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Seguramente ha escuchado la frase, “demasiado de algo bueno” aplicada a fiestas de comida chatarra, atracones de chocolate y maratones de película de toda la noche. Pero, ¿qué pasa cuando de lo que hablamos es de teología? ¿Es posible poner demasiado énfasis en un aspecto de la verdad bíblica? ¿Cuál es el costo de una visión teológica limitada?
El movimiento de la Hipergracia nos ofrece un caso irresistible de que es posible (y perjudicial) sobreenfatizar un aspecto de la verdad de Dios. Ellos son lo suficientemente sólidos en las doctrinas de la pecaminosidad del hombre, la gracia suficiente de Dios y la imputación de la justicia de Cristo. Pero tienden a ignorar (y a veces negar abiertamente) otros aspectos vitales de la verdad del evangelio-y de este modo, su enseñanza socava la obra de santificación en la vida cristiana.
Como vimos la última vez, ellos exageran el principio del pecado residual en los cristianos, y hacen de la gracia de Dios una caricatura. Ellos ignoran o subestiman el poder transformador de Dios en la regeneración y la nueva naturaleza del creyente en Cristo. De hecho, es difícil identificar cualquier diferencia en su descripción de los creyentes antes y después de la salvación. Huyendo de cualquier exhortación a la obediencia, prefieren hablar únicamente de la aplicación de la gracia de Dios. Tal visión acerca de la gracia, efectivamente se convierte en poco más que un "pase gratuito para salir de la cárcel".
Buenas obras distorsionadas
Pero no es solamente su entendimiento de la regeneración que está desvirtuado-su énfasis excesivo en la gracia también distorsiona asuntos prácticos de santidad y obediencia.
Aquí está Tullian Tchividjian, una de las voces líderes del movimiento, describiendo lo que lo llevó a dejar de pecar:
Si no estoy siendo amable [con mi esposa], y ella me corresponde con bondad, ¡eso no me hace querer ser menos amable! Me condena por ser desconsiderado y me hace querer ser amable… ¿Qué pasa con su corazón cuando está en el extremo receptor del perdón y no lo merece? Provoca algo dentro suyo que hace que ame más a Dios y a los demás. Desata un amor espiritual que viene directamente de Dios a nuestras vidas y se derrama en las vidas de otras personas. [1] Tullian Tchividjian,”Romans, Part 8” Coral Ridge Presbyterian Church, 16 de Marzo del 2014.
Es cierto, pero en el modelo de la Hipergracia, ningún otro motivo que no sea la gracia inmerecida se considera como una razón legítima para llamar a las personas al arrepentimiento o a la obediencia. Tchividjian toca ese mismo punto en el prefacio del libro Give Them Grace de Elyse Fitzpatrick.
El único tipo de aliento para nuestra obediencia, que honra a Dios, proviene del Evangelio (proviene de lo que Jesús ha hecho). En otras palabras, el poder de obedecer, viene de ser movido y motivado por la obra completa de Jesús por nosotros. [2] Tullian Tchividjian, En el prefacio del libro Given them Grace, de Elyse Fitzpatrick Wheaton: Crossway, 2011, p.13.
Fitzpatrick también se ha convertido en una fuerte defensora del movimiento de la Hipergracia, y ella repite algunos de los mismos sentimientos en su propia enseñanza. “¿Cómo puede pensar en todo lo que Cristo ha hecho por usted-en el amor constante, inmensurable y profusamente generoso de su Padre, y todavía vivir [en pecado]? [3] Elyse Fitzpatrick, An Open Letter to Mr. Grace-Loving Antinomian The Gospel Coalition, June 21, 2011
Mientras que sería necio discutir en contra del valor de las respuestas sinceras a la gracia de Dios, o que el Espíritu es incapaz de obrar a través de esas respuestas, es bíblicamente inválido decir que la gratitud es la única respuesta posible al evangelio, o que es el único motivo apropiado para la obediencia en la vida del creyente. La obediencia a Cristo puede ser producida por una serie de motivos legítimos-incluido el miedo del desagrado de Dios o el simple aborrecimiento del mal (Judas 23). Sobre todo, no debemos avergonzarnos de alentarnos unos a otros al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24). Se supone que los cristianos deben “hacer el bien, y ser ricos en buenas obras” (1 Timoteo 6:18). De hecho, debemos ser celosos de buenas obras (Tito 2:14).
Como vimos la última vez, hemos sido regenerados para buenas obras. El nuevo nacimiento nos equipa y capacita para la justicia:
Aun estando nosotros muertos en pecados, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), …Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:5, 10)
Nuestra obediencia es el fruto de la obra que Dios logró en nosotros. Él nos ha transformado por causa de la piedad.
Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios. (Ezequiel 11:19-20)
Las buenas obras que los creyentes hacen no son simplemente una respuesta opcional que tiene que elaborarse dentro de nosotros. Ellas son la prueba inevitable de la obra continua de Dios en nosotros, santificándonos y refinándonos a la imagen de Su Hijo por el testimonio de Su Palabra.
Santificación desvirtuada
Por supuesto que, sobreenfatizar el rol de la gracia también distorsiona su entendimiento de la santificación. Este es un ejemplo de Tchividjian.
