by
El libro titulado Yo Soy Disfuncional, Tú Eres Disfuncional de Wendy Kaminer, desenmascaró gran parte de la mística de la psicología moderna.[1] Wendy Kaminer, I’m Dysfunctional, You’re Dysfunctional (Reading, MA: Addison-Wesley, 1992). La autora no pretende ser cristiana. De hecho, ella se describió a sí misma como “una abogada intelectual escéptica, humanista secular, judía, feminista.”[2] Wendy Kaminer, I’m Dysfunctional, You’re Dysfunctional (Reading, MA: Addison-Wesley, 1992), 121.
Sin embargo, ella escribió una crítica despiadada de la unión de la religión y la psicología. Ella distinguió que la religión y la psicología siempre se han considerado incompatibles la una con la otra. Ahora, ella ve “no solamente una tregua, sino una adaptación notable”.[3] Wendy Kaminer, I’m Dysfunctional, You’re Dysfunctional (Reading, MA: Addison-Wesley, 1992), 124. Aún desde su perspectiva como incrédula, ella podía ver que esta adaptación ha significado un cambio en el mensaje fundamental que los cristianos transmiten al mundo. Ella escribió:
Los escritores religiosos minimizarían o descartarían los efectos que la psicología tiene en la religión, negando firmemente que haya realizado cambios doctrinales, pero sí parece haber influenciado el tono y la presentación de los llamados religiosos…Los libros de codependencia cristiana, como los producidos por la clínica Minirth-Meier, en Texas, prácticamente no se distinguen de libros de codependencia publicados por autores seculares…Los escritores religiosos justifican su confianza en la psicología elogiándola por “entender” algunas verdades eternas, pero ellos también han encontrado una manera de hacer que las verdades temporales de la psicología resulten atrayentes.[4] Wendy Kaminer, I’m Dysfunctional, You’re Dysfunctional (Reading, MA: Addison-Wesley, 1992), 124-25.
Algunas de las críticas que Kaminer asestó contra los evangélicos son injustificadas o erróneas, pero está en lo cierto respecto a esto: El evangelicalismo ha sido infiltrado por una antropología-psicología-teología mundana que es diametralmente opuesta a las doctrinas bíblicas del pecado y la santificación. Como resultado de esta adaptación, la iglesia ha transigido e irremediablemente confundido el mensaje que tiene que proclamar.
La psicología y las terapias mundanas han usurpado el rol de la santificación en el pensamiento de algunos cristianos. La santificación psicológica se ha convertido en un sustituto de la vida llena del Espíritu.
Pero, ¿puede posiblemente la psicoterapia lograr algo que el Espíritu Santo no puede? ¿Puede un terapista terrenal lograr más que un Consolador celestial? ¿Es la modificación del carácter más útil que la santificación? Por supuesto que no.
El Paracleto
Para entender el rol crucial que el Espíritu Santo juega en satisfacer las necesidades internas de las personas, debemos volver a lo que Jesús les enseñó a Sus discípulos cuando Él les prometió que les enviaría el Espíritu Santo. Ocurrió en la noche en la que Jesús fue traicionado. Su crucifixión se acercaba, y los discípulos estaban temerosos y confundidos. Cuando Jesús les habló acerca de irse, sus corazones estaban atribulados (Juan 14:1). En esa hora de confusión, ellos temían que los dejase solos. Pero Jesús les aseguró que ellos no serían abandonados para defenderse por sí mismos. Él los consoló con esta promesa maravillosa:
"Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros." (Juan 14:16–17)
“Consolador” en el versículo 16 es la palabra griega paraklētos, que significa, alguien llamado para ayudar a otro. Primera de Juan 2:1 aplica el mismo término a Jesús mismo. “Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” La palabra a veces es traducida en español como “paracleto”.
Describe a un asistente, cuyo rol es ofrecer asistencia, socorro, apoyo y orientación, ¡un Consejero divino cuyo ministerio a los creyentes es ofrecer las mismas cosas que mucha gente vanamente busca en psicoterapia!
Las promesas que Jesús hizo acerca del Espíritu Santo y Su ministerio son asombrosas en su alcance. Veamos algunos de los elementos clave de este texto.
Un ayudante divino
La palabra traducida “otro” (allos) es la clave para entender la naturaleza del Espíritu Santo. El texto griego tiene una precisión que no es inmediatamente notable en español. La palabra significa “otro del mismo tipo,” como en “Esa galleta era sabrosa; ¿puedo comer otra?”
Al usar esta palabra, Jesús describe al Espíritu Santo como “otro [allos] Consolador [del mismo tipo]”. Él les estaba prometiendo enviarles a los discípulos un Consolador exactamente como Él mismo —un paracleto compasivo, amoroso, divino. Ellos se habían vuelto dependientes del ministerio de Jesús hacia ellos. Él había sido su Consejero admirable, Maestro, Líder, Amigo y les había mostrado al Padre. Pero, desde ahora en adelante, ellos tendrían otro Consolador, Uno como Jesús, para suplir las mismas necesidades que Él les había suplido.
Aquí, por primera vez, Jesús les dio a los discípulos una amplia enseñanza acerca del Espíritu Santo y Su rol. Notemos que nuestro Señor habló del Espíritu como una persona, no una influencia, no un poder místico, no como una fuerza fantasmal etérea e impersonal. El Espíritu tiene todos los atributos de la personalidad la (mente, Romanos 8:27; emociones, Efesios 4:30; y voluntad, Hebreos 2:4) y todos los atributos de la deidad (ver Hechos 5:3–4). Él es otro Paracleto, de exactamente la misma esencia de Jesús.
