El exceso de confianza es un camino seguro para caer en la tentación y el pecado. Asumir que usted está más allá del alcance del mundo, inmune a sus engaños y libre de hacer lo que usted quiera, es a menudo el primer paso hacia la difícil realización de que usted no lo está.
Muchos creyentes en Corinto se sentían perfectamente seguros en sus vidas cristianas, y creyeron que ya habían llegado a la perfección. Ellos eran salvos, bautizados, bien enseñados, sin falta de dones espirituales y presumiblemente maduros. Ellos pensaban que eran lo suficientemente fuertes como para asociarse libremente con paganos en sus actividades ceremoniales y sociales, y no ser afectados moral o espiritualmente, siempre y cuando ellos no participaran en idolatría declarada o inmoralidad.
Pero en 1 Corintios 10, Pablo les dice que ellos se estaban auto engañando. Abusar de su libertad no solamente dañaba a los creyentes débiles, cuyas conciencias eran ofendidas, sino que también arriesgaba sus vidas espirituales. Ellos no podían vivir por mucho tiempo en el borde extremo de la libertad sin caer en la tentación y en el pecado.
El cristiano maduro y amoroso no trata de desplegar su libertad al extremo, para ver cuán cerca de la maldad puede llegar sin ser lastimado. En 1 Corintios 10:1–13, Pablo muestra cómo el mal uso de la libertad puede descalificarnos del servicio efectivo para Cristo.
Cuando un cristiano llega a confiar tanto en sus fuerzas que piensa que él puede manejar cualquier situación, él está excesivamente confiado y en un gran peligro de caer. La advertencia está resumida en 1 Corintios 10:12: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. El peligro no es caerse de la salvación, sino de caerse de la santidad y el ser útil en el servicio. Es un riesgo serio, y uno que el Señor no toma a la ligera.
Abusando los Privilegios Espirituales
Pablo usa a los israelitas como un ejemplo de exceso de confianza espiritual.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto”. (1 Corintios 10:1–5)
A pesar de que ellos disfrutaron los privilegios de ser el pueblo escogido de Dios, fallaron en permanecer fieles a Él. Ellos murmuraron y se quejaron. Ellos organizaron insurrecciones en contra de los líderes escogidos por Dios y pensaban en ídolos. Pablo describió los resultados de su exceso de confianza en 1 Corintios 10:5-10.
“Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor”.
Que Dios no estaba feliz con “los más de ellos” es una subestimación. Del gran número de israelitas que partió de Egipto, solamente dos, Josué y Caleb, fueron permitidos entrar a la Tierra Prometida. Aún Moisés y Aarón fueron descalificados.
Debido a la desobediencia todos, con la excepción de dos israelitas, “quedaron postrados en el desierto”. En otras palabras, sus cadáveres fueron enterrados por todo el desierto. Todo Israel había sido misericordiosamente bendecido, liberado y sostenido por el Señor en el desierto. Aun así, la mayoría de ellos falló el examen de la obediencia y el servicio. Ellos usaron mal y abusaron su libertad y sus bendiciones. En su egocentrismo y voluntad propia, trataron de vivir en el extremo de su libertad y cayeron en tentación; y luego, en pecado. El exceso de confianza fue su ruina.
No apto para el servicio
Los israelitas descalificados se volvieron ineptos para el servicio de Dios. Se convirtieron en lo que Pablo en otro lugar se refiere a vasos de deshonra. No se habían limpiado a sí mismos “de las pasiones juveniles”, y no habían seguido la “justicia, fe, amor y paz”. Consecuentemente, no fueron instrumentos “santificados, útiles al Señor, y dispuestos para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21–22). Ellos fueron esparcidos por del desierto como vasijas, piezas de utensilios rotos que eran inútiles.
Sus juicios ahora son “ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron” (1 Corintios 10:6). Esos que fueron “postrados en el desierto” (1 Corintios 10:5) no habían traído sus cuerpos bajo control, como Pablo había hecho con el suyo (1 Corintios 9:27), pero se habían entregado a todos sus deseos, lujurias y anhelos.
Un cuerpo controlado es útil para el Señor, uno complacido, no lo es. El cristiano que controla su cuerpo y su estilo de vida está calificado para servir al Señor; el que complace su cuerpo y es negligente en su estilo de vida, está descalificado.
(Adaptado de Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1 Corintios.)