Como vimos en mi artículo anterior, la Escritura es clara con respecto a la necesidad y el propósito de la disciplina de la iglesia. Jesús otorgó autoridad divina a la iglesia local para administrar esa disciplina (Mateo 18:15–20). Pero el llamado a un pecador al arrepentimiento debe empezar siempre a nivel individual, antes de que escale al entorno corporativo de la iglesia.
Confinar el pecado
Jesús fue claro en que el proceso de disciplina siempre debe comenzar con un encuentro uno a uno. “Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos” (Mateo 18:15). La disciplina no es instituida por un comité. Si el ofensor se arrepiente, no hay necesidad en absoluto de involucrar a otros.
La disciplina, si tiene éxito, suprime los efectos del pecado, y a la vez limita el círculo de conocimiento. Lejos de divulgar innecesariamente el pecado de alguien, el proceso de disciplina limita el conocimiento de la ofensa tanto como sea posible. En la mayoría de los casos, si el arrepentimiento ocurre suficientemente pronto en el proceso, nadie más que el arrepentido y la persona que enfrenta, necesitan saber acerca de la ofensa.
Esa confrontación personal y privada prescrita en Mateo 18, también significa que la disciplina de la iglesia es responsabilidad de cada creyente en la iglesia. No es algo para ser delegado a los oficiales de la iglesia. De hecho, si usted ve a un hermano en pecado, la primera respuesta incorrecta es reportar su pecado a los líderes de la iglesia, o a cualquier otra persona. “Ve y repréndele estando tú y él solos” (Mateo 18:15).
Demasiados cristianos consideran la disciplina como el dominio exclusivo de los ancianos de la iglesia, pero ese simplemente no es el caso. La pureza de la iglesia es la preocupación de todo cristiano. La responsabilidad de enfrentar el pecado que contamina a la iglesia recae en la primera persona que toma conciencia del pecado. No lo deje para alguien más. No extienda el círculo de conocimiento más allá de lo necesario. Además, orar por el hermano que peca nunca se debe usar como una alternativa para obedecer el claro mandato de Cristo a confrontar.
Ese mandato de confrontar al hermano pecador nos lleva a otra pregunta crucial. ¿Cuáles pecados son causales del procedimiento disciplinario, descrito en Mateo 18?
Efectos restrictivos
En pocas palabras, la disciplina de la iglesia es la respuesta necesaria a cualquier ofensa que no se pueda pasar por alto sin causar daño al ofensor y al cuerpo de Cristo.
Necesitamos estar conscientes de esos parámetros. Pedro escribió: “Tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). La enseñanza de Pedro no estaba en oposición a la disciplina de los miembros no-arrepentidos de la iglesia, sino que era un recordatorio de que los cristianos deben pasar por alto los pecados contra sí mismos siempre que sea posible, y siempre deben estar listos para perdonar los insultos y la falta de amabilidad.
En algunas traducciones al inglés, Mateo 18:15 se ha traducido con dos sentidos algo diferentes. La mayoría de las versiones modernas dicen: “Si tu hermano peca, ve, y repréndelo” o algo similar. La versión King James dice, “Si tu hermano peca contra ti…” (énfasis agregado). Los manuscritos antiguos difieren en este punto. Algunos incluyen la expresión “contra ti”; otros simplemente dicen: “Si tu hermano peca”, implicando que debemos confrontarnos unos a otros, sea que el pecado nos victimice directamente, o no.
La variación textual termina siendo relativamente poco importante, cuando nos damos cuenta de que todos los pecados que justifican la disciplina son pecados contra todo el cuerpo de Cristo. Entonces, ya sea que el pecado de la otra persona sea directamente “contra usted”, o solo indirectamente (porque es un pecado que trae un reproche a todo el cuerpo), vaya y demuéstrele su falta en privado.
Algunos ejemplos de pecados cometidos directamente en su contra incluyen: si alguien lo ataca físicamente con ira, le roba, le engaña, le calumnia. La respuesta incorrecta en tales casos es tomar represalias de algún tipo, devolver mal por mal, guardar rencor o informar el pecado a otros sin haber ido primeramente al hermano. El amor por él exige que su respuesta inmediata sea una confrontación en privado.
Las ofensas indirectas contra usted incluyen cualquier pecado que provoque un reproche en la iglesia. Esto incluye los pecados que tienden a alejar al pecador de la comunión de los creyentes—como el comportamiento mundano habitual, la negligencia en los deberes espirituales, la pereza o incluso el error doctrinal. Cuando un hermano o hermana es alejado de nuestra congregación, esta pérdida afecta a todo el cuerpo. Por lo tanto, cualquier pecado que tiene el potencial de causar tal pérdida, es un pecado que debe ser confrontado.
Adicionalmente, cualquier pecado que trae reproche al nombre de Cristo, es un pecado indirecto en contra de nosotros, porque como embajadores de Cristo soportamos Su oprobio. Si usted observa a un hermano cristiano en una situación moralmente comprometedora, debe enfrentarlo. No ser el destinatario de la ofensa no le absuelve de su responsabilidad de confrontar el pecado de su hermano. Es precisamente el tipo de situación por la que Pablo reprendió a los corintios, de tolerar en medio de ellos (1 Corintios 5).
Inclusive, los pecados en contra de los no-cristianos están sujetos a la disciplina de la iglesia, porque esos pecados deshonran a Cristo ante los ojos del mundo, y traen un reproche que mancha a toda la congregación. Entonces, cualquier pecado que observe es motivo para instituir la disciplina de la iglesia—no sólo esos pecados por los cuales usted es directamente victimizado. En todos estos casos, su obligación es la misma: debe confrontar al ofensor en privado.
Habiendo dicho esto, es importante recordar lo que dije antes. La disciplina de la iglesia es la respuesta necesaria a cualquier ofensa que no se pueda pasar por alto sin peligro de que dañe al ofensor o al cuerpo de Cristo. Necesitamos ser conscientes de estos parámetros. El objetivo de la confrontación es el arrepentimiento, y los medios de confrontación siempre deben realizarse con un espíritu de amor, gentileza, paciencia y gracia. Lo último que la iglesia necesita es un ejército de detectives privados que se consideren a sí mismos como los únicos responsables de limpiar la iglesia del pecado.
Desafortunadamente, la confrontación privada no siempre resulta en arrepentimiento. Es por esa razón que Jesús delineó cuatro pasos en el proceso de disciplina de la iglesia. Vamos a verlos la próxima semana.
(Adaptado de La Libertad y el Poder del Perdón)