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Introducción
Recibimos muchas peticiones de líderes de iglesias de todo el mundo pidiendo consejo conforme enfrentan órdenes de confinamiento por el COVID-19 y otras restricciones mandadas por el gobierno sobre la adoración. Este es un relato breve de cómo nuestra iglesia respondió a los esfuerzos del gobierno por evitar que nuestra congregación se reuniera, un índice de algunas cosas que hemos aprendido y unos cuantos principios bíblicos importantes para tenerlos en cuenta conforme usted considera cómo usted y su iglesia deben responder bíblicamente.
Estamos convencidos de que la intromisión gubernamental en las libertades humanas básicas constituye una amenaza más intimidante para los individuos, un impedimento más grande para la obra de la iglesia y una calamidad mayor para toda la sociedad que cualquier pestilencia u otro desastre natural. Estos son tiempos difíciles, que llaman a una respuesta seria, bíblica y sabia por parte de líderes de la iglesia y sus congregaciones.
Una historia breve
El COVID-19 comenzó a llegar a los titulares internacionales a principios del 2020, y para mediados de marzo, los gobiernos estatales y locales en Estados Unidos publicaron decretos de emergencia restringiendo reuniones de personas numerosas. En ese momento, las autoridades de salud estaban advirtiendo que el COVID podría causar una ola de muerte y desastre a un nivel tan alto, que alcanzaría proporciones entre la epidemia de gripe española de 1918 y la Muerte negra en la Europa del siglo XIV. Las principales agencias de noticias reportaron que la gente estaba literalmente muriendo en las calles en China. Un reportaje incluyó una morgue en la ciudad de Nueva York en la que los cuerpos estaban apilados como leña. Naturalmente, dichos relatos provocaron un alto nivel de temor público.
A mediados de marzo, se impuso a los californianos un confinamiento obligatorio a nivel estatal. Inicialmente, las autoridades gubernamentales de salud dijeron que esperaban una cuarentena de dos semanas (“quince días para reducir la velocidad de la propagación”). La meta original no era eliminar el virus completamente (los epidemiólogos sabían que era imposible), sino asegurarse que los hospitales no estuvieran abrumados hasta que más instalaciones para tratamiento pudieran ser preparadas. Debido a que la gravedad real de la amenaza todavía era desconocida y la cuarentena supuestamente iba a ser razonablemente corta, los ancianos de Grace decidieron suspender los servicios públicos mientras que continuamos transmitiendo sermones en vivo desde el púlpito en el auditorio del Centro de adoración.
Pasaron más de seis semanas sin que la cuarentena ordenada por el gobierno fuera quitada. Mientras que los reportes de los medios de comunicación y las predicciones del departamento de salud continuaban siendo calamitosos, el impacto real del virus en nuestra congregación sólo fue ligeramente peor que la gripe anual. Relativamente hablando, pocos congregantes dieron positivo y por lo general, se recuperaron rápidamente. Fue obvio rápidamente (y las estadísticas del CDC lo probaron) que la gente saludable en sus cincuentas o más jóvenes no estaban en peligro mortal inminente por la propagación del COVID-19.
Para mediados de mayo, comenzaron a regresar muchas personas el Domingo por la mañana de forma espontánea. El auditorio ya estaba lleno para principios de junio. Difícilmente, alguien traía tapabocas, y debido al espacio limitado en el campus de la iglesia, el distanciamiento social no era una opción. Entonces, las autoridades de salud del condado aumentaron sus esfuerzos por cerrar las puertas de Grace a los asistentes. El 24 de Julio, frente a nuevos mandatos de emergencia dirigidos específicamente a endurecer el control sobre las iglesias, los ancianos de Grace publicaron una declaración, “Cristo es la cabeza de la iglesia, no el César”. La declaración da un razonamiento bíblico breve de por qué la iglesia debe congregarse y concluye, “no podemos aceptar y no nos inclinaremos ante las restricciones intrusivas que los funcionarios del gobierno ahora quieren imponer a nuestra congregación”.
Las secuelas incluyeron un juicio prolongado en el que la iglesia defendió la postura de que el estado no tiene autoridad legal para imponer un cierre a largo plazo como ese, sobre los lugares de adoración. Casi exactamente un año después de que la declaración de los ancianos fue publicada, el juicio fue resuelto a favor de la iglesia, y de esta manera, justificó la postura que Grace adoptó.
El curso de acción que seguimos refleja nuestra convicción bíblica inamovible de que no debemos darle a César lo que le pertenece a Dios. El Señor no le ha concedido al gobierno civil autoridad alguna para regular los términos y circunstancias de la adoración de la iglesia. Esa prerrogativa le pertenece solo a Cristo.
