La moralidad por sí sola no es una solución; condena tanto como la inmoralidad. La moralidad no puede convertir el corazón de piedra en carne, no puede romper las cadenas del pecado, ni puede reconciliarnos con Dios. En ese sentido, la moralidad por sí sola es tan vacía para salvar como cualquier religión satánica.
Jesús se enfrentó a las personas más religiosas y externamente morales en su mundo, en particular a los sacerdotes, escribas y expertos en la ley del Antiguo Testamento. Él declaró: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mr. 2:17). Y en Mateo 23 pronunció sus acusaciones más fuertes contra el orden religioso de la época: el partido de los fariseos. Estos eran los hombres más piadosos de la nación, que guardaban meticulosamente la ley de Dios y seguían fielmente la tradición rabínica.
Jesús les advierte: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” (v. 13). La palabra “ay es el equivalente a decir “malditos son”. Jesús está pronunciando condenación y juicio sobre ellos, y repite la misma frase una y otra vez en los versículos que siguen; los llama “guías ciegos” en el versículo 16, ya que llevaban a Israel por mal camino a través de su moral vacía y piadosa.
Ni cambio social ni moralismo fueron alguna vez el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento. Nunca fueron el mensaje del Mesías ni de los escritores del Nuevo Testamento. Ese nunca ha sido en absoluto el mensaje de Dios para el mundo. Es más, Isaías nos asegura que “todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” (Is. 64-6). La moralidad del ser humano en su máxima expresión no es más que trapos inmundos y contaminados.
Además, en Romanos 3:10-12 se nos advierte: “No hay justo, ni aun uno… No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Por tanto, cualquier justicia imaginaria que el hombre tenga, cualquier moralidad superficial que exhiba, solo es una farsa. No hay nadie justo, no importa con qué tipo de apariencia piadosa nos presentemos.
Las personas pueden cambiar sus vidas. Pueden tener un momento de crisis y decidir alejarse de la inmoralidad o la adicción y empezar una nueva vida. Hasta cierto punto, pueden limpiar sus acciones simplemente mediante la aplicación del esfuerzo humano y una gran determinación. Si suficientes individuos hacen eso, puede haber una ligera mejoría moral en la sociedad humana. Pero reformar la conducta no tiene nada que ver con la relación entre las personas y Dios; carece de medios para sacarlas de la esclavitud del pecado y llevarlas al reino de Cristo. Lo mejor que la moralidad puede hacer es convertir a la gente en otro grupo de fariseos condenados. La moralidad no puede salvar a nadie de la culpa ni alimentar la autentica piedad. Los fariseos y las prostitutas comparten el mismo infierno.
La presión a favor de la moralidad cultural o incluso la justicia social es una distracción peligrosa de la obra de la iglesia. Desperdicia inmensas cantidades de recursos valiosos, incluso tiempo, dinero y energía. Efesios 5:16-17 insta a los creyentes a “[aprovechar] bien el tiempo, porque los dias son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”. Y la voluntad del Señor no es una cultura gobernada por equidad social ni por fariseísmo institucionalizado.
La palabra evangélico se deriva de la expresión griega para “evangelio”. Originalmente se aplicaba a cristianos que entendían que el evangelio es el núcleo y la misma esencia de la doctrina cristiana, y por tanto debe protegerse a toda costa. Sin embargo, la palabra evangélico está hoy pintada con tantos colores sociales y políticos que se ha convertido en un término político rechazado por la mayor parte de la sociedad e incluso por los cristianos más practicantes.
(Adaptado de El Llamado de Cristo a Reformar la Iglesia )