Una de las insinuaciones cada vez que se habla de la doctrina de la santificación, es que mi esfuerzo, mis obras, mi búsqueda de santidad, mi fe, mi respuesta, mi obediencia y mi práctica de piedad me mantiene en las buenas gracias de Dios. Sin embargo, esto socava la clara enseñanza bíblica que las cosas entre los cristianos y Dios están resueltas para siempre debido a lo que Jesús alcanzó en la cruz…Cuando damos a entender que nuestras obras son para Dios y no para nuestro prójimo, perpetuamos la idea que el amor de Dios depende de lo que hacemos, en lugar de lo que Cristo ha hecho. [4] Tullian Tchividjian, “God Doesn’t Need Your Good Works . . . But Your Neighbor Does”, The Gospel Coalition, 10 de Diciembre del 2012
Esa es una dicotomía falsa, Jesús dijo que las buenas obras que sirven a nuestro prójimo, también le sirven y le honran a Él (Mateo 25:40). Muchos críticos han señalado que las enseñanzas de Tchividjian parecen inclinarse decisivamente hacia el antinomianismo-la creencia que la ley de Dios no aplica a los cristianos. Tchividjian niega esas afirmaciones, pero como usted vio arriba, su enseñanza acerca de la santificación plantea más preguntas de las que responde. ¿Buscar la santidad es siempre un intento legalista de ganar el favor de Dios? y ¿hay algún esfuerzo que el creyente pone para su crecimiento espiritual, que no sea inmediatamente descartado como obras de justicia?
El Apóstol Pablo dice que si lo hay, cuando escribe: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). En su epístola a los filipenses, Pablo aclara que él no ha alcanzado el nivel espiritual máximo, pero que siempre está disciplinándose a sí mismo para una mayor piedad.
No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:12-14)
¿Fue él culpable de perseguir justicia por medio de las obras? Es difícil de imaginar que tal declaración hubiera escapado la burla de los maestros de la Hipergracia, si lo hubiera dicho alguien más que no fuese el apóstol inspirado. Y si bien ellos no desearían discutir con el apóstol, ningún maestro de la Hipergracia probablemente haga mucho énfasis en ese texto u otros parecidos.
Subestimando el pecado
La diferencia entre la enseñanza de Pablo acerca de la santificación y la doctrina de la Hipergracia es que mientras Pablo reconoce y confiesa su pecaminosidad, él no la acepta o la usa como una excusa para sus fallas. Él estaba angustiado por ello (Romanos 7:21-24). Hay gran valor en ese tipo de dolor. De hecho, es otro motivo válido para el arrepentimiento (2 Corintios 7:9).
El movimiento de la Hipergracia, de alguna manera tiene una visión muy pobre del pecado y el arrepentimiento. Esta es una ilustración del arrepentimiento de Elyse Fitzpatrick, “Señor, perdóname hoy por mis pecados. Te agradezco que me amas a pesar de mis fallas.” [5] Elyse Fitzpatrick,Give Them Grace Wheaton: Crossway, 2011, p. 55.
Eso no es arrepentimiento. No hay indicio de un arrepentimiento piadoso o verdadero remordimiento -simplemente otra invocación de perdón casual.
Contraste eso con la súplica de David en el Salmo 51.
Ten piedad de mí, oh Dios,
Conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades
Borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio. (Salmo 51:1-4)
Esa debe ser la respuesta de cada creyente a su pecado. Necesitamos estar quebrantados y contritos por nuestro pecado. Después de todo, el pecado es contrario a nuestra nueva naturaleza e indicativo de nuestra corrupción pasada, y una desgracia en el testimonio de Dios y Su iglesia. Necesitamos arrepentirnos de él seriamente -no barrerlo impulsivamente debajo de la alfombra, y llamar a eso “gracia”.
En su comentario de Romanos 7, John MacArthur escribe esto acerca de la reacción de los creyentes hacia su propio pecado:
Todo cristiano honesto y bien enseñado está al tanto de que su vida está muy alejada del estándar perfecto de justicia de Dios y que retrocede y cae en pecado con frecuencia perturbadora. Él ya no pertenece a su padre anterior, el diablo (Jn. 8:44), ya no ama al mundo (1 Jn. 2:15), y para siempre ha dejado de ser un esclavo del pecado, pero todavía sigue sujeto a su capacidad de engaño y se ve atraído hacia muchos de sus encantos, por así decirlo. De todas maneras, el cristiano no puede sentirse feliz con su pecado, porque es algo contrario a su nueva naturaleza y porque él sabe que aflige a su Señor, así como a su propia conciencia. [6] John MacArthur, Comentario MacArthur Del Nuevo Testamento: Romanos (Grand Rapids, MI.: Editorial Portavoz, 2010), p.429.
Sí, debemos tener una comprensión y un aprecio adecuados por la gracia de Dios, y el consuelo y seguridad que proporciona. Pero también debemos tener una visión bíblica y equilibrada de nuestro pecado-y particularmente de cómo lidiar con él, por el bien de un mayor crecimiento espiritual y piedad. No entender cómo los dos se corresponden en la obra santificadora de Dios distorsiona toda su visión de la vida cristiana.
Para más información acerca del movimiento de la Hipergracia, y una profunda discusión de sus enseñanzas, le recomendamos los siguientes recursos.
“Elementos de un sacrificio vivo” por John MacArthur
“Los engañosos refranes del movimiento de la Hipergracia” Parte 1 y Parte 2 por Wayne de Villiers
“El Nuevo Antinomianismo” por Jerry Wragg
“Gracia, Buenas Obras y el Evangelio” por Jerry Wragg
“Santificación: La búsqueda del cristiano de la santidad dada por Dios” por Michael Riccardi