Lo que sigue es un resumen breve de algunos hechos acerca del COVID que nos convencieron que el virus, mientras que no se le puede restar importancia, no es una amenaza tan seria como para que obligue a las iglesias a abstenerse de reunirse como el pueblo de Dios.
Hechos del COVID
La tasa de mortalidad debido al COVID ni siquiera se acerca a las aterradoras predicciones originales. A principios del 2020, la mayoría de los responsables de tomar decisiones estaban citando predicciones de un investigador llamado Neil Ferguson, un profesor en el Imperial College en Londres. Ferguson predijo con confianza que más de 2.2 millones de personas en Estados Unidos morirían de COVID en un lapso de tiempo de 3 meses. Aunque esa predicción rápidamente mostró ser excesiva en extremo, las autoridades gubernamentales continuaron citando el modelo de Ferguson como justificación para prolongar los confinamientos. En lugar de reconocer que el COVID-19 no es la pandemia del día del juicio final que tantos habían predicho, afirmaron categóricamente que las cantidades reducidas eran prueba de que los confinamientos estaban funcionando.
Para entender mejor los hechos: el modelo de Ferguson predijo que más del 81 por ciento de estadounidenses se infectarían con el virus, y por lo menos 1 por ciento de los que se infectaran, morirían. Fue una sobreestimación colosal de la severidad del virus. Más de dieciocho meses después, las estadísticas acumuladas para el estado de California, mostraron que menos del 12 por ciento había dado positivo para el virus, y la tasa de mortalidad entre la gente infectada fue únicamente de alrededor de un décimo de lo que el modelo de Ferguson predijo.
Además, las cantidades que están registradas en este momento, probablemente están infladas y ciertamente exageradas de manera excesiva por los medios de comunicación, en comparación a epidemias recientes de gripe, como también los brotes de SARS y MERS. Los investigadores reconocieron desde el principio que un patrón implacable de reportes exagerados y estadísticas infladas estaba aumentando innecesariamente el temor público y promoviendo malas decisiones gubernamentales. Un proyecto publicado en abril del 2020 por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos en los Institutos Nacionales de la Salud (sus siglas en inglés son NIH), enumeró una docena de maneras en las que los reportes falsos, sensacionalistas y exagerados de los medios de comunicación, estaban haciendo que fuera difícil evaluar la situación del COVID de manera objetiva. En parte, el proyecto dijo, “Es claro que el brote de coronavirus de este año no tiene precedentes en la cantidad de atención que ha recibido. Los medios de comunicación se han aprovechado de la curiosidad, la incertidumbre y el horror…Otros coronavirus probablemente han infectado a millones de personas y han matado a miles. No obstante, es solo este año que cada caso y cada muerte es transmitido con alerta roja por las noticias”.
La mortalidad infantil debido al COVID es significativamente más baja que los niveles normales de gripe. Más de dieciocho meses después de que casi todas las escuelas en el país fueron cerradas (y con muchas que todavía no han abierto), los Centros para el control de enfermedades (sus siglas en inglés son CDC) contaron tan solo más de 400 personas jóvenes (0-17 años de edad) que murieron de COVID. En comparación, durante solo seis meses en el pico de la temporada de gripe 2017-18, se estima que 643 del grupo de la misma edad, sucumbió ante la gripe—lo cual significa que el virus típico de la gripe es de unas cinco veces más mortal para los niños que el COVID-19.
Solamente los tiroteos de niños en Chicago han superado en gran medida a las muertes pediátricas por COVID en el estado de Illinois. En los primeros ocho meses del 2021, 35 niños murieron debido a la violencia de armas de fuego en Chicago. Durante ese mismo período de tiempo, en todo el estado, 15 niños murieron debido a COVID.
Mientras tanto, las políticas de confinamiento impuestas por el gobierno han sido catastróficas para la salud mental de los niños. Las severas restricciones impuestas en las actividades comunes de los niños impiden el desarrollo físico, espiritual e intelectual normal de todo niño. Por lo tanto, debido a varias órdenes estrictas, el cierre obligatorio de iglesias, escuelas, áreas de juegos e incluso playas, ha hecho mucho más daño real al bienestar de los niños, que el COVID. Según el CDC, los intentos de suicidio de niñas de 12 a 17 años de edad, aumentaron 50.6 por ciento entre el 21 de Febrero y el 20 de Marzo del 2021. Virtualmente, todos los niños en escuela pública se perdieron más de un año de instrucción en persona, y una multitud de otros problemas físicos y de salud mental también aumentaron en grandes márgenes. Hay muchas estadísticas que muestran que los confinamientos han causado un aumento dramático entre los niños y adolescentes en adicción a drogas, alcoholismo, depresión, daño auto-infligido y otras compulsiones no saludables—incluyendo desórdenes de alimentación, desórdenes de sueño, apego, irritabilidad y temor excesivo.
