Pocos aspectos de la vida de la iglesia ofenden más las sensibilidades modernas que la práctica de disciplina en la iglesia. Los dogmas contemporáneos del civismo y la tolerancia la mantienen fuera de las puertas de muchas congregaciones, fomentando una cultura de carnalidad descontrolada, pecado no arrepentido y falsas profesiones de fe.
Independientemente de qué tan liberal pueda ser una iglesia, siempre hay un umbral en el cual el pecado en aumento ya no puede ser ignorado. Inevitablemente, van a haber ocasiones en las cuales el pecado tendrá que ser confrontado. Y si la persona culpable se niega a arrepentirse, el resultado final puede ser la excomunión de la iglesia. Esto es cierto, principalmente, cuando el pecado del ofensor tiene el potencial de lastimar a otros o cuando la ofensa trae un reproche público al nombre de Cristo.
“La disciplina de la iglesia” es el término teológico usado para describir el proceso que las Escrituras esbozan, para tratar con el pecado en el rebaño. Es un término adecuado, porque, al igual que la disciplina de los padres, el objetivo principal de la disciplina de la iglesia es la corrección. Es exitosa cuando produce arrepentimiento y reconciliación. Cuando no es exitosa, termina en excomunión. Pero la restauración del pecador es siempre la meta deseada.
Hace un tiempo, tratamos este tema en nuestro programa de radio. Me sorprendieron las cartas que recibimos de gente que firmemente sentía que toda forma de disciplina en la iglesia fundamentalmente carece de amor. Un oyente, que admitió haber escuchado solamente parte de la transmisión, escribió:
El proceso entero de disciplina de la iglesia suena increíblemente controlador e insensible. No puedo creer que alguna iglesia amenace con excomulgar a sus propios miembros por lo que hacen en sus vidas privadas. ¡Y no puedo imaginar a una iglesia haciendo una declaración pública acerca del pecado de alguien! Lo que la gente hace en su tiempo personal es su asunto, no de toda la iglesia. Y se supone que la iglesia es el lugar donde la gente puede ir para aprender cómo superar su pecado. ¿Cómo podrán hacer eso, si han sido excomulgados? Si nosotros descartamos a nuestros propios miembros, no somos mejor que cualquiera de las sectas. No puedo imaginarme que Cristo alguna vez excomulgara a alguien de Su iglesia. ¿Acaso Él no buscó a los pecadores y evitó a aquellos que eran “más santos que tú”? Después de todo, los sanos no tienen necesidad de médico. Me alegra que mi iglesia no excomulga a sus miembros que pecan. ¡No quedaría ninguno de nosotros! ¡Pensé que el evangelio era todo acerca del perdón!
Esos comentarios reflejan muchos malentendidos generalizados y comunes acerca del tema.
En primer lugar, la disciplina de la iglesia no es antitética al perdón. De hecho, Jesús describe exactamente cómo el perdón debe funcionar cuando el pecado de un creyente afecta a todo el rebaño.
En segundo lugar, la disciplina bíblica no consiste en controlar de forma excesiva la vida de las personas. El tipo de ofensas que requieren confrontación y disciplina bíblica no son las transgresiones involuntarias, pequeños enojos o asuntos de simple preferencia. Son las serias violaciones de principios bíblicos claros —pecados que lastiman a otros creyentes, destruyen la unidad del rebaño y manchan la pureza de la iglesia. En tales casos, el pecado debe ser confrontado. Tales pecados no pueden ser encubiertos. Son como levadura, e ignorados, sus efectos perversos permearán toda la iglesia (1 Corintios 5:6).
En tercer lugar, la disciplina correcta no está en desacuerdo con el Espíritu de Cristo. Cristo mismo estableció este método para tratar con el pecado en el rebaño (Mateo 18:15–20). Si su opinión de Jesús es que Él nunca participaría o ni siquiera afirmaría la denuncia de un pecador rebelde e impenitente que profesó ser cristiano, usted tiene un entendimiento distorsionado de Cristo (Mateo 7:21–23; Apocalipsis 2:5; 2:22–23; 3:16).
En cuarto lugar, la disciplina aplicada correctamente no es incompatible con el amor. De hecho, lo contrario es verdad: Dios disciplina amorosamente a los creyentes que pecan (Hebreos 12:7–11). El proceso de Mateo 18 reconoce el rol legítimo de la iglesia como un instrumento tanto de exhortación amorosa y, en ocasiones, castigo divino. La disciplina de la iglesia aplicada correctamente, por lo tanto, representa el amor de Dios para Sus hijos.
En quinto lugar, el aspecto público de la disciplina es el último recurso, no el primer paso. El motivo de reportar la ofensa de una persona a la iglesia, no es lograr que los miembros de la iglesia ‘eviten’ al individuo que peca, sino precisamente lo contrario: alentarlos a buscar a esa persona en amor, con el objetivo de restauración.
La permisividad que resulta al evitar la disciplina conduce inevitablemente al caos. Esto es tan verdadero en la iglesia como lo es en la familia. Ningún adulto disfruta compartir con niños que nunca son disciplinados. De la misma manera, una iglesia que es indolente en lidiar con el pecado en el cuerpo, se vuelve intolerable para todos, excepto para los creyentes más inmaduros. Dejar de practicar la disciplina de la iglesia, por lo tanto, asegura que el crecimiento espiritual del rebaño quedará paralizado. Es también una manera segura de sufrir la ira de Dios (Apocalipsis 2:14, 20).
Las instrucciones de Jesús sobre la disciplina de la iglesia en Mateo 18 son claras e inequívocas. Por lo tanto, este tema es una buena prueba para determinar si una iglesia toma en serio la obediencia a Cristo. La gente a menudo me pregunta qué buscar en una iglesia. La disciplina coherente y apropiada se acerca a la cabeza de mi lista. Algo es seguro: una iglesia que no disciplina a sus miembros pecadores va a tener problemas permanentes y serios.
(Adaptado de La Libertad y el Poder del Perdón)