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Código: B180827

John MacArthur

No disfruto la controversia, y particularmente me disgusta el involucrarme en batallas polémicas con otros cristianos evangélicos. Pero como mis publicaciones previas en esta serie han demostrado, cuando el evangelio está siendo atacado desde adentro de la iglesia visible, tal controversia es necesaria. Y si pareciera que los desacuerdos intensos dentro de la iglesia han sido más la regla que la excepción, eso es debido a que los incesantes ataques en contra del evangelio, de parte de gente que profesa fidelidad a Cristo, ha venido en un desfile interminable desde el principio mismo de la era de la iglesia. No ha habido un periodo extendido en la historia de la iglesia cuando no haya sido necesario que las voces fieles monten una vigorosa defensa de uno o más de los principios bíblicos cardinales.

Ninguna de las controversias que he descrito en mis publicaciones previas han aparecido súbitamente. La controversia sobre el señorío, por ejemplo, fue un conflicto que muchos de nosotros vimos venir más de una década antes de que escribiera El Evangelio Según Jesucristo. El retorcido evangelio de los predicadores de la prosperidad tuvo sus raíces en el movimiento Pentecostal, comenzando en los albores del siglo veinte (XX). Normalmente podemos ver nubes de tormenta gestándose y anticipar desde donde vendrá el próximo gran ataque.

Pero ocasionalmente, una nueva amenaza a la simplicidad o claridad del evangelio parece hacer erupción con fuerza apabullante y de forma repentina. La controversia actual acerca de la “justicia social” y el racismo es un ejemplo de eso. Cuatro años atrás, no hubiera pensado que fuera posible que los evangélicos, creyentes en la Biblia, estén divididos sobre el tema del racismo. Como cristianos, nos unimos en nuestra afirmación del segundo gran mandamiento (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” - Levíticos 19:18). Por lo tanto, nos mantenemos unidos en contra de cualquier insinuación de animosidad racial.

El racismo es una mancha en la historia americana que ha dejado vergüenza, injusticia, y violencia horrible a su paso. La institución de la esclavitud y una costosa guerra civil dejó una división racial profunda y produjo un amargo resentimiento en cada bando. Ninguna persona sensible, sugeriría que todos los vestigios de esos males, fueron totalmente borrados por el movimiento de derechos civiles, de mediados del siglo (XX). La legislación de los derechos civiles, ahora resguarda el principio legal de la igualdad de derechos para todos los americanos, pero ninguna ley puede cambiar el corazón de alguien que está lleno de prejuicio y amargura.

De todas maneras, agradecemos que se ha hecho bastante progreso. Las relaciones raciales no son lo que eran cincuenta años atrás. La actitud americana ha cambiado. La supremacía blanca y todas las otras expresiones de un racismo deliberado, intencional e ideológico son condenados casi universalmente.

Como cristianos sabemos que el corazón humano es malvado, así que indudablemente todavía hay gente que secretamente alberga animosidad contra etnias que no son las propias. Pero cualquier expresión abierta de resentimiento, antipatía, o antagonismo deliberado en contra de algún grupo étnico será despreciado y enfáticamente rechazado por todo el espectro de la vida estadounidense dominante en la actualidad.

Por supuesto, la gente en todos lados todavía tiende a estar ajena o ser inconsiderada de las costumbres, tradiciones, valores comunitarios, y diferencias étnicas más allá de su propia cultura. El choque cultural es un problema universal, no un dilema americano único - y no es necesariamente una expresión de hostilidad étnica. Pero el desprecio americano por la intolerancia racial, es ahora tan aguda, que aun las insensibilidades étnicas o culturales accidentales son regularmente recibidas con el mismo enceguecido resentimiento, racismo amenazante - y aun un simple desatino social, es probable que sea tratado de la misma manera que la intolerancia. Hay personas, un número creciente de ellas, tan obsesionadas con este tema, que parecen capaces de encontrar prueba de racismo en prácticamente todo lo que es dicho o hecho por aquellos que no comparten su punto de vista.

