“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebreos 4:15
Cristo era totalmente humano en todos los sentidos. Fue afectado por las mismas limitaciones físicas que son comunes a la humanidad. También sintió cansancio (Juan 4:6; Marcos 4:38). Él sabía lo que era tener hambre (Mateo 21:18). Podía estar sediento como cualquier persona normal (Juan 4:7; 19:28). También experimentó toda la gama de emociones humanas. A veces, lo vemos llorando y enlutado (Juan 11:35; Lucas 19:41). En algunas ocasiones, mostró enojo (Juan 2:15-17). Las Escrituras nunca registran explícitamente que se rió o sonrió, pero está claro que sería un error concluir que Él iba por la vida con un semblante sombrío. Sabemos que Él se alegraba, sobre todo cuando los pecadores se convertían (Lucas 15:4-32). Su reputación entre los fariseos ciertamente sugiere que no vivía en austera reclusión, sino que era un alegre y sociable “amigo de publicanos y pecadores” (Lucas 7:34).
Él era totalmente humano como nosotros en todos los aspectos, excepto por nuestra pecaminosidad.
Aunque las Escrituras parecen hacer hincapié en su dolor y pesar más que en su alegría, es solo porque es un gran consuelo para nosotros en nuestros momentos de dolor saber que Él ha experimentado plenamente la profundidad del dolor humano, y en un grado que no podemos imaginar. Durante su oración de la noche en el huerto, cada dolor que había conocido parecía asaltarlo de nuevo. Esto, combinado con un evidente sentido de temor para la prueba que enfrentaría al día siguiente, nos da una notable percepción del “Jesucristo hombre” y su obra mediadora a nuestro favor.
(Adaptado de Las Lecturas Diarias de MacArthur)