“Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo”. Juan 6:41
“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66). ¡Qué tragedia! Ellos habían oído a Jesús predicar en persona; le habían visto hacer milagros. Pero se alejaron sin saber nunca realmente lo que era tener el corazón de un verdadero discípulo; sin llegar a la fe auténtica en Él; sin entender ni siquiera los puntos básicos de su mensaje.
Jesús no corrió tras ellos con una explicación de lo que Él realmente quería decir. Dejó que las multitudes se fuesen, y después se volvió a los Doce y dijo: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”. Pedro, hablando como siempre en nombre del grupo, le aseguró la intención de ellos de quedarse como discípulos, y Jesús simplemente replicó: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” (v. 70).
Jesús no estaba siendo agresivo, aunque probablemente sería acusado de eso por algunos de los evangélicos sensibles de la actualidad que creen que cualquier tipo de conflicto nunca es espiritual. Él estaba siendo veraz, de manera valiente y clara, calculada para forzarlos a declarar si ellos amaban o no la verdad de igual forma. Les estaba pidiendo a verdaderos discípulos que se declarasen; estaba sacando a la luz la enemistad de sus antagonistas; y estaba forzando a las multitudes tibias que dudaban entre dos decisiones a que escogieran una o la otra.
Él no estaba interesado en aumentar las filas de discípulos tibios; su predicación tenía una meta: declarar la verdad, no ganar elogios de la audiencia. Para aquellos que no estaban interesados en oír la verdad, Él no trató de hacerla más fácil de recibir. Lo que hizo, por el contrario, fue hacer que fuese imposible de pasar por alto.
(Adaptado de Las Lecturas Diarias de MacArthur)