Las estadísticas nacionales también revelan un aumento precipitado en violencia doméstica y abuso infantil (incluyendo descuido) durante la cuarentena del COVID.
En resumen, mientras que el COVID-19 no fue la pandemia feroz que originalmente se pronosticó, los confinamientos han sido altamente perjudiciales para la salud pública en numerosos niveles.
Para ser claros: el COVID es de hecho un virus peligroso para personas en cierto grupo demográfico. Puede causar daño serio (potencialmente fatal) en los sistemas pulmonares, renales y cardiovasculares, especialmente entre aquellos que son mayores, débiles, obesos o que están afligidos por otros problemas físicos. Pero la amenaza presentada para el público en general por parte del COVID, no es una emergencia suficiente como para justificar el poner en cuarentena a personas saludables, el aislamiento y encarcelamiento virtual de niños, el cierre permanente de un número incontable de negocios, la destrucción de economías enteras o la suspensión indefinida de adoración pública y comunión en persona.
El público ha sido alimentado a la fuerza en repetidas ocasiones con información errónea por parte de los medios de comunicación y las autoridades gubernamentales—-no solo acerca del COVID, sino también acerca de otros asuntos. En marzo del 2020, el Dr. Anthony Fauci, el Asesor médico en jefe de la Casa Blanca, dijo algo en “60 Minutos” que llegó a ser famoso: él dijo que ponerle tapabocas a la población en general no ayudaría a reducir la velocidad de propagación del virus e incluso podría ser dañino para el que lo usara. “No hay razón para estar caminando con un tapabocas”, dijo él. “Con frecuencia, hay consecuencias imprevistas—la gente sigue jugando con el tapabocas y siguen tocándose la cara”. Cuando unos meses más tarde Fauci se retractó, explicó que él había desalentado el uso del tapabocas porque no quería decir algo que pudiera disminuir el suministro de tapabocas para trabajadores de la salud. En una entrevista con la revista InStyle, él dijo, “Nos dijeron en las reuniones de nuestro grupo de trabajo que tenemos un problema serio con la falta de PPEs y tapabocas para los proveedores de la salud”. Él indicó que su grupo de trabajo se había reunido y habían acordado ser menos sinceros con el público. En las palabras de Fauci, las preocupaciones por una escasez de tapabocas “nos llevó a todos nosotros, no solo a mí, sino también a [el Médico general de Estados Unidos] Jerónimo Adams, a decir: ´En este momento, realmente necesitamos guardar el tapabocas para la gente que más lo necesita”. Eso es un reconocimiento de que la verdad no era la preocupación primordial de las autoridades de la salud, sino la política pública.
Para enero del 2021, Fauci estaba aconsejando a la gente a usar múltiples capas de tapabocas.
La pregunta fundamental de dónde se originó el virus del COVID-19 fue deliberadamente oscurecida o manejada con gran ineptitud en el 2020, por parte del Dr. Fauci y otros científicos líderes, autoridades del gobierno, departamentos de salud y los medios de noticias más importantes. En ese momento, el sentido común y los hechos que se conocían públicamente parecían apuntar a lo que las autoridades no querían que la gente viera—esto es, que el virus se originó en el Instituto Wuhan de Virología. Muchos expertos ahora reconocen que probablemente de ahí es de donde vino el virus. Pero durante casi un año completo, aquellos que siquiera preguntaron en voz alta si el virus se originó en el laboratorio Wuhan, fueron automáticamente silenciados o suprimidos virtualmente (si no literalmente) en todos los principales foros científicos, académicos y de redes sociales.
El Dr. Fauci también dio una respuesta engañosa y posiblemente falsa, en un testimonio bajo juramento ante el Congreso cuando se le preguntó acerca de cómo el dinero de los que pagan impuestos en Estados Unidos, estaba siendo usado para patrocinar la investigación en el laboratorio Wuhan.
Las vacunas comenzaron a estar disponibles a fines del 2020. Durante semanas, las autoridades de salud le aseguraron al público que las vacunas nuevas eran eficaces y la vida pronto regresaría a la normalidad sin tapabocas. Pero en Julio 2021, el CDC publicó un reporte diciendo, “La evidencia emergente sugiere que las personas que están totalmente vacunadas que se infectan con la variante Delta, corren el riesgo de transmitirla a otros; por lo tanto, el CDC también recomienda que las personas que están totalmente vacunadas usen un tapabocas en espacios interiores públicos en áreas de transmisión considerable o alta”. En lugar de proveer datos para respaldar la opinión revisada, el documento del CDC presentó esta cita: “Equipo de respuesta CDC COVID-19, datos no publicados, 2021”.
