Las iglesias sufren cuando los comités de búsqueda de pastores están más informados por el mundo corporativo que por la Palabra de Dios. Preferencias acerca del estilo, personalidad, apariencia, locuacidad, habilidades de gestión y sentido del humor, a menudo influencian considerablemente el proceso de tomar la decisión, ocultando las instrucciones claras de la Palabra de Dios acerca de las calificaciones para los líderes de la iglesia. A menudo, el resultado trágico es que la iglesia no puede diferenciar entre asalariados no-calificados y verdaderos pastores.
Pero no debe de ser así. Los cristianos tienen la ventaja de saber en términos simples qué es lo que Dios quiere que busquen en un pastor. En 1 Timoteo 3:2–3, Pablo explica los estándares de Dios para los pastores, sintetizado en la palabra “irreprensibles”. Ese pasaje claramente muestra que Dios está primeramente preocupado por el carácter moral de un pastor, antes que sus habilidades. De todas maneras, Él incluye una habilidad crucial —la habilidad de enseñar.
Algunos se preguntarán por qué Pablo presenta esta calificación en una lista de cualidades morales. Él lo hace porque la enseñanza efectiva está tejida en el carácter moral del maestro. Lo que un hombre es no puede estar divorciado de lo que él dice. “Aquél que tiene la intención cuando habla”, escribe Richard Baxter, “seguramente hará lo que habla”.
Un anciano debe ser un maestro calificado y efectivo, quien trabaja arduamente en sus estudios y proclamación (1 Timoteo 5:17). Esa es la calificación que lo distingue de un diácono. Dado que la responsabilidad primaria de un obispo es predicar y enseñar la Palabra de Dios, tener habilidad para eso es crucial.
Predicar y enseñar la Palabra de Dios es la tarea primaria de los ancianos (1 Timoteo 4:6-16; 2 Timoteo 2:15). Fue para ese propósito que ellos le fueron dados a la iglesia (Efesios 4:11–12). Mientras que todos los creyentes son responsables de pasar las verdades que ellos han aprendido en la Palabra de Dios, no todos tienen los dones para predicar y enseñar (1 Corintios 12:29). Sin embargo, quienes aspiran al trabajo pastoral deben ser dotados para ello.
¿Qué criterio identifica a un hombre como maestro calificado?
Primeramente, como lo notamos arriba, un maestro calificado debe tener el don de la enseñanza. No es simplemente la habilidad natural que hace a alguien un buen maestro; el don bíblico de enseñanza es la capacitación del Espíritu Santo para enseñar efectivamente las verdades de la Palabra de Dios (1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6).
En segundo lugar, un maestro calificado debe tener una profunda comprensión de la doctrina. Pablo instruyó a Timoteo que, “serás un buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Timoteo 4:6). Richard Baxter lo pone de esta manera:
Él no debe ser un bebé en el conocimiento, el que vaya a enseñarle a los hombres todas esas cosas misteriosas que deben de saber para ser salvos. O qué calificaciones son necesarias para un hombre que tiene tal cargo sobre sí mismo.
Cuanto más profunda sea la reserva de conocimiento doctrinal que un hombre tiene, más eficiente y aplicable será su enseñanza.
En tercer lugar, un maestro calificado debe tener una actitud de humildad. Enseñar la verdad con una actitud arrogante sólo sirve para socavar las verdades mismas que son enseñadas. El púlpito no es una plataforma para que los pastores jueguen a ser el Papa. La numerosa cobertura de la prensa acerca de pastores actuando como dictadores solo sirve para reforzar la necesidad de humildad en nuestros púlpitos. Aquellos que están propiamente calificados en manejar la Palabra de Dios serán propiamente humillados por la misma.
Pablo le recordó a Timoteo que,
Porque el siervo del Señor no deber ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad. (2 Timoteo 2:24–25)
En cuarto lugar, un maestro calificado está marcado por una vida de santidad. Pablo le dice a Timoteo “ejercítate para la piedad” (1 Timoteo 4:7), “y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Timoteo 6:11). Él debe ser creíble, y vivir lo que enseña. Pablo exhorta a Timoteo, “sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). El maestro debe ser el prototipo de lo que le pide a su gente que sea.
En quinto lugar, un maestro calificado debe ser un estudiante diligente de la Escritura. En el familiar pasaje de 2 Timoteo 2:15, Pablo escribe: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”
En sexto lugar, un maestro calificado debe evitar el error. Cuando los hombres que buscan preparación para el ministerio van a escuelas que no honran la Palabra de Dios, es trágico. La presión por abandonar las convicciones bíblicas a menudo es abrumadora, y muchos se dejan llevar por la corriente académica de la apostasía liberal. Pablo advierte repetidamente a Timoteo que evite las falsas doctrinas (1 Timoteo 4:7; 1 Timoteo 6:20; 2 Timoteo 2:16). Es un consejo sabio también para nosotros.
Finalmente, un maestro calificado debe tener gran valentía y convicciones sólidas. Él no debe abandonar la verdad y hacer naufragar su fe (1 Timoteo 1:18–19). Al final de su ministerio, él debería poder decir con Pablo: “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).
En resumen, el hombre que es un maestro competente de la Palabra de Dios debe ser espiritualmente dotado para hacerlo, tener un profundo conocimiento de las verdades bíblicas, enseñar en un espíritu de humildad genuina, modelar una vida santa, estudiar la Escritura diligentemente, evitar la falsa doctrina y ser un hombre de gran valentía y convicciones sólidas.
El púlpito no es un punto de venta para visionarios egoístas, quienes son los héroes de sus propias ilustraciones. Dios es el protagonista central de Su propia revelación y los predicadores calificados solo son aquellos que exponen correctamente lo que Dios nos está diciendo en Su Palabra.
El llamado para predicar la Palabra de Dios es un llamado supremo, que exige una experiencia excepcional en el manejo de la revelación escrita de Dios al hombre. Siempre debería de ser recibido con temor, porque quienes enseñan se encuentran bajo un juicio de Dios más estricto (Santiago 3:1).
(Adaptado del: Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito.)