Hace unos años, un periodista de una revista noticiosa preguntó retóricamente: “¿Quedan personas en el país que no hayan oído de un amigo o niño o padre describir la agonía del divorcio?”. El divorcio se ha vuelto pandémico, a tal punto que difícilmente se puede encontrar una persona que no ha sido afectada por ello directa o indirectamente. Muchos matrimonios parecen ser poco más que un campo de batalla socialmente reconocido en el que la guerra entre los esposos es la regla y la armonía es la excepción.
Cuatro razones por las cuales el divorcio nunca fue el plan de Dios
Tomados de los primeros dos capítulos de las Escrituras, el Señor presentó cuatro razones por las cuales el divorcio nunca fue el plan de Dios. Primera, Él dijo que Dios “los creó en el principio…hombre y mujer” (Mateo 19:4). En el texto hebreo de Génesis 1:27, “hombre y mujer” están en la posición enfática, dando un sentido de un hombre y una mujer. Dios no creó un grupo de hombres y mujeres que podían escoger parejas según les complacía. No había extras u opciones: ¡no había Adán, Eva y Esteban! No había una provisión, o aun la posibilidad, de esposos múltiples o suplentes. En el principio solo existían un hombre y una mujer. Por esa razón obvia, el divorcio y el nuevo matrimonio no eran opciones en el plan divino para el ser humano.
Un principio que proyectar y aplicar
Segunda, Jesús dijo: “Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Mateo 19:5). Puesto que Adán y Eva no tenían padres que dejar, el dejar a padre y madre fue un principio que había que proyectar y aplicar a todas las generaciones futuras. La palabra hebrea detrás de “unirá a” se refiere a un vínculo fuerte o a pegarse juntos; pero un apego feliz, ¡no triste!
El matrimonio liga dos corazones, comprometidos diligente y completamente a seguirse en amor, unidos en un lazo indisoluble, pegados en mente, voluntad, espíritu y emociones. El salmista usó la misma palabra hebrea para describir cómo su corazón estaba pegado a la Palabra de Dios, diciendo: “Me he apegado a tus testimonios; oh SEŇOR…” (Salmo 119:31). Job usó esa palabra cuando dijo que sus huesos se pegaban a su piel (Job 19:20). Se usó para decir que Rut se había quedado con su suegra, Noemí (Rut 1:14) y que los hombres de Judá siguieron fielmente al rey David (2 Samuel 20:2).
Consagración y compromiso
La idea de un lazo cercano y una profunda relación interpersonal se ve en la palabra hebrea moderna que significa matrimonio, kiddushin, que está relacionada estrechamente con los términos “santo” y “santificado”. El matrimonio, tal como Dios siempre quiso que fuera, implica el compromiso y la consagración total de esposos y esposas, el uno para con el otro y para con Dios como el autor divino de su unión y testigo de su pacto. Su propósito más sublime es como una imagen o símbolo de la unión eterna del creyente con Cristo.
La honra más grande del matrimonio es que proclama al mundo como símbolo de unión entre Cristo y su propia bendita iglesia. Nuestros matrimonios deben ser tan permanentes, satisfactorios, tan llenos de amor y tan completamente vinculantes como es la relación de Cristo con Su iglesia.
El aspecto de “una sola carne” del matrimonio
La tercera razón que dio Jesús para indicar que el divorcio no era el plan de Dios es que, en el matrimonio, los dos se convierten en una sola carne. Pablo declara en 1 Corintios 7:4, que el esposo y la esposa se pertenecen entre sí en la relación física del matrimonio: La esposa no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo; asimismo el esposo tampoco tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa”.
Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, “ya no son más dos, sino una sola carne,” dijo el Señor (Mateo 19:6). Son, por lo tanto, indivisibles e inseparables, excepto por medio de la muerte. Ante los ojos de Dios, los dos se vuelven uno. Se convierten en la posesión total mutua; son uno en mente y espíritu, en metas y dirección, en emociones y voluntad.
Todo matrimonio está hecho en el cielo
La cuarta razón que dio Jesús para indicar que el divorcio no estaba en el perfecto diseño de Dios es que, en el sentido creativo, todo matrimonio está hecho en el cielo. Desde el primer matrimonio, el de Adán y Eva, Dios ha unido a todo esposo y esposa. El matrimonio es ante todo una institución de Dios y obra suya, independientemente de cómo los hombres pudiesen corromperlo y negar o descartar la parte que él desempeña en ello.
Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementen, apoyen y se den gozo el uno al otro por medio del compromiso mutuo del lazo matrimonial. Es por su mano divina que fueron creados para realizarse mutuamente, animarse el uno al otro, fortalecerse y producir hijos como fruto del amor del uno para el otro. Si lo reconocen o no, cada pareja que ha disfrutado del compañerismo, la felicidad y la satisfacción del matrimonio ha experimentado la maravillosa bendición de Dios.
El apóstol Pedro, por lo tanto, describió al matrimonio como “la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7), lo cual es como decir ¡es la crema batida encima del postre! No hay cosa buena en el matrimonio que no haya sido derivada de Dios mismo.
(Adaptado de El dilema del divorcio)