La celebración de Navidad del mundo está ligada a una incongruencia inquietante. Por un lado, la gente hace grandes esfuerzos para apoyar y sostener la leyenda de Papá Noel, usando su mística benevolencia para influenciar buena conducta en sus niños. Por otro lado, ellos sistemáticamente minimizan la Persona y la obra de Cristo —la celebridad legítima de la festividad— al punto que el Señor no es nada más que un niño de plástico, congelado para siempre en la escena familiar de la Navidad. Ellos intercambian al único Cristo por un fraude sin valor.
La singularidad de Cristo
No ha habido otra persona como Jesucristo. Todo el Nuevo Testamento señala eso, enfatizando repetidamente la deidad de Cristo. Pero permítame dirigirle a un pasaje en particular, escrito por el Apóstol Pablo, que captura la esencia de la naturaleza divina de Jesús. Estas son las verdades que hacen de la Navidad algo maravilloso:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos, y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es el antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten; y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. (Colosenses 1:15–20)
La imagen de Dios
Irónicamente, algunas de las sectas que niegan la deidad de Cristo tratan de usar Colosenses 1:15–20 como soporte de su posición. Ellos sugieren, por ejemplo, que la frase “la imagen del Dios invisible” insinúa que Jesús fue simplemente un ser creado que llevó la imagen de Dios.
Pero Génesis 1:27 dice que esto es verdad de toda la humanidad. Fuimos creados en la semejanza de Dios. Llevamos su marca. Nosotros solo nos parecemos a Él. Jesús, por otra parte, es la imagen exacta de Dios.
La palabra griega traducida imagen es eikōn. Significa una réplica perfecta, una copia precisa, un duplicado —algo aún más como el original que la fotografía. Pablo está diciendo que Dios mismo está completamente manifestado en la Persona de Su Hijo, quien no es otro más que Jesús. Él es la imagen exacta de Dios. Como Él mismo diría: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Hebreos 1 es semejante a Colosenses en un número de puntos principales. Los dos pasajes explícitamente enseñan que Jesús es Dios. En cuanto a la declaración de que Cristo es el Hijo de Dios (Colosenses 1:15), por ejemplo, Hebreos 1:3 hace una afirmación idéntica: “Él es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia.” Cristo es para Dios lo que el tibio brillo de luz es para el sol. Él trae a Dios de una localidad cósmica a los corazones mismos de hombres y mujeres. Él da luz y vida. Él refleja la esencia misma de Dios. Así como el sol nunca estuvo sin su brillo, así también es entre Cristo y Dios. Ellos no pueden ser divididos, ni tampoco pueden existir el uno sin el otro. Ellos son Uno (Juan 10:30).
La Escritura repetidamente dice que Dios es invisible. “A Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18). Dios le dijo a Moisés, “No podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Éxodo 33:20). Jesús dice: “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Y, “nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).
Pablo, escribiendo a Timoteo, llamó a Dios invisible (1 Timoteo 1:17). Y aquí en Colosenses 1:15, Pablo también describe a Dios como invisible.
Colosenses 1:19 lleva esa verdad a un paso más adelante: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud.” Él no es simplemente un bosquejo de Dios. Él es completamente Dios. Colosenses 2:9 es aún más explícito: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Nada falta. Ningún atributo está ausente. Él es Dios en la manera más completa posible.
El cordero de Dios
¿Quién era este niño? Dios. Vemos esto claro ahora. Pero ¿por qué Dios se convertiría en hombre y nacería tan humildemente y permitiría al hombre tratarlo de la manera en que lo trató? ¿Por qué Jesús, a pesar de que “él es antes de todas las cosas” (Colosenses 1:17), y a pesar de que él “en todo [tiene] la preeminencia” (v.18), decide venir a la tierra como un bebé, sufrir el abuso que él sufrió, y morir una muerte tan dolorosa?
El apóstol Pablo nos lo dice claramente: “Por cuanto agradó al Padre…por medio de Él reconciliar todas las cosas…haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (vv.19–20).
Lo hizo para hacer la paz entre Dios y la humanidad. Todos habíamos pecado, y pecamos repetidamente: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Dios odia el pecado y debe responder con Su ira. Él es un juez justo quien “está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11). La humanidad reacciona con más odio, rebelión o indiferencia hacia Dios: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:18). La única respuesta posible de un Dios santo es más de lo que podemos soportar, porque “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “Si no se arrepiente, él afilará la espada; armado ya tiene su arco, y lo ha preparado” (Salmos 7:12).
Solo Jesús, porque solo Él es Dios y hombre, podría resolver el conflicto. Él vivió como un hombre, pero sin pecado, sufriendo toda tentación común al hombre, para poder ser nuestro sumo sacerdote compasivo: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Y a pesar que Él no tenía pecado, Él murió como un sacrificio, el cordero de Dios inmaculado (Juan 1:29), una ofrenda llevando nuestro pecado: “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:28). Consecuentemente, “habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).
En otras palabras, Él toma la mano del arrepentido, rendido pecador, y la mano estirada de un santo y amoroso Dios, y las une. Él puede perdonar nuestros pecados, reconciliarnos con Dios, y así hacer “la paz mediante la sangre de la cruz” (Colosenses 1:20). Y Dios no es reacio a que esto ocurra; por lo contrario, es la misma razón por la que Él envió a Cristo al mundo.
Dios está justificadamente enojado con el pecado de la humanidad. Aun así, Él nos ama lo suficiente para darnos a Su propio Hijo para vivir en la tierra, morir en la cruz y llevar nuestros pecados en Su propio cuerpo, sufriendo el peso completo de la ira de Dios, lo cual debería haber sido nuestro destino. Él pagó nuestra penalidad y restauró la paz entre Dios y nosotros. No pudo haber sido hecho de ninguna otra manera.

(Adaptado de El Milagro de Navidad)