Hubo, sin embargo, una diferencia significativa: Jesús estaba retornando al Padre, pero el Espíritu Santo “estará con ustedes para siempre” (Juan 14:16). El Espíritu Santo es el Paracleto divino, constante, seguro, confiable, misericordiosamente dado por Cristo a Sus discípulos para que esté con ellos para siempre.
Un Guía a la verdad
Es notable que Jesús se refiriera al Espíritu Santo como “el Espíritu de verdad” (v.17); como un Paracleto, Él es el que nos guía a la verdad. Es por eso que, separados de Él, es imposible para los seres pecaminosos conocer o entender alguna verdad espiritual.
Jesús dijo, “al cual el mundo no puede recibir [a Él], porque no le ve, ni le conoce” (v.17). Haciéndose eco de esa verdad, Pablo escribió:
"Pero Dios nos las reveló a nosotros [cosas que el mundo no puede ver o entender] por el Espíritu…Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido…Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente." (1 Corintios 2:10, 12, 14)
Los creyentes son enseñados verdades espirituales, por Dios mismo (ver Juan 6:45). De hecho, gran parte del ministerio del Espíritu Santo para los creyentes consiste en enseñarles (Juan 14:26, 1 Corintios 2:13, 1 Juan 2:20, 27); guiándolos a la verdad de Cristo (Juan 16:13–14); e iluminando la verdad para ellos (1 Corintios 2:12).
Después de que Jesús ascendió al cielo, uno de los ministerios cruciales del Espíritu Santo fue traer a las mentes de los discípulos lo que Jesús había dicho y enseñarles lo que Él quiso decirles. “Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi Nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho.” (Juan 14:25–26)
Eso significa que el Espíritu Santo les permitió a los discípulos recordar las palabras precisas que Jesús les había hablado, así cuando las registraron en las Escrituras, estas palabras fueron perfectas y sin error. Esto aseguró que los relatos del Evangelio fueron registrados infaliblemente y que la enseñanza apostólica no fue adulterada.
Pero esta promesa de nuestro Señor también revela al Espíritu Santo como un Maestro sobrenatural que ministra la verdad en los corazones de aquellos en quienes mora. El Espíritu nos guía a las verdades de la Palabra de Dios. Él nos enseña, afirma las verdades en nuestro corazón, nos convence del pecado y, a menudo, trae a la mente verdades específicas y declaraciones de la Escritura que son aplicables a nuestra vida.
La presencia que mora
Mire un poco más de cerca las palabras de Jesús al final de Juan 14:17: “porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” Nuestro Señor estaba prometiendo que el Espíritu Santo tomaría residencia permanente y constante dentro de Sus discípulos. No era solo que el Espíritu estaría presente con ellos, la más grande verdad era que Él residiría dentro de ellos permanentemente.
Esa promesa no se limitó a los once apóstoles que estaban presentes esa noche. El Espíritu Santo mora en cada cristiano. En el versículo 23, Jesús dijo: “El que me ama, Mi Palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (énfasis agregado). Pablo, escribiéndole a los corintios, dice, “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cuál tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” Por lo tanto, cada creyente disfruta de la presencia permanente y continua del Espíritu Santo viviendo dentro de él.
El Espíritu Santo en la Consejería Bíblica
El nuevo nacimiento es la obra soberana del Espíritu Santo (Juan 3:8). Y cada aspecto del verdadero crecimiento espiritual en la vida del creyente es impulsado por el Espíritu, usando la verdad de la Escritura (17:17). El consejero que pierde ese punto experimentará fracaso, frustración y desaliento.
Solamente el Espíritu Santo puede producir cambios fundamentales en el corazón humano. Por lo tanto, el Espíritu Santo es el agente necesario en toda consejería bíblica efectiva. El consejero, armado con la verdad bíblica, puede ofrecer guía objetiva y pasos para el cambio. Pero a menos que el Espíritu Santo esté trabajando en el corazón del aconsejado, cualquier cambio aparente puede ser ilusorio, superficial o temporario y los mismos problemas —o peores— pronto aparecerán.
Conclusión
Es inútil seguir el camino de la psicología y mirar dentro de nosotros mismos para buscar las respuestas a nuestros problemas. Y ciertamente, es verdad que aquellas personas que se enfocan en sí mismas, sus traumas de la infancia, sus sentimientos heridos, sus deseos emocionales u otras fuentes egocéntricas, nunca encontrarán respuestas reales a sus problemas.
Sin embargo, el verdadero creyente, tiene un Consolador que mora en su interior. Él es el Espíritu Santo, quien aplica la verdad objetiva de la Escritura en el proceso de santificación. Sin embargo, Él no llama nuestra atención hacia adentro, ni hacia Él mismo. En cambio, dirige nuestro enfoque hacia arriba, hacia Cristo. Jesús dijo: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de Mí” (15:26).
En definitiva, el enfoque del aconsejado debe ser dirigido a Cristo. “Mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). Ése es el proceso de santificación. Y es la meta final de toda verdadera consejería bíblica.
(Adaptado de La consejería: Cómo aconsejar bíblicamente)