Ahora, tenemos bastante evidencia (incluyendo datos de los reportes mismos del CDC) de que las vacunas no funcionan como se anunció. Para septiembre 2021, el 70 por ciento de los californianos habían sido vacunados, pero a nivel estatal, los números de personas que dieron positivo todavía estaban aumentando. En agosto del 2021, 364 personas en la Universidad Duke dieron positivo al virus. Sólo 8 no se habían vacunado. Todos los demás—356 personas—estaban totalmente vacunadas, pero, de cualquier manera, se infectaron con el virus. La respuesta de la universidad fue hacer más estricto el mandato a usar tapabocas.
Curiosamente, la gente en nuestra comunidad que parece estar más temerosa del virus son aquellos que ya se han vacunado—muchos de ellos ahora están clamando porque haya más mandatos a usar tapabocas y restricciones renovadas—lo cual indica que no confían en que la vacuna los proteja como se les prometió antes de que la recibieran.
No es sorprendente. Las fuentes que se han presentado como voces confiables de autoridad se han demostrado repetidamente que no son dignas de confianza. Los jefes de estado imponen reglas sobre el pueblo a las que ellos mismos se rehúsan a someterse. Las reglas cambian repentinamente dependiendo del capricho de alguien. Resulta que incluso “la ciencia” no es muy confiable. Incluso, hay motivos para dudar de la exactitud de las pruebas de COVID.
Los principales medios de comunicación son claramente tendenciosos e inexactos. Las narrativas promovidas de manera agresiva acerca de esto por los medios de comunicación (y prácticamente todo tema cargado de política), con frecuencia demuestran ser falsas.
Grandes compañías farmacéuticas, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (sus siglas en inglés son FDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y varias personas de influencia en el gobierno y los medios de comunicación, han tratado de manera activa de suprimir la discusión acerca de la utilidad de medicamentos tales como la ivermectina, cloroquina, e hidroxicloroquina como tratamientos tempranos para el COVID-19—aunque muchos médicos reportan usar esos compuestos exitosamente. Se entiende ampliamente que el debate por estos medicamentos (más precisamente: la falta de algún intercambio abierto de información acerca de ellos) es impulsado en gran parte por asuntos económicos y políticos, no estudios científicos. De hecho, la OMS detuvo sus estudios acerca de la hidroxicloroquina, y la FDA revocó su Autorización de Uso por Emergencia de la medicina apenas días después de que el Presidente Trump anunció que había sido usada exitosamente para tratarlo por COVID.
El apoyo y la oposición a las vacunas ha cambiado con la transición de un partido político al siguiente en la Oficina de la Presidencia. En el 2020, los demócratas menospreciaban abiertamente los esfuerzos de Donald Trump por desarrollar una vacuna rápidamente, diciendo que ellos rechazarían cualquier vacuna que el Sr. Trump recomendara. Pero poco después de que un demócrata entrara a la Casa Blanca, repentinamente comenzaron a ejercer presión porque hubiera un mandato nacional y pasaportes de vacunación.
Observe también que, ni los funcionarios de salud ni los medios de comunicación dicen prácticamente nada acerca de la inmunidad natural que la gente adquiere una vez que de hecho se han infectado con el virus y recuperado. La inmunidad natural es el diseño de Dios para nuestra protección. Es robusta y de larga duración. Es como normalmente sobrevivimos y evitamos enfermedades en un mundo de peligros microscópicos. Pero sugerir que una inmunidad natural es protección suficiente contra volverse a infectar, debilitaría el empuje a favor de un mandato universal a vacunarse.
La propaganda impulsada por ideologías y la presión del gobierno, son emparejadas de manera rutinaria con los esfuerzos por parte de las compañías grandes de tecnología para aplastar toda opinión disidente. Mientras tanto, en la mayoría del mundo occidental, las agencias gubernamentales han trabajado de la mano con los medios de comunicación para cultivar una hostilidad abierta hacia valores bíblicos, mientras que promueven activamente la normalización del aborto, la homosexualidad, las ideas transgénero y otros ataques diversos contra la estructura familiar. No es sorprendente que la confianza pública en el gobierno y los medios de comunicación se haya erosionado severamente en la última década.
La gente razonable sabe que les están mintiendo. Reconocen las herramientas de adoctrinamiento. Cuando lo que es considerado “verdad” cambia constantemente, es un insulto para la inteligencia de la gente esperar que crean toda declaración nueva de verdad, presentada por agencias e instituciones que frecuentemente han distorsionado o negado abiertamente la verdad.
¿Cómo debe responder la iglesia?
