Quizás, una de las palabras más persuasivas que Cristo haya hablado fueron Sus últimas palabras. Con voz fuerte y triunfante, desafiando los efectos asfixiantes de estar colgado en la cruz, Cristo clamó, “¡Consumado es!” Esa simple exclamación señaló el final de Su vida, pero el comienzo de una nueva vida para todos quienes confiarían en Él para salvación. “¡Consumado es!” fue, en esencia, el comienzo de mucho más.
La declaración final de Cristo desde la cruz fue similarmente significativa. Fue una simple oración que expresaba la sumisión incondicional que había estado en Su corazón desde el comienzo mismo. Lucas registra esas palabras finales: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (Lucas 23:46).
Cristo murió como ningún otro hombre jamás ha muerto. En cierto sentido, fue asesinado por las manos de hombres inicuos (Hechos 2:23). En otro sentido, fue el Padre quien lo envió a la cruz, y allí lo quebrantó, sujetándolo a padecimiento; y le agradó al Padre hacerlo (Isaías 53:10). No obstante, en otro sentido, nadie le quitó la vida a Cristo. Él voluntariamente dio Su vida por aquellos a quienes amó (Juan 10:17-18).
Cuando finalmente, dio su último suspiro en la cruz, no fue con una dolorosa lucha en contra de Sus asesinos. No manifestó ninguna convulsión de muerte frenética. Su paso final a la muerte, como todos los demás aspectos del drama de la crucifixión, fue un acto deliberado de Su propia voluntad soberana, mostrando que, hasta el final, Él tenía el control soberano sobre todo lo que estaba sucediendo. Juan dice: “Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30). En silencio, en total sumisión, simplemente entregó Su vida.
Todo había sucedido exactamente como Él dijo que sucedería. No solo Jesús, sino también Sus asesinos y la multitud burlona, junto con Pilato, Herodes y el Sanedrín, todo se había cumplido perfectamente según el predeterminado propósito y el anticipado conocimiento de Dios.
Y de ese modo, Cristo, serena y majestuosamente, puso de manifiesto Su total soberanía hasta el fin. A todos los que lo amaban, e incluso a muchos que se preocupaban poco por Él, les parecía una tragedia suprema. Pero fue el momento de triunfo más grande de la historia de la redención, y Cristo haría esa realidad gloriosamente clara cuando se levantó de manera triunfal del sepulcro pocos días después.
(Adaptado de El Asesinato de Jesús.)