Un pastor portador de armas, bebedor de cerveza y malhablado, salió recientemente en los titulares por manejar intoxicado. En una emocional disculpa a la iglesia, él confesó que había estado abusando del alcohol por años.
Mientras que la extensión de su alcoholismo había sido mantenida en privado hasta ahora, él había establecido su reputación, y la de su iglesia, alrededor del uso extremo de libertades cristianas. En un artículo publicado justo días antes de su arresto, él no hizo ningún intento de esconder su alcoholismo, boca sucia, o ningún otro aspecto de su vida y ministerio —por lo contrario, él los celebraba. Su colapso moral es un ejemplo poderoso del peligro de la confianza excesiva y falla de limitar bíblicamente la libertad personal.
Límites bíblicos
Los limites bíblicos de nuestra libertad en Cristo están detallados en el libro de 1 Corintios. En respuesta a la pregunta de los corintios acerca de los límites de la libertad cristiana, el apóstol Pablo trató dos factores importantes que ellos necesitaban considerar. El primero era que ellos debían estar dispuestos a sacrificar su libertad por amor a otros creyentes con conciencia más débiles. Él quería que ellos consideraran el impacto del ejercicio de su libertad sobre otros cristianos.
Su segunda advertencia acerca de los límites de la libertad fue recordarles del peligro del exceso de confianza. Pablo instruyó a los corintios a aprender de los israelitas después del éxodo de Egipto. Mientras que Israel se benefició de la presencia diaria y la provisión del Señor, ellos lo dieron por sentado, se fueron detrás de ídolos y se rebelaron contra Dios y Sus líderes elegidos.
Una advertencia apostólica
En 1 Corintios 10:11–12, Pablo ata los hilos de su ilustración del Antiguo Testamento y emite una advertencia a sus lectores.
“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.”
Los castigos que vinieron sobre los israelitas desobedientes no solamente fueron un ejemplo para sus compañeros hebreos, sino también para los creyentes de todas las épocas a partir de ese momento. Aún más que eso, fueron dados para nuestra instrucción, para el beneficio de los cristianos, esos “a quienes han alcanzado los fines de los siglos.” La palabra instrucción se refiere a más que una enseñanza ordinaria —significa amonestación, y lleva la connotación de advertencia. Es consejo dado para persuadir a una persona a cambiar su conducta a la luz del juicio.
Auto confianza y auto destrucción
Vivimos en una época considerablemente diferente que la de los hebreos en el desierto, bajo el mando de Moisés, pero podemos aprender una lección valiosa de su experiencia. Como ellos, podemos perder nuestra bendición, recompensa y efectividad en el servicio del Señor si, en exceso de confianza y presunción, llevamos nuestras libertades demasiado lejos y caemos en desobediencia y pecado. No perderemos nuestra salvación, pero fácilmente podemos perder nuestra virtud y utilidad, y podemos ser descalificados.
Cada creyente, especialmente cuando se vuelve seguro de sí mismo en su libertad cristiana y madurez espiritual, debería “mirar que no caiga.” Pablo expresa un principio importante que es articulado en Proverbios como “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18). Es fácil sustituir la confianza en Dios por confianza en nosotros mismos —aceptando Su guía y bendición y luego tomando el crédito por el trabajo que Él hace a través de nosotros. Es también fácil volvernos tan enamorados de nuestra libertad en Cristo que nos olvidamos de que le pertenecemos a Él, habiendo sido comprados con un precio y llamados a obediencia a Su Palabra y a Su servicio.
Exceso de confianza exhibida
La Biblia está llena de ejemplos de los peligros del exceso de confianza. El libro de Esther gira alrededor del plan de un hombre orgulloso y excesivamente confiado en sí mismo, que vio su plan volverse contra él mismo. El rey Asuero de Persia promovió a Amán como su segundo en mando, con instrucciones a que la gente se inclinase ante Amán, como si lo hicieran delante del rey. Mardoqueo, sin embargo, no se inclinaba delante de él, y cuando al orgulloso y arrogante Amán le fue dicho que Mardoqueo era un judío, él persuadió a Asuero a promulgar un edicto que le daría venganza en contra de todos los judíos en la tierra al poder matarlos. A través de la intercesión de la reina Esther, también una judía y sobrina de Mardoqueo, el rey promulgó un decreto completamente diferente, que les permitía a los judíos, y aun les alentaba, a que se defendieran a sí mismos —algo que hicieron con gran éxito. Amán fue colgado en la horca que él había preparado para Mardoqueo, a quien se les dieron las posesiones de Amán y el honor real que Amán había esperado para sí mismo.
Senaquerib, el rey de Asiria, se burlaba de Israel, presumiendo que su Dios no podría salvarle, así como los dioses de otras tierras no pudieron salvarlos. Un poco tiempo después, “salió el ángel de Jehová y mató a ciento ochenta y cinco mil en el campamento de los asirios; y cuando se levantaron por la mañana, he aquí que todo era cuerpo de muertos.” Unos pocos días después de que el rey derrotado regresara a Asiria, fue asesinado por dos de sus propios hijos, y un tercero lo sucedió en el trono (Isaías 37:36–38).
Pedro descubrió que cuando él creyó que era más fuerte y más confiable, de hecho, era más débil. Él le aseguró a Jesús “¡Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte!” Pero, como Jesús había predicho, antes del amanecer Pedro negó tres veces aún conocer a Jesús (Lucas 22:33–34, 54–62).
Los creyentes en la iglesia de Sardis estaban orgullosos de su reputación de estar vivos espiritualmente, pero el Señor les advirtió que verdaderamente estaban muertos y necesitaban arrepentirse (Apocalipsis 3:1–2). Si ellos no lo hacían, Él iba a venir sobre ellos como ladrón (Apocalipsis 3:3) —así como una noche, soldados enemigos bajo Ciro se infiltraron en la aparentemente inexpugnable acrópolis en Sardis, a través de una senda no vigilada. Un puñado de soldados treparon esa senda y abrieron los portones para el resto del ejército. La confianza excesiva condujo al descuido, y el descuido a la derrota.
Los creyentes seguros de sí mismo en Laodicea pensaron que ellos eran “ricos”, y “no necesitaban nada”, pero el Señor les dijo que ellos realmente estaban “desventurados, miserables, pobres, ciegos, y desnudos”. (Apocalipsis 3:17)
Limitando nuestra libertad
Los cristianos que se vuelven seguros de sí mismos se vuelven menos dependientes en la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios, y se vuelven descuidados en su vivir. A medida que el descuido aumenta, la apertura a la tentación aumenta y la resistencia al pecado disminuye. Cuando nos sentimos más seguros en nosotros mismos —cuando pensamos que nuestra vida espiritual es la más fuerte, nuestra doctrina la más sana y nuestra moral la más pura— deberíamos estar en guardia y más dependientes del Señor.
Por nuestro bien, así como el bien de los demás, necesitamos fielmente limitar nuestra libertad, de acuerdo a las instrucciones de Pablo. Amor por los hermanos debe dictar las expresiones externas de nuestra libertad, y necesitamos vigilantemente guardar nuestro interior en contra del descuido espiritual que viene por el exceso de confianza.
Al fin y al cabo, nuestra libertad no está destinada para nuestro entretenimiento o satisfacción. Es un regalo de Dios que debe ser usado para Su gloria y la edificación de Su pueblo. Cualquier otro ejercicio de nuestra libertad es un abuso.
(Adaptado de Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1 Corintios.)