Desde marzo 2020, se han formado remolinos de desacuerdos fuertes entre los evangélicos acerca de cómo debe responder la iglesia a las restricciones del COVID impuestas por el gobierno. El choque de opiniones solo multiplica la confusión de cristianos que ya están confundidos por reportes de los medios de comunicación que son contradictorios. Ha generado una tormenta de fuego de contención en las redes sociales. Y ha causado división inesperada en las iglesias. Curiosamente, algunos de los mismos líderes evangélicos que insistieron en que la iglesia debía cerrar por órdenes del estado, también publicaron ensayos afirmando el deber y la prioridad de la adoración congregacional. No es sorprendente que la gente que va a la iglesia esté confundida.
Aquí hay cuatro preceptos no negociables acerca de la vida de la iglesia que siempre son apropiados, pero parecen serlo de manera particular, para las circunstancias actuales. Toda congregación sana, que piensa conforme a la Biblia, debe afirmar estos principios sin incertidumbre o indecisión:
1. La iglesia debe permanecer firme en la verdad. La Escritura dice que la iglesia es la “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). En esa función frecuentemente enfrentamos la opinión popular y las narrativas de los medios de comunicación. Es una tarea que normalmente llama a la valentía en lugar de la sutileza.
Sería una negligencia pecaminosa que alguna iglesia permaneciera pasiva o maleable cuando olas de información equivocada dominan la opinión popular y fomentan deliberadamente la ansiedad. Lo que hace que el caso actual sea especialmente urgente, es la manera en la que las autoridades han alimentado intencionalmente la angustia del público con propaganda incesante, después explotaron los temores del público para justificar la prohibición de la adoración pública—incluso mientras que bares, clubes de estriptís y casinos permanecen abiertos—y a los protestantes políticos radicales se les permite invadir las calles de multitudes.
Si realmente creemos en la Escritura, no podemos seguir automáticamente los valores y creencias que prevalecen en el resto del mundo—especialmente en una cultura (como la nuestra) en donde la rectitud bíblica está constantemente bajo ataque ardiente, la incredulidad militante domina el discurso público, y las ideologías diabólicas influencian rutinariamente la política pública. El pueblo de Dios debe contender ardientemente por la fe. Debemos estar involucrados agresivamente en la batalla por liberar a la gente de toda mentira y toda altivez que se levante contra el conocimiento de Dios (2 Corintios 10:4-5). Y debemos mantener en mente que “la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios” (1 Corintios 3:19).
De hecho, la persona promedio en la actualidad ni siquiera cree que la verdad puede ser conocida con algún grado de certeza estable. Nada es considerado verdadero y con autoridad; la verdad misma es vista meramente como una cuestión de perspectiva personal. Esa corriente de escepticismo impregna nuestros medios de comunicación de noticias, política, el mundo secular académico, la industria del entretenimiento y las creencias religiosas de la mayoría de la gente.
Los cristianos que creen la Biblia, por otro lado, saben que la Palabra de Dios no solo es absolutamente verdad, es el estándar definitivo por el que todas las demás afirmaciones de verdad deben ser probadas. El cristianismo comienza con esta convicción. Jesús la afirmó en su oración sumo sacerdotal: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Los salmos lo declaran repetidamente: “El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo” (Salmo 19:7). “Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces” (Salmo 12:6). La Palabra de Dios es más segura y más digna de confianza que cualquier otro testimonio. Cualquier persona que no afirma dicha perspectiva elevada de la Escritura realmente no es un seguidor de Cristo.
De nuevo, los cristianos auténticos no pueden permitir ni que la opinión de la mayoría, ni que los decretos del gobierno determinen lo que creemos, especialmente en este momento en la historia. Cualquier persona con cierto grado de discernimiento bíblico debería ser capaz de ver que la sociedad occidental ha entrado caminando deliberadamente, en una fosa séptica profunda de inmoralidad e incredulidad, tal como Romanos 1:22-25 lo describe: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen…[y] cambiaron la verdad de Dios por la mentira”.
Ese pasaje procede a bosquejar precisamente lo que vemos que está pasando en la sociedad occidental contemporánea. Y el punto del texto bíblico es que este colapso moral es un juicio de Dios contra una cultura deliberadamente depravada:
Por esto Dios los entregó a pasiones
vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron
el uso natural por el que es contra naturaleza,
y de igual modo también los hombres, dejando
el uso natural de la mujer, se encendieron en
su lascivia unos con otros, cometiendo hechos
vergonzosos hombres con hombres, y
recibiendo en sí mismos la retribución debida a
su extravío. Y como ellos no aprobaron tener
en cuenta a Dios, Dios los entregó a una
mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen; estando atestados de toda
injusticia, fornicación, perversidad, avaricia,
maldad; llenos de envidia, homicidios,
contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de
Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores
de males, desobedientes a los padres, necios,
desleales, sin afecto natural, implacables, sin
misericordia; quienes habiendo entendido el
juicio de Dios, que los que practican tales
cosas son dignos de muerte, no sólo las
hacen, sino que también se complacen con los
que las practican. (Romanos 1:26-32)
Las iglesias deben ser el último lugar en la tierra donde los promotores de valores inmorales, verdades a medias, mentiras y abusos tiranos de autoridad encuentren algún tipo de aprobación.