Yo entiendo cuando personas no cristianas y llenas de resentimiento, arremeten contra otros de esa manera. Lo que no entiendo es porque cristianos creyentes de la Biblia aceptan esa causa. Pensé que la iglesia evangélica estaba viviendo la unidad verdadera en Cristo, sin importar la raza. Ciertamente esa ha sido mi experiencia en cada iglesia en la que alguna vez he estado, y es también lo que he visto en el mundo evangelio más amplio. No sé de ninguna iglesia evangélica autentica donde la gente sea excluida o aún más, menospreciada debido a su etnicidad o color de piel. El domingo recién pasado, en la noche, como hacemos cada mes, recibimos cerca de cien nuevos miembros en nuestra iglesia. Fue otro testimonio del amor de Dios cruzando todas las líneas étnicas, dado que el grupo estaba compuesto de hispanos, filipinos, chinos, ugandeses, nigerianos, mongoles, coreanos, ucranianos, armenios, lituanos, rusos, austriacos, gente de descendencia árabe, así como americanos negros y blancos.

Como cristianos, estamos reconciliados con Dios y unidos con Cristo. Entender esa doctrina es estar reconciliados unos con otros. Este es un énfasis primordial en todas las enseñanzas de la Biblia acerca de perdonarnos unos a otros, como Dios nos ha perdonado. Los cristianos no deberían ser los que se dividen sobre la raza en un ambiente cargado por el racismo. Somos los pacificadores y los amantes de todos los hombres. No buscamos venganza. Nosotros perdonamos setenta veces siete.

Y, sin embargo, mientras el problema de la división racial se ha transformado cada vez más en un foco en la academia secular, y en los medios de prensa, los evangélicos ansiosos por involucrar a la cultura han abordado el tema.

Desafortunadamente, muchos de los que han hablado acerca de este tema, simplemente han hecho eco de la sabiduría de este mundo, en lugar de afrontar el tema en una manera verdaderamente centrada en el evangelio. Como resultado, un discurso rencoroso sobre las diferencias étnicas ha eclipsado el evangelio y dividido a la iglesia, aun entre esos evangélicos quienes probablemente se describen a sí mismos como “cristianos centrados en el evangelio.”

Es muy común en estos días, que líderes cristianos abordando este problema, les pidan a las personas que nunca han albergado un pensamiento racista, a que confiesen culpabilidad por el racismo porque sus ancestros pudieron haber sido racistas. Expresiones de arrepentimiento han sido demandadas de evangélicos blancos, no por alguna transgresión real, sino porque se los percibe de haber sido beneficiados del “privilegio blanco”. Supuestamente, su color de piel automáticamente los hace culpables del racismo del pasado. Un líder evangélico influyente, en un artículo titulado “Esperamos Arrepentimiento por el Asesinato al Dr. King”, sugirió que la reconciliación racial en la iglesia no puede siquiera comenzar hasta que los cristianos blancos confiesen la complicidad de sus padres y abuelos en “el asesinato de un hombre que solamente predicó amor y justicia” (refiriéndose a Dr. Martin Luther King, Jr.).

Entonces, según esta perspectiva de “justicia social”, el color de piel de una persona puede automáticamente requerir una expresión pública de arrepentimiento, no simplemente por las maldades de la cultura de sus ancestros, sino también por crímenes específicos de los cuales él no pudo haber sido culpable.

No hay nada remotamente “justo” acerca de esa idea, y ciertamente nada relacionado al evangelio de Jesucristo. La respuesta a toda maldad en cada corazón no es arrepentimiento por lo que otro ha hecho, sino arrepentimiento por nuestros propios pecados, incluidos odio, enojo, amargura, o cualquier otra actitud o conducta pecaminosa.

Como cristianos comprometidos con la autoridad de la Escritura y la verdad del evangelio, tenemos mejores respuestas que las que el mundo puede dar a los problemas de racismo, injusticia, crueldad humana, y cualquier otro mal social. Tenemos la cruz de Jesucristo, y el Espíritu Santo quien nos hace crecer y nos conduce en todo amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23).

En los días venideros, quiero discutir esas respuestas, y específicamente como la Escritura dice que debemos responder cuando sufrimos erróneamente a manos de gente injusta, gobiernos corruptos o perseguidores hostiles. La respuesta del Nuevo Testamento a ese dilema no es en absoluto oscura o misteriosa.

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org 
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