Richard Sibbes se imaginó a la conciencia como un tribunal en el consejo del corazón humano. En las imágenes de Sibbes, la conciencia misma asume todos los papeles en el drama de la corte.
Es el registro para almacenar lo que hemos hecho con todo detalle ( Jeremías 17:1). Es el acusador que presenta la queja contra nosotros cuando somos culpables, y es el defensor que nos apoya en nuestra inocencia ( Romanos 2:15). Actúa como testigo dando testimonio a favor o en contra de nosotros ( 2 Corintios 1:12). Es el juez que nos condena o reivindica ( 1 Juan 3:20-21). Y es el verdugo, que nos golpea infligiendo dolor cuando se descubre nuestra culpa (1 Samuel 24:5). Sibbes comparó el castigo de una conciencia violada con un “destello del infierno”.[1] Richard Sibbes, Commentary on 2 Corinthians Chapter 1, en Alexander B. Grosart, ed., Works of Richard Sibbes, 7 vols. (Banner of Truth, 1981 reprint).
La conciencia está al tanto de todos nuestros pensamientos y motivos secretos. Por lo tanto, es un testigo más preciso y formidable – en la sala del tribunal del alma – que cualquier observador externo. Los que pasan por alto una conciencia acusadora a favor de los razonamientos de un consejero humano están practicando un juego mortal. Los malos pensamientos – como también los motivos perversos – pueden escapar al ojo de un consejero humano, pero no escaparán del ojo de la conciencia. Tampoco escaparán del ojo de un Dios que todo lo sabe. Cuando esas personas sean convocadas al juicio final, su propia conciencia será informada completamente de cada violación y se presentará como un testigo eternamente martirizante en su contra.
Eso, escribió Sibbes, debería desalentar nuestros pecados secretos:
No debemos pecar esperando que lo ocultaremos. ¿Qué pasaría si oculta eso de todos los demás, acaso puede ocultarlo de su propia conciencia? Como bien se dice, ¿de qué sirve que nadie sepa lo que hace cuando usted mismo lo sabe? ¿De qué le sirve eso al que tiene una conciencia que lo acusará, que no tiene a nadie para acusarlo más que a sí mismo? Él constituye mil testigos para sí mismo. La conciencia no es un testigo privado. Se convierte en mil testigos. Por lo tanto, no peque nunca con la esperanza de que lo ha de ocultar. Es preferible que todos los hombres lo sepan a que lo sepa usted solo. Un día, todo será escrito en su frente.
La conciencia revelará todos sus secretos. Si ella no puede decir la verdad ahora, aunque sea persuadida en esta vida, tendrá poder y eficacia en la vida venidera… Tenemos el testigo en nosotros; y, como dice Isaías, “nuestros pecados testifican contra nosotros”. Es en vano buscar la seguridad. La conciencia lo descubrirá todo.”
Hoy aprendimos que la conciencia es la que inicia el juicio, y la semana que viene veremos: “Cómo limpiar la conciencia.”
(Adaptado de Una Conciencia Decadente)