2. El gozo, no el temor, debe dominar la comunión de los creyentes. El Nuevo Testamento está lleno de instrucciones y alientos para que los cristianos cultiven el gozo, incluso en medio de la persecución y la aflicción. “Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16). “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Una marca de una iglesia fiel es que están “gozosos en la esperanza” (Romanos 12:12), no acobardándose en temor.
El temor a la muerte es esclavitud absoluta, y eso es aquello de lo cual Cristo vino a liberarnos. El propósito de la encarnación de Cristo fue “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).
Cuando la congregación de Grace Community Church estaba congregándose para adorar en desafío de las órdenes de confinamiento del estado, virtualmente todos los que observaron (incluyendo reporteros y autoridades de salud que no necesariamente estaban de acuerdo con la postura de la iglesia) comentaron acerca del gozo que impregnaba nuestros servicios. A pesar de las amenazas y estratagemas legales que fueron traídas contra la iglesia cada semana, el espíritu de nuestros servicios fue exuberante, no enojado, ansioso o aprensivo. Así debe ser. No “nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
En el mundo turbulento de hoy, se ha hecho que el miedo duradero parezca normal, incluso noble. La vida misma se ha vuelto en vivir para evitar el riesgo. Pero cultivar ese tipo de temor, especialmente a instancias del gobierno, presenta un peligro grave para la salud espiritual y el ministerio a largo plazo de la iglesia. Si a los jóvenes se les enseña que la preservación de sus propias vidas es más importante que la adoración colectiva y el evangelismo, ¿quién irá al campo misionero?
El cristianismo no florece y nuestro testimonio colectivo pierde toda credibilidad, cuando la iglesia se acobarda en temor. Los cristianos deben disfrutar la libertad del temor a la muerte, la esperanza en medio de la tribulación y el gozo en toda circunstancia.
La nube oscura de la melancolía y la ansiedad que el COVID ha traído sobre el mundo significa una oportunidad extraordinaria para la iglesia—pero solo si las congregaciones pueden resistir el adoptar la manera de pensar que domina a nuestra cultura en la actualidad.
3. Debemos ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). La crisis del COVID ha sido (y continúa siendo) una fuente maligna de división y conflicto en iglesias que de otra manera son sanas. Francamente, es ridículo y profundamente preocupante que un líder de una iglesia considere al COVID como una amenaza más grande para la iglesia que la división. Los investigadores dicen que la tasa de recuperación entre aquellos infectados del virus es tan alta como 99.75 por ciento. Muchos que dan COVID positivo no tienen síntomas en absoluto. La gran mayoría que muestra síntomas solo se enferman ligeramente.
Sin embargo, algunos líderes de iglesias han dicho que, a partir de ahora, les prohibirán a los fieles asistir si no pueden mostrar prueba de vacunación. Otros, aíslan y apartan a los asistentes sin tapabocas o que no están vacunados, para que no estén junto con la congregación. De esta manera, literalmente reconstruyen una pared intermedia de división entre diversos grupos de creyentes, desafiando el principio de Efesios 2:11-22.
Numerosos datos demuestran de manera conclusiva que los tapabocas de tela no pueden detener la propagación del virus. Existen buenas razones para pensar que los riesgos de usar tapabocas constantemente sobrepasan el supuesto beneficio que el tapabocas pueda proveer. No obstante, el uso del tapabocas se ha vuelto el símbolo más visible y universal de la era del COVID. También, es el instrumento primordial para mostrar virtud entre aquellos que más temen al virus del COVID. En algunos círculos, el tapabocas sirve como un tipo de sustituto secular de símbolos religiosos. Se ha vuelto el símbolo primordial de la devoción moralista de la cultura popular a un credo secular.
En el contexto de una reunión de iglesia, el tapabocas es un impedimento obvio para el canto congregacional, la comunión cara a cara y la interacción humana normal. Independientemente, la pregunta de que, si se debe o no usar un tapabocas en la iglesia, debe ser tratada en su totalidad como una cuestión de conciencia personal. Las iglesias no deben canonizar reglas de conducta que no tienen base en la Escritura. En todo asunto no considerado de manera explícita o por precepto en la Escritura, cada “uno esté plenamente convencido en su propia mente” (Romanos 14:5). En cuestiones en las que la ley de Dios guarda silencio, “¿quién eres para que juzgues a otro?” (Santiago 4:12).
