La voluntad de Dios no es que nos politicemos tanto que convirtamos nuestro campo misionero en nuestro enemigo. Los cristianos tienen razón en repudiar el pecado, y declarar sin ninguna ambigüedad que es una ofensa para nuestro Dios santo. Eso incluye pecados como el aborto, la homosexualidad, la promiscuidad sexual y cualquier otro pecado que nuestra cultura corrupta afirme que debemos aceptar.
Pero una cultura vendida a pecados como esos no va a sanearse—y mucho menos a ganarse—con protestas furiosas y políticas partidistas. Es inútil creer que un remedio legislativo sea la solución a la bancarrota moral de nuestra cultura. No hay ley que pueda hacer justos a pecadores caídos (Ga 2:21).
Timoteo ministró en una cultura que era por lo menos tan mala como la nuestra. Nada en las instrucciones de Pablo a su joven discípulo sugirió que Timoteo debía trata de redimir la cultura. En realidad, le dijo a Timoteo que las cosas empeorarían (2 Ti. 3:13). Lo que la gente de este mundo depravado necesita es el evangelio. Es necesario decirles que sus pecados pueden ser perdonados y que pueden librarse de las cadenas del pecado y del sistema del mundo.
Los creyentes no tenemos ningún derecho de tratar a los pecadores perdidos con desprecio u odio. Nuestra actitud hacia nuestros prójimos debería ser un reflejo del amor de Cristo por ellos, no una expresión de nuestro desacuerdo con sus políticas o incluso con su moralidad. No tenemos derecho a negarles las buenas nuevas de la salvación, tal como Jonás trató de hacer con los ninivitas. Debemos asegurarnos de que los pecadores pedidos que nos rodean sepan que los amamos tanto como para ofrecerles perdón de Dios. Existe un odio santo hacia el pecado, pero Cristo incluso mostró su simpatía llorando por los perdidos, y nosotros también debemos hacerlo.
El mundo es como es hoy día porque así es el mundo, y la iglesia debe confrontarlo con la verdad completa. Es hipocresía que los cristianos critiquen al mundo secular por la forma en que los incrédulos se comportan, cuando tantas iglesias lo validan ya sea creyendo en su capacidad de redimirlo mediante el poder humano u organizando un circo mundano de entretenimiento y distracciones baratas de los problemas reales.
Es hora de que la iglesia se centre en el ministerio de la reconciliación, a fin de que el pueblo de Dios predique valiente y fielmente el evangelio del Señor y la iglesia sea sal y luz en este mundo siniestro y desesperado (Mt. 5:13-16). Ese fue el Mensaje del Señor a las iglesias en Apocalipsis. Les ordenó que se deshicieran de la mundanalidad y la corrupción, que renovaran su amor por Él, y que guardaran la pureza de su evangelio y de su iglesia. Casi cada amonestación, reprensión, advertencia y llamado al arrepentimiento que nuestro Señor hace en estas cartas se aplica a la iglesia del siglo XXI, incluso a muchas de las iglesias más conocidas e influyentes hoy día. Es hora de que pongamos atención a las cartas a esas iglesias en Apocalipsis y al llamado de Cristo a reformar la iglesia.
(Adaptado de El Llamado de Cristo a Reformar la Iglesia )