No hay nada en todo el mundo más importante o más valioso que la verdad. Y la iglesia tendría que ser «columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3.15).
La historia está repleta de relatos de personas que eligen aceptar la tortura o la muerte antes de negar la verdad. En generaciones anteriores, dar la vida por lo que se creía era considerada una actitud heroica. Este ya no es necesariamente el caso.
Por supuesto, parte del problema es que los terroristas y suicidas se han adueñado de la idea de «martirio» y le han dado la vuelta. Se llaman a sí mismos «mártires», pero son asesinos suicidas que matan a la gente por no creer. Su agresión violenta es realmente el polo opuesto al martirio, y sus despiadadas ideologías que los guían son la exacta antítesis de la verdad. No existe nada heroico en lo que hacen ni nada noble acerca de lo que sostienen. Pero son símbolos significativos de una profunda tendencia al conflicto que va plagando a esta generación en todo el mundo. Pareciera que hay una gran cantidad de personas que están dispuestas a matar por una mentira, pero son muy pocos los que están dispuestos a decir lo que piensan de la verdad, y mucho menos morir por ella.
Consideremos los testimonios de los mártires cristianos a lo largo de la historia. Ellos eran valientes guerreros de la verdad. Por supuesto que no eran terroristas o gente violenta, pero ellos «peleaban» por la verdad al proclamarla ante los que estaban en completa oposición, llevando vidas que daban testimonio del poder y la bondad de la verdad, y rehusándose a renunciar o traicionar la verdad sin importar las amenazas.
Este modelo comienza con los apóstoles en la primera generación de la historia de la iglesia. Todos ellos, con la posible excepción de Juan, murieron como mártires. (Aun Juan pagó un alto precio por permanecer en la verdad, al ser torturado y exiliado por su fe). Ellos amaban la verdad, pelearon y hasta murieron por ella y dejaron ese legado para la siguiente generación.
Por ejemplo, Ignacio y Policarpo fueron cristianos que pelearon por la verdad. (Ambos eran amigos personales y discípulos del apóstol Juan, por lo tanto, vivieron y ministraron en el tiempo en que el cristianismo aún era muy nuevo). La historia muestra que los dos dieron su vida en vez de renunciar a Cristo y apartarse de la verdad.
El emperador Trajano interrogó personalmente a Ignacio y le exigió que hiciera un sacrificio público a los ídolos para demostrar su lealtad hacia Roma. Ignacio pudo haber salvado su vida haciendo lo que el emperador le pedía. Alguno podría tratar de justificar este tipo de acto bajo presión, mientras que él no negara a Cristo en su corazón. Pero para Ignacio, la verdad era más importante que su propia vida. Él no aceptó hacer sacrificios a los ídolos y por lo tanto Trajano ordenó que lo lanzaran a las bestias salvajes del estadio para diversión de multitudes paganas.
Policarpo, el amigo de Ignacio, quien era buscado por las autoridades (porque también era conocido como líder entre los cristianos), se entregó de manera voluntaria sabiendo claramente que esto le costaría su propia vida. Lo llevaron a un estadio repleto de una multitud sedienta de sangre y le ordenaron que maldijera a Cristo. Policarpo se negó diciendo: «Ochenta y seis años le serví y nunca fue injusto conmigo, ¿por qué entonces debería blasfemar contra mi Rey que me salvó?». Fue quemado vivo allí mismo.
En cada generación a través de la historia de la iglesia, incontables mártires murieron de una forma muy similar en lugar de negar la verdad. Todos estos, ¿eran simplemente personas necias haciendo demasiado por sus propias convicciones? ¿Acaso fue su absoluta confianza acerca de su creencia un entusiasmo desacertado? ¿Murieron sin necesidad de hacerlo?
Es evidente que hoy día, muchas personas piensan que sí, incluso algunas que profesan tener fe en Cristo. Al estar viviendo en una cultura donde la persecución violenta es casi desconocida, multitudes que se llaman a sí mismas cristianas parecen haberse olvidado del alto precio que muchas veces hay que pagar por ser fiel a la verdad.
Dije: «¿Muchas veces?». De hecho, de alguna manera u otra siempre es muy alto el precio que hay que pagar por la fidelidad a la verdad (2 Timoteo 3.12). Por eso justamente Jesús insistió en que cualquiera que quisiera ser su discípulo debía estar dispuesto a tomar su cruz (Lucas 9.23-26).
El mismo movimiento evangélico debería hacerse cargo de parte de la culpa por la desvalorización de la verdad por satisfacer en las personas la comezón de oír (2 Timoteo 4.1-4). ¿Hay alguna persona que realmente se haya imaginado que muchos de los que se encargan de entretener a los hambrientos asistentes de la iglesia, que poseen las mega iglesias de hoy día, estarían dispuestos a dar sus vidas por la verdad? De hecho, muchos de ellos no están dispuestos a defender valientemente la verdad, ni siquiera entre cristianos donde existe un ambiente en el que casi no hay riesgos, donde la peor consecuencia podría ser herir los sentimientos de alguna persona.
Hoy día muchas de las iglesias conocidas parecen pensar que los cristianos deberían estar jugando en lugar de estar en guerra. La idea de pelear por la verdad doctrinal es lo más alejado de los pensamientos de quienes asisten a la iglesia.
Los cristianos contemporáneos se han propuesto lograr que el mundo los quiera, y por supuesto en este proceso desean divertirse lo más posible. Están tan obsesionados por mostrarles a los incrédulos una iglesia «buena onda» que ni se les puede cuestionar si la doctrina del otro está bien o no. En este clima, la idea de tratar de identificar si la enseñanza del otro es falsa (mucho menos que «contendáis ardientemente» por la fe) es una sugerencia desagradable y peligrosa en la cultura de hoy. Los cristianos apoyaron la idea de que no existe casi nada menos «buena onda» ante los ojos del mundo que cuando alguien muestra una preocupación sincera acerca del peligro de la herejía. Después de todo, el mundo no toma seriamente la verdad espiritual, por lo tanto, no alcanza a entender por qué alguien sí lo haría.
Pero los cristianos deberían estar más dispuestos a vivir y morir por la verdad. Recordemos: Conocemos la verdad, y la verdad nos hace libres (Juan 8.32). Nosotros no deberíamos avergonzarnos de decir esto valientemente (Salmos 107.2). Y si fuéramos llamados al sacrificio por amor a la verdad deberíamos estar dispuestos y preparados a dar nuestras vidas por ella. De nuevo, eso es exactamente lo que Jesús estaba hablando cuando llamó a los discípulos a tomar su cruz (Mateo 16.24). La cobardía y la fe auténtica son la antítesis perfecta.
(Adaptado de Verdad en Guerra)