Esos mismos principios se aplican en la pregunta acerca de las vacunas. Si las vacunas funcionaran, aquellos que han sido vacunados no tendrían nada que temer por estar expuestos a aquellos que no lo han sido. De manera irónica, como fue señalado arriba, algunas de las personas más temerosas que están diciendo lo que piensan en la actualidad, son personas que ya han sido vacunadas. Pero tanto la seguridad como la eficacia de las vacunas es otra pregunta que es claramente debatible.
El Sistema de Reporte de Eventos Adversos de Vacunas de la CDC (VAERS son sus siglas en inglés) fue establecido para recolectar estadísticas acerca de los efectos secundarios y crisis de salud que la gente experimenta después de haber sido vacunada. En 1976, cuando tres personas murieron después de haber recibido vacunas por la gripe porcina, nueve estados detuvieron inmediatamente el programa de inmunización. Nueve meses después de que las vacunas COVID estuvieron disponibles, VAERS había recibido 7,899 reportes de personas que habían muerto después de haber sido vacunados. No obstante, la misma página de Internet del CDC que reportó esos números abrió con la declaración, “Las vacunas del COVID-19 son seguras y eficaces”.
Un destacado virólogo dice, “El análisis científico de los datos de las pruebas clínicas fundamentales para las vacunas del COVID-19 de Estados Unidos indica que las vacunas no muestran algún beneficio médico y, de hecho, todas las vacunas causan un declive en la salud en los grupos inmunizados”. Después de reportar el porcentaje más alto de personas del mundo que han tomado un tercer refuerzo, Israel estaba experimentando tasas récord de infección. Mongolia registró menos de 1,000 casos de COVID en los primeros nueve meses del 2020 (entre los más bajos en el mundo), pero la tasa de infección se disparó de manera precipitada un año más tarde, después de que el gobierno de Mongolia “administró más inyecciones de COVID-19 en relación a su población que cualquier otro país en Asia”. Entonces de nuevo, las vacunas claramente ni siquiera pueden prometer inmunidad contra el COVID.
No obstante, varios responsables de tomar decisiones en departamentos de salud de todo el país, están recomendando mandatos de vacunación universal sin exclusiones (incluso para aquellos que han tenido el virus y adquirieron inmunidad natural). Los gobernadores y las autoridades de salud local planean obligar a las iglesias a monitorear e implementar el cumplimiento de nuestra gente.
¿Cuál es el deber de la iglesia bajo esas circunstancias?
La pregunta de si debe o no vacunarse una persona debe ser un decisión personal, privada, médica, entre cada individuo y su médico. No es una cuestión en la que la iglesia o el gobierno debería entrometerse, especialmente por la fuerza de la ley. Las decisiones médicas personales no son algo que estamos obligados a darle al César, y la iglesia no puede volverse una agencia de implementación para el César.
Que una iglesia demande prueba de vacunación es establecer un estándar legalista que no está autorizado por la Escritura. De nuevo, la iglesia es un lugar en donde el pueblo de Dios se reúne como uno, sin juzgarse unos a otros por cuestiones de conciencia. Los asuntos del tapabocas y las vacunas definitivamente son cuestiones de conciencia personal. Entonces las decisiones de vacunarse o no y de usar un tapabocas o no deben ser dejadas totalmente en manos de cada individuo (Romanos 14:1-23; 15:7).
4. Un grupo de creyentes no es una “iglesia” si no se congrega. La palabra para “iglesia” en los manuscritos originales del Nuevo Testamento es ekklēsia. Incluso antes de la fundación de la iglesia del Nuevo Testamento, esa palabra significaba una asamblea, una reunión de personas. Incluye dos raíces griegas que literalmente significan “llamados afuera”, y de manera más específica, se refiere a un cuerpo de personas llamado de sus hogares (o citado fuera de un grupo más grande) para reunirse. Como la palabra en español congregación, el concepto de un grupo reuniéndose esta incorporado en el término.
La iglesia específicamente se reúne para adorar, pero los beneficios vitales de la asamblea incluyen comunión, instrucción, aliento mutuo y rendición de cuentas. A los creyentes se les manda no dejarse de congregarse (Hebreos 10:25), y ese mandato viene inmediatamente antes de la advertencia más sobria del Nuevo Testamento acerca de la apostasía.
La comunión y la adoración corporativa son, por lo tanto, aspectos absolutamente esenciales de la salud espiritual para los cristianos individuales y también son (obviamente) vitales para la vida misma de la iglesia.
Los creyentes podrían verse forzados por enfermedad, encarcelamiento, guerra, desastre natural, viaje necesario o alguna otra emergencia importante a abstenerse de reunirse corporativamente de manera temporal. Pero no hay justificación para poner en cuarentena a gente saludable, y ciertamente no hay justificación para hacer que la iglesia entera suspenda la adoración congregacional de manera prolongada. Las plagas, las pandemias y la persecución frecuentemente (si no es que constantemente) han amenazado al pueblo de Dios desde ese primer Pentecostés. Las iglesias fieles nunca han respondido a dichos obstáculos simplemente cerrando sus puertas durante meses y declarando que las tecnologías de aprendizaje a distancia son un sustituto suficiente para la adoración corporativa.
Los cristianos en Estados Unidos y otras democracias occidentales han sido bendecidos y disfrutado del privilegio de prosperar durante más de dos siglos bajo gobiernos que formalmente afirman y rara vez han desafiado el derecho de los adoradores a reunirse libremente. Pero el COVID es un llamado a despertar y un recordatorio a los creyentes de cuán tenue es esa libertad. Hubo pastores en países supuestamente libres, que fueron encarcelados por semanas porque guiaron servicios de adoración durante los confinamientos del 2020. A pesar de las decisiones de la corte a favor de las iglesias, una fuerte corriente de opinión pública favorece el darles a los gobiernos más poder para obligar a las iglesias a cumplir con restricciones que inhiben la asistencia, la comunión y el canto congregacional. Muchos también piensan que las iglesias deberían ser obligadas a requerir pasaportes de vacunas y segregación estricta entre congregantes vacunados y no vacunados.
De nuevo, la oposición del mundo a la iglesia y su enseñanza no debe tomar a los creyentes por sorpresa. “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Juan 3:13). Jesús dijo, “porque no sois del mundo…por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19). Somos ciudadanos del cielo—meros peregrinos y extranjeros en este mundo (Filipenses 3:20). E incluso, el mundo ve a la iglesia de esa manera cuando somos fieles a nuestro llamado.
Esa es una de las razones principales por las que el pueblo de Dios necesita congregarse regularmente para aliento mutuo e instrucción—y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (Hebreos 10:25). Tiempos de crisis y de dificultad no hacen que la reunión de la iglesia sea prescindible; es en esos momentos cuando es más esencial que los creyentes se congreguen. “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Las iglesias fieles deben reunirse incluso si tienen que hacerlo de manera clandestina. Así es como las iglesias en los primeros tres siglos sobrevivieron y prosperaron, a pesar de la oposición intensa del César. Así es como la iglesia en Europa Oriental superó la persecución comunista en el siglo XX. Es como muchas iglesias en China y otros lugares se reúnen incluso en la actualidad.
La Escritura nos da varios ejemplos de personas piadosas que resistieron la tiranía impía de gobernantes tiranos que odiaban la verdad bíblica. Bajo un Faraón déspota, las parteras hebreas “temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto” (Éxodo 1:17). Elías se opuso a Acab y fue llamado “el que turbas a Israel” por la postura que adoptó (1 Reyes 18:17). Juan el bautista reprendió a Herodes en su cara y fue matado en últimas por ello (Marcos 6:18-29).
Los evangélicos occidentales ahora necesitan tener esa misma determinación—y prepararse para más presión por parte del gobierno. Cuando el COVID haya acabado su carrera (si es que llega a pasar) otras crisis ya están alineadas para que las autoridades del gobierno las exploten, reclamando “poderes de emergencia” para imponer más y más autoridad que controle a la iglesia. Temores por el cambio climático, la campaña por normalizar las perversiones sexuales, aplicaciones imaginarias de la “justicia social” y una multitud de otras tendencias ideológicas importantes ya han cambiado el clima rápida y dramáticamente el clima de prácticamente todas las democracias occidentales. Algunas de las personas que ahora ejercen poder para producir políticas públicas creen que el evangelio y sus verdades son una forma de “discurso de odio”. Las iglesias en esta parte del mundo ya han perdido gran parte de su libertad cívica.
Ahora no es el momento de dejar de congregarnos. La iglesia debe ser la iglesia—columna y baluarte de la verdad. No podemos acobardarnos en temor. No podemos esconder nuestra luz debajo de un almud. No somos llamados a alimentar los temores de un mundo que está pereciendo. Hemos sido comisionados a ir “por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), y somos soldados de una guerra espiritual. “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5).
Ya es hora que la iglesia de Jesucristo confronte las mentiras prevalecientes de una sociedad depravada y muestre a las personas sin esperanza el camino a una esperanza verdadera y vida abundante. Somos los embajadores del Señor, y debemos permanecer con confianza en esa función, con gozo y no temor, en unidad valiente—y tanto más conforme vemos el día de Cristo acercándose.
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