía se opone a los planes y al pueblo de Dios (1 Pedro 5:8), pero los creyentes ya no son sus hijos o están bajo su mandato. Nosotros, quienes conocemos y amamos a Cristo, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y el apóstol Juan -a través de la inspiración del Espíritu Santo- dice que debemos vivir por consiguiente.
Hasta ahora, hemos visto que un estilo de vida de pecado es incompatible con la fe salvadora porque el pecado es desobediencia; y a los verdaderos creyentes se les ha reemplazado ese corazón desafiante, rebelde por un corazón de arrepentimiento. Hoy hemos visto cómo la obra de Cristo no sólo perdona el pecado, sino que inicia un proceso de santificación continuo. Juan tiene un último argumento de por qué el pecado es incompatible con la fe salvadora; y se enfoca en el ministerio permanente del Espíritu Santo. Culminaremos esta serie con este último punto la próxima vez.
(Adaptado del Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1-3 Juan.)
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