Estar en el ministerio bíblico por el dinero es una severa y perversa corrupción. Al contrario del modelo que a menudo vemos hoy en día, el trabajo pastoral y liderazgo en la iglesia no deben verse como caminos a la riqueza y la fama. De hecho, los hombres que llevan el amor al dinero dentro del ministerio están en la vía rápida de convertirse en falsos maestros (1 Pedro 5:2; 2 Pedro 2:1–3, 14).
En su lista de calificaciones para los líderes de la iglesia, Pablo incluye el vital recordatorio que los pastores piadosos deben ser “no codiciosos de ganancias deshonestas” (1 Timoteo 3:3). Una prohibición similar es encontrada en Tito, donde Pablo escribe que un anciano calificado es “no codicioso de ganancias deshonestas” (Tito 1:7). Esa frase es traducida por un compuesto de aischros (“inmundo, vergonzoso, de baja ley”) y kerdos (ganancia, lucro, codicia), y se refiere a una persona que, sin honestidad o integridad, busca riquezas y prosperidad material a cualquier costo. Pablo dice que tal hombre no es apto para el ministerio.
Eso no significa que a los pastores piadosos no se les debe pagar. Todos los cristianos, incluidos los pastores, tienen el derecho de mantenerse a sí mismos y a sus familias. Jesús dijo que “el obrero es digno de su salario” (Lucas 10:7). Pablo escribió a la iglesia en Corinto, “si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? ... Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que “vivan del evangelio” (1 Corintios 9:11, 14). Un pastor no sólo tiene el derecho de ganarse la vida, sino que tiene el derecho de ser pagado por aquellos a quienes ministra.
De todas maneras, desde el comienzo de la iglesia, los falsos maestros entraron al pastorado simplemente para ganarse la vida de manera fácil. Ellos eran “hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6:5). Ellos estuvieron en el pastorado por el dinero y no para servir al Señor y a Su pueblo. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento.” Pablo continuó diciendo:
Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. (vv. 6–11)
Pablo usó el término “hombre de Dios” como un término técnico para pastores y ancianos (ver también 2 Timoteo 3:17) en la misma manera que a menudo fue usado acerca de los profetas en el Antiguo Testamento (2 Reyes 1:9, 11). Así como aquellos en la iglesia primitiva, los falsos profetas y maestros en el Antiguo Testamento eran “pastores mismos que no saben entender; todos ellos siguen sus propios caminos, cada uno busca su propio provecho, cada uno por su lado” (Isaías 56:11). Pedro amonestó a pastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros,” él dijo, “cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente, no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2).
A la luz de tales claras advertencias y prohibiciones bíblicas, es increíble que algunos falsos maestros y predicadores de la prosperidad no solo sobrevivan, sino que prosperen —algunos, durante décadas. La iglesia ha sido invadida por ladrones descarados que usan la fachada del ministerio para cubrir sus esquemas piramidales y ventas de aceites de víboras. Ellos son lobos que se aprovechan de la credulidad de las personas buscando un atajo hacia la bendición y riqueza espiritual. Para hombres y mujeres como estos, el ministerio no es nada más que un juego de confianza.
Compare esto con la perspectiva financiera de Pablo acerca del ministerio. Él le dijo a los Filipenses “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11), y les aseguró a los ancianos de Éfeso que durante sus tres años de ministerio en la ciudad, “ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hechos 20:33). Pablo fue fiel al trabajo al que el Señor lo había llamado, sin importarle la recompensa. Y en al menos una ocasión, él sacrificó su propia recompensa financiera por el bien del ministerio (2 Corintios 11:7–15).
Un pastor piadoso no es codicioso, tacaño o financieramente ambicioso. Su enfoque no está en su cuenta bancaria, sino en la edificación de la iglesia, un mayor crecimiento espiritual y santidad —ésa es su verdadera recompensa. Un hombre cuya prioridad es otra, no está calificado para el ministerio.

(Adaptado del: Comentario del Nuevo Testamento MacArthur: 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito)