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John MacArthur


La Escritura dice que los gobiernos terrenales son ordenados por Dios para administrar justicia, y los creyentes deben estar sujetos a su autoridad. El gobernante civil es “servidor de Dios para tu bien... vengador para castigar al que hace lo malo.” (Romanos 13:1-4). Pero también es cierto que ningún gobierno en la historia del mundo ha logrado ser constantemente justo. De hecho, cuando Pablo escribió ese mandamiento, el Emperador Romano era Nerón, uno de los hombres más extremadamente injustos, inescrupulosos y crueles que alguna vez haya ostentado poder en el escenario mundial.

Como creyentes, “sabemos que… el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19), por lo que las estructuras de poder mundanas son, y siempre han sido, sistémicamente injustas en un grado u otro.

Incluso Estados Unidos, aunque fue fundado sobre el principio que todos los miembros de la raza humana “están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables,” mantuvo inapropiadamente un sistema de esclavitud forzada que privó a multitudes de los beneficios totales de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Muchas generaciones de personas de etnias africanas fueron por lo tanto legal -pero inmoralmente- relegadas a un estatus infrahumano. Según el censo de 1860, había cerca de cuatro millones de esclavos en la generación que estaba en servidumbre cuando Lincoln publicó la Proclamación de Emancipación.

La Guerra Civil y la abolición de la esclavitud no terminaron con la injusticia de manera automática. Pasaron cien años antes de que el gobierno federal prohibiera la segregación en lugares públicos y comenzara realmente a aprobar una legislación que salvaguardara los derechos civiles de todas las personas por igual. Hasta entonces, los esclavos liberados y sus descendientes en los estados del sur fueron literalmente relegados por ley a la parte posterior del autobús y, frecuentemente, tratados con desprecio o repudio debido al color de su piel.

Experimenté una pequeña muestra de lo que se siente al ser intimidado y discriminado en el sur de Estados Unidos en la década de 1960. Pasé mucho tiempo viajando por el Mississippi rural con mi buen amigo John Perkins, un conocido líder evangélico negro, predicando el Evangelio en escuelas secundarias de negros segregadas. Durante uno de esos viajes, mientras conducíamos por un camino de tierra, un sheriff local - un personaje abiertamente racista (como salido de la película En el Calor de la Noche) - me detuvo, me encerró en su cárcel y me acusó de alterar el orden. Él también confiscó (y se quedó con) todo mi dinero. Finalmente, me liberó sin presentar cargos. Supongo que consideró que el dinero que me robó fue una multa suficiente por hacer algo que él desaprobaba.

En aquellos días, cualquier apelación a las autoridades superiores habría sido infructuosa y, posiblemente, desfavorable. Todo lo que podía hacer era tratar de no provocarlo más.

Estaba ministrando nuevamente en Mississippi con John Perkins y un grupo de líderes de la iglesia negra en abril de 1968, cuando Martin Luther King Jr. fue asesinado en Memphis. Uno de los hombres que lideró nuestro grupo fue Charles Evers, jefe de la NAACP de Mississippi (Su hermano Medgar había sido asesinado en 1963 por el KKK). Cuando se supo la noticia del asesinato del Dr. King, fuimos a Memphis y, literalmente, horas después de que el Dr. King fuera asesinado, estábamos en el Motel Lorraine, de pie en el balcón donde fue asesinado. También se nos mostró el lugar donde James Earl Ray se paró en un inodoro para disparar el tiro fatal.

Deploro el racismo y toda la crueldad y el conflicto que produce. Estoy convencido que la única solución a largo plazo para cada tipo de animosidad étnica es el evangelio de Jesucristo. Solo en Cristo las barreras y los muros divisorios entre los grupos de personas han sido demolidos, la enemistad ha sido eliminada y las diferentes culturas y grupos étnicos han sido unidos en un pueblo nuevo (Efesios 2:14-15). Los líderes negros con quienes ministraba durante el movimiento por los derechos civiles compartían esa convicción.

Los evangélicos que más están hablando y que más están haciendo ruido en estos días acerca de lo que se conoce como “justicia social” parecen tener una perspectiva muy diferente. Su retórica ciertamente señala una dirección diferente, exigiendo arrepentimiento y reparaciones de un grupo étnico por los pecados de sus antepasados ​​contra otro grupo étnico. Es el lenguaje de la ley, no del Evangelio; y lo que es peor, refleja la jerga de la política mundana, no el mensaje de Cristo. Es una ironía sorprendente que los creyentes de diferentes grupos étnicos, ahora uno en Cristo, hayan elegido dividirse por su origen étnico. Tienen una verdadera unidad espiritual en Cristo, que parecen desdeñar en favor de facciones carnales.

La nueva obsesión del evangelicalismo con la noción de “justicia social” es un cambio significativo, y estoy convencido de que es un cambio que está alejando a muchas personas (incluidos algunos líderes evangélicos clave) del mensaje hacia una trayectoria que muchos otros movimientos y denominaciones han tomado en el pasado, siempre con resultados espiritualmente desastrosos.

A lo largo de los años, he librado una serie de batallas polémicas contra ideas que amenazan al Evangelio. Este reciente (y sorprendentemente repentino) desvío en busca de la “justicia social” es, creo, la amenaza más sutil y peligrosa hasta el momento. En una serie de publicaciones de blog durante las próximas semanas, quiero explicar por qué. Repasaré algunas de las batallas que hemos luchado para mantener el Evangelio claro, preciso y en el centro de nuestro enfoque. Veremos por qué la justicia bíblica tiene poco en común con la idea secular y liberal de la “justicia social”. Y analizaremos por qué la actual campaña para mover los problemas sociales como los conflictos étnicos y la desigualdad económica hacia la cima de la agenda evangélica presenta una amenaza tan importante para el mensaje real de la reconciliación del Evangelio.

Espero que usted vea que “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.” (1 Corintios 1:25); y que eso nunca es más cierto que cuando hablamos de la estrategia que Dios ha elegido para la difusión del Evangelio y el crecimiento del Reino de Cristo.

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