¿Cómo navegan los creyentes las áreas grises de la vida? Con respecto a las actividades, diversiones, o cualquier cosa que la Palabra de Dios no trata específicamente, ¿cómo es que los cristianos responsables determinan qué pueden y qué no pueden hacer?
Si bien las áreas grises pueden variar según el tiempo y la ubicación geográfica, la iglesia siempre ha enfrentado problemas sociales, tendencias populares y conductas personales acerca de las cuales las Escrituras no hablan directamente.
Bailar, beber y fumar son algunos de los ejemplos clásicos, pero la vida postmoderna está llena de opciones en cuanto a eventos y actividades que no aparecen en la Palabra de Dios.
Típicamente, muchos creyentes gravitan a algunos de los dos extremos en respuesta a las áreas grises de la vida.
Legalismo
A algunas personas les encantan las reglas. Ellos se sienten más confortables con un ascetismo estrictamente regulado, gobernado por una larga lista de ‘hacer y no hacer’ que esperan que los demás sigan. Sistemas legalistas reducen la vida del creyente a un conformismo básico que él o ella están convencidos equivale a una espiritualidad verdadera.
En esta simplista, ‘blanco o negro’ manera de vivir, no hay necesidad para fe personal ni verdadero caminar en el Espíritu. En su lugar, el legalista está esencialmente viviendo la mentalidad descripta en la oración del fariseo en la parábola de Cristo de Lucas 18:11-12.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
En iglesias legalistas, el crecimiento espiritual es reemplazado por una adherencia rígida a las reglas, y el examen de madurez espiritual es simplemente lo que una persona hace o no hace.
Usted pudo haber pasado un tiempo en una iglesia como esa —una donde los principios bíblicos acerca de vivir la vida cristiana son más o menos superfluos. Y usted puede entender por qué ese sistema apelaría a hombres y mujeres en lucha y cansados. Después de todo, la conformidad es fácil, y la lista de ‘hacer y no hacer’ a menudo funciona automáticamente como una declaración de fe. No requiere un pensamiento crítico, no hay decisiones que tomar y no hay preguntas difíciles que contestar.
Pero así no es como los cristianos están supuestos a vivir. La virtud y la verdadera madurez espiritual no son alcanzadas por lo que la gente hace o no hace. Como Pablo escribió, “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley.” (Gálatas 3:21). El legalismo usurpa el trabajo del Espíritu Santo, esquivando la conciencia y estableciendo un estándar de justicia que es falso y elaborado por el hombre. Sacrifica las libertades cristianas, y junto con eso, cualquier oportunidad de crecer y madurar a través de la libertad. En su lugar, alienta la religiosidad vacía y la hipocresía arrogante de los fariseos.
Los legalistas creen que las reglas y lineamientos mantienen en línea a las influencias pecaminosas. Ellos intentan imponer la santidad a través de estándares estrictos y el separatismo. Pero la verdad es que su autoengaño farisaico es tan espiritualmente mortífero como una rebelión abierta y blasfema, si no más.
Libertinaje
El otro extremo es de la misma manera peligroso, pero por la razón opuesta. En lugar de someterse a una lista interminable de reglas rígidas, hoy, muchos en la iglesia se han ido hacia el lado opuesto, determinados a explorar y experimentar la totalidad de sus libertades. Usan su libertad en Cristo como una licencia para todo tipo de conductas, actividades y pasatiempos. Sin control, empujan contra todo límite y abrazan y disfrutan las cosas del mundo tanto como puedan.
De hecho, a no ser que algo esté estrictamente prohibido en las Escrituras, ellos lo prueban. Y alientan a otros también —a veces agresivamente. Haciendo alarde de su libertad, no pueden dejar de hablar acerca de lo que están escuchando, mirando y leyendo, a dónde están yendo, qué están comprando, qué están fumando o bebiendo, qué están tatuándose en sus cuerpos, o lo que sea que estén haciendo para expresar y disfrutar su libertad en Cristo. Y ellos no pueden entender por qué usted no hace lo mismo.
Ese tipo de espíritu libertino ha corrido desenfrenadamente en la iglesia en los últimos años, y sus consecuencias desastrosas son abundantemente evidentes. Muchos creyentes profesantes han sacrificado su verdadera libertad en Cristo y se han convertido en esclavos de búsquedas mundanas. Su testimonio ha sido manchado —o abiertamente contradicho— por su conducta, y su utilidad al Señor y Su iglesia, maniatado por su amor al mundo. La evidencia sugiere que ese tipo de cristianismo libertino no es nada más que una invitación a la tentación, la corrupción, y finalmente, el naufragio moral.
¿Qué podemos aprender de nuestra libertad?
Esos dos extremos conducen a prioridades y perspectivas peligrosamente desviadas. Los legalistas tienden a separarse a sí mismos y a forzar todo asunto gris en un molde ‘blanco o negro’ inflexible. Para ellos, todos los que están afuera de su castillo de reglas —incluyendo otros creyentes— son pecadores rebeldes. En el lado opuesto, el libertinaje mundano cauteriza sus conciencias, nublando cada línea hasta que las delimitaciones bíblicas que alguna vez fueron claras, ya no se pueden identificar. No consideran el ejemplo que están estableciendo o la tentación que ofrecen con sus estilos de vida —y cualquier instrucción acerca de la moderación disciplinada es denigrada como legalismo. Si bien esas dos visiones del mundo no podrían ser más diferentes, son las dos caras de la misma moneda. Las dos tienen la capacidad de confundir y corromper a los creyentes con respecto a su libertad en Cristo.
La libertad en Cristo no es algo para temer, ni tampoco es libertad para vivir en cualquier manera que elijamos. Es un regalo de Dios que a menudo sirve como el campo de prueba para nuestra fe, donde es probada, fortalecida, y refinada. Y como tal, debemos saber cómo usarla apropiadamente —y, sí— disfrutarla.
Con eso en mente, vamos a pasar las próximas semanas mirando a los límites bíblicos de nuestra libertad. John MacArthur cuidadosamente nos llevará a través de un número de principios importantes de 1 Corintios, donde Pablo explica cómo nuestra libertad en Cristo debe ser un beneficio espiritual a otros y a nosotros mismos.
Esta es una serie útil y práctica que usted no querrá perderse.
Jeremiah Johnson