La Palabra de Dios no nos provee instrucciones detalladas para cada aspecto de la vida cristiana. Los creyentes son frecuentemente confrontados con situaciones, preguntas y decisiones acerca de las cuales la Escritura no dice nada. El pueblo de Dios ha sido liberado de la ley del Antiguo Testamento, pero esa libertad nos deja con un montón de decisiones importantes que tomar en las áreas grises de la vida.
Y esa realidad no es exclusiva de la iglesia moderna. Los creyentes en Corinto enfrentaron muchos asuntos que no eran abordados en el Antiguo Testamento, o en ninguno de los escritos apostólicos a los cuales tenían acceso. Le escribieron al apóstol Pablo para que los guiara (1 Corintios 7:1), y sus respuestas nos dan principios bíblicos y útiles que deben guiar nuestras decisiones, y cómo usamos nuestra libertad en Cristo.
En particular, Pablo exhorta a sus lectores a ser prudentes en la manera en la que ejercitan su libertad, considerando dos cosas: el ejemplo que le dan a los otros y el efecto de esas decisiones en sus propias vidas. En los próximos días, vamos a observar sus instrucciones para la iglesia de Corinto, empezando con su amonestación a considerarse los unos a los otros en las decisiones que toman.
Causar que un hermano tropiece
A través de su ministerio, Pablo repetidamente exhortó a sus lectores a que consideraran su influencia sobre los demás, para evitar arrastrar a otros creyentes al pecado. En Romanos 14:13, él escribió: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid —no poner piedra de tropiezo u ocasión de caer al hermano”.
Sus palabras hacen eco de la terrible advertencia de Cristo a la persona que conduce a otros al pecado: “Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos”. (Lucas 17:2)
Ese principio guía la respuesta de Pablo a la pregunta de los corintios. Mientras que algunos creyentes se habrían podido sentir libres de ejercitar su libertad, él se quería asegurar que su libertad para hacerlo no era la prioridad. En su lugar, la prioridad debe ser el crecimiento espiritual de los hombres y mujeres a su alrededor. Y él ilustra ese mismo punto en 1 Corintios 8:13 diciendo: “Por lo tanto, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano”.
Idolatría, adoración y comida
Así como cualquier otra cultura politeísta, la sociedad romana era altamente supersticiosa. No solamente los romanos tenían un dios o muchos dioses para cada aspecto de la vida diaria, ellos también creían en una variedad de espíritus malignos.
Los sacrificios de comida eran los más comunes, y particularmente, la carne. Los sacrificios eran divididos en tres partes —una parte sería quemada en el altar, mientras que las otras dos eran divididas entre los sacerdotes y los oficiales del templo. Y debido a que la adoración de ídolos dominaba la cultura, había a menudo un montón de carne que sobraba, que era vendida en el mercado.
Debió haber sido virtualmente imposible para los corintios evitar la carne de los sacrificios. Debido a que había sido sacrificada —y, por lo tanto, supuestamente limpiada de la influencia de espíritus malignos— era altamente cotizada y usualmente servida en banquetes, bodas y otras ocasiones sociales. Los cristianos podían quizás evitar algunos de esos eventos, pero si ellos tenían relaciones personales con alguien afuera de la iglesia, ellos probablemente enfrentarían tarde o temprano el dilema de comer carne sacrificada.
Parecía que había una división en la iglesia sobre cómo deberían de responder al ser enfrentados con carne que había sido dedicada a los ídolos. Muchos en la iglesia habían sido salvados de la cultura pagana romana, y cualquier actividad relacionada a la adoración de ídolos —aun el simple acto de comer— debe haber atribulado sus conciencias grandemente y trastornado su crecimiento espiritual.
No obstante, creyentes más maduros entendieron que la adoración de ídolos era vacía y vana, y que la carne era simplemente carne. Ellos comían con conciencias limpias, y probablemente fueron los que le escribieron a Pablo, pidiéndole clarificación e instrucción en el debate.
Conocimiento y amor
La respuesta de Pablo indica que los corintios incluyeron en su carta una defensa de comer carne sacrificada a los ídolos. En 1 Corintios 8:1, él reconoce lo que debió haber sido su primer punto en su defensa, con las palabras “sabemos que todos tenemos conocimiento”.
Por su cuenta, esa es una afirmación egotista, aun si es parcialmente verdad. Refleja un sentimiento de superioridad de saber y entender la Palabra de Dios —un sentimiento que Pablo inmediatamente socava en la última parte del verso: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica”.
Los corintios maduros sabían que los dioses paganos no eran reales y que la carne ofrecida a ellos no poseía ningún peligro espiritual. Pero ese conocimiento había vuelto el foco hacia ellos mismos. La verdad para ellos importaba, siempre y cuando afirmara sus deseos personales. Ellos eran insensibles hacia los demás, especialmente a esos en la iglesia corintia que no tenían “este conocimiento”. (1 Corintios 8:7)
Como Pablo había dicho previamente: “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo”. (1 Corintios 8:2) Su arrogancia probaba que ellos no sabían tanto como pensaban. Ellos deben de haber tenido el conocimiento doctrinal correcto, pero prácticamente, en sus relaciones con otros cristianos, actuaban con ignorancia. Al fallar en actuar en amor, su conocimiento se volvió inútil.
La respuesta de Pablo a los creyentes maduros puso el enfoque en donde debió haber estado todo el tiempo: en el otro grupo. En lugar de deleitarse en su libertad, ellos deberían de haber estado preocupados por el impacto que habría tenido en otros. Para ponerlo de otra manera, el hecho de que ellos podían comer con una conciencia limpia no significaba que deberían de hacerlo. Ellos necesitaban considerar a sus hermanos y hermanas en la iglesia, y cómo sus propias acciones podían ofender, confundir o debilitar la fe de un prójimo. Al ignorar eso, comer carne era un ejercicio de su arrogancia, no de su libertad.
Debemos tener esa actitud sacrificial cuando se trata de ejercitar nuestra libertad en Cristo. Solo porque sabemos que tenemos libertad, no significa que debemos explorarla al máximo. En cambio, debemos estar dispuestos a limitarnos a nosotros mismos en amor, por el beneficio de otros a quienes podríamos ofender con nuestras acciones.