Por supuesto que la verdad y Dios son inseparables. Cada pensamiento acerca de la esencia de la verdad, qué es, qué la hace “real” y cómo podemos estar completamente seguros de algo, nos vuelve rápidamente a Dios. Por eso es que al Dios hecho carne, Cristo Jesús, se le llama “la verdad” (Juan 14:6).
Es por esto también que no es particularmente sorprendente que cuando alguien repudia a Dios, rechaza también su verdad. Si una persona no puede tolerar la idea de Dios, tampoco hay lugar para el concepto de la verdad en la visión del mundo de esa persona. Entonces, los que son consecuentemente ateos, agnósticos o idólatras pueden también aborrecer la idea de la verdad. Después de todo, rechazar a Dios es rechazar al Dador de toda la verdad, al Juez final de lo que es realmente verdadero, y a la esencia y encarnación de la verdad misma.
Más adelante veremos que esa es precisamente la conclusión a la que han llegado muchas personas del mundo académico y filosófico. Ellas ya no creen en la verdad como una realidad segura y conocida. No se equivoque: La incredulidad es la semilla de esa opinión. El rechazo contemporáneo hacia la «verdad» es simplemente una expresión natural de la innata hostilidad de la humanidad caída hacia Dios (Romanos 8:7).
Sin embargo, en estos días la gran mayoría de los estadounidenses afirma creer en el Dios de la Biblia, de igual manera todavía ellos dicen estar inseguros de qué es la verdad. Una sofocante apatía acerca del concepto total de la verdad domina mucho en nuestra sociedad hoy día, incluso un segmento en crecimiento del movimiento evangélico.
Muchos evangélicos hoy día que tienen su propio estilo se preguntan abiertamente si algo tan grande como la verdad realmente existe. Otros creen que más allá de que la verdad exista, no podemos estar seguros de cuál es, por lo tanto, no les importa demasiado. Los problemas gemelos de la falta de certeza y la presencia de apatía se están convirtiendo en una epidemia, aun entre algunos de los autores y voceros más populares del movimiento evangélico. Algunos se niegan rotundamente a tomar partido, porque han decidido que ni siquiera la Escritura es suficientemente clara como para discutir acerca de ella.
Exceptuando la escala masiva con la que este pensamiento se ha popularizado tanto hoy día y la forma en la que se está filtrando, estas ideas no son para nada nuevas o particularmente asombrosas. Esa es exactamente la misma actitud con la que Pilato despidió sumariamente a Cristo: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38).
Ciertos evangélicos vanguardistas actúan a veces como si la desaparición de la certeza fuera un nuevo desarrollo intelectual dramático, en vez de verlo como lo que realmente es: El eco de la antigua incredulidad. Es incredulidad cubierta por un disfraz religioso que busca legitimidad como si fuera un estilo humilde de fe. Pero no es fe en lo más mínimo. La realidad es que la negación contemporánea acerca de que la verdad no es segura ni cierta es la peor infidelidad que existe. El deber de la iglesia ha sido siempre confrontar ese escepticismo y responderle con la clara proclamación de la verdad que Dios ha revelado en su Palabra. Hemos recibido un mensaje claro con el propósito de confrontar la incredulidad del mundo. Eso es a lo que estamos llamados, mandados y comisionados a hacer (1 Corintios 1:17-31). La fidelidad a Cristo nos lo demanda. El honor de Dios lo requiere. No podemos estar tranquilos y no hacer nada mientras que actitudes mundanas, revisionistas y escépticas acerca de la verdad, se están infiltrando en la iglesia. No debemos abrazar tal confusión en nombre del amor, el compañerismo o la unidad. Como los fieles cristianos siempre lo hicieron, tenemos que mantenernos de pie, pelear por la verdad y estar preparados a morir por ella.
De acuerdo con la Escritura, este eterno conflicto acerca de la verdad es una guerra espiritual, una batalla cósmica entre Dios y los gobernadores de las tinieblas (Efesios 6:12). Y una de las tácticas favoritas de nuestros enemigos es disfrazarse como ángeles de luz e infiltrarse en la comunidad de los creyentes (2 Corintios 11:13-15). Esto tampoco es nada nuevo, pero estoy convencido de que se ha convertido en un problema serio en la presente generación. Desafortunadamente, muy pocos cristianos parecen estar dispuestos a enfrentar seriamente el desafío. La iglesia se ha vuelto perezosa, mundana y satisfecha de sí misma. Los líderes de la iglesia están obsesionados con los estilos y las metodologías, perdiendo el interés en la gloria de Dios y convirtiéndose en apáticos acerca de la verdad y la sana doctrina. Por lo menos hasta el momento, la pelea pareciera estar a favor del enemigo.
Cuando Dios dio el segundo mandamiento, que prohíbe la idolatría, agregó esta advertencia: «Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen» (Éxodo 20:5). La Escritura deja en claro que los hijos nunca son directamente castigados por la culpa de los pecados de sus padres (Deuteronomio 24:16; Ezequiel 18:19-32), pero la consecuencia natural de esos pecados sí pasa de generación en generación. Los hijos aprenden del ejemplo de sus padres e imitan lo que ven. La enseñanza de una generación establece un legado espiritual que las generaciones sucesivas heredarán. Si los «padres» de hoy abandonan la verdad, se va a tardar generaciones en recuperarla.
En particular, los líderes de la iglesia son responsables de dar el ejemplo. Necesitamos con urgencia «pastores según mi corazón [dice Dios], que os apacienten [a los creyentes] con ciencia y con inteligencia» (Jeremías 3:15; Hechos 20:28-31). Por esto, el deber solemne de cada creyente es oponerse a cada ataque hacia la verdad, aborrecer cada mínimo pensamiento de falsedad y no comprometerse en ningún sentido con el enemigo, quien es sobre todo un mentiroso y padre de mentira (Juan 8:44).
La Guerra de la Verdad es, después de todo, una guerra. La batalla es siempre seria, pero ésta es la batalla de los siglos por el más alto de los premios, por eso requiere la mayor diligencia.
(Adaptado de Verdad en Guerra)