Cada intento de definir la verdad en términos contrarios a la Biblia ha fallado. Esto se debe a que Dios es la fuente de todo lo que existe (Romanos 11:36). Sólo Él define y delimita cuál es la verdad. Él es también el máximo revelador de toda verdad. Toda verdad revelada en la naturaleza fue creada por Dios (Salmos 19:1-6) y esta es su propia revelación para quienes le conocen (Romanos 1:20). Él nos dio la mente y la conciencia para percibir la verdad, diferenciar el bien del mal y hasta nos relacionó con un entendimiento fundamental de su ley escrita en nuestro corazón (Romanos 2:14-15). Y sobre todas estas cosas, nos dio la perfecta e infalible verdad de la Escritura (Salmos 19:7-11), la cual es una revelación suficiente de todo lo que pertenece a la vida y a la piedad (2 Timoteo 3:15-17; 2 Pedro 1:3), para que nos lleve a Él como Señor y Salvador. Finalmente, envió a Cristo, la encarnación de la verdad misma, como culminación de la revelación divina (Hebreos 1:1-3). El motivo para que esto sucediera fue para que Dios se revelara a sus criaturas (Ezequiel 38:23).
De esta manera, toda verdad empieza con lo que es verdadero de Dios: Quién es Él, qué conoce su mente, qué implica su santidad, qué aprueba su voluntad y así sucesivamente. En otras palabras, Dios es quien determina y explica apropiadamente toda verdad. Por esto, cada noción de que Dios no existe es, por definición, falsa. Eso es precisamente lo que enseña la Biblia: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios» (Salmos 14:1; 53:1).
Comenzando con Dios, las ramificaciones de la verdad, son profundas. Retomando un tema que tratamos anteriormente: Aquí está la razón por la cual existe la posibilidad de que alguien niegue a Dios, la coherencia lógica va a terminar forzando a esa persona a negar toda verdad. La negación de que Dios existe remueve instantáneamente toda la justificación de cualquier tipo de conocimiento. Como dice la Escritura: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Proverbios 1:7).
Por lo tanto, el reconocimiento del único Dios verdadero es el punto de partida necesario para lograr el entendimiento auténtico del concepto fundamental de la verdad misma. Como decía Agustín, nosotros creemos para entender, y al ganar mejor entendimiento, nuestra fe se fortalece. Tanto la fe en Dios, como Él que se reveló a sí mismo, como el conocimiento causado por la fe son esenciales si esperamos comprender la verdad en cualquier sentido importante y significativo que sea.
La Escritura describe a los cristianos auténticos como los que conocen la verdad y que la misma los ha hecho libres (Juan 8:32). La creen con todo su corazón (2 Tesalonicenses 2:13). Ellos obedecen la verdad mediante el Espíritu de Dios (1 Pedro 1:22). Y han recibido un ferviente amor por la verdad por medio de la bondadosa obra de Dios en sus corazones (2 Tesalonicenses 2:10). Según la Biblia dice, realmente no han abrazado la verdad si no hay sentido en lo que conocen de ella, si no creen en ella, ni se someten y la aman.
La existencia de la verdad absoluta y su inseparable relación con la persona de Dios es el principio más esencial del verdadero cristianismo bíblico. Hablando francamente: Si usted es uno de los que se cuestionan si la verdad es realmente importante, por favor no llame a su sistema de creencia «cristianismo», porque no lo es.
Una perspectiva bíblica de la verdad también vincula necesariamente el reconocimiento de que la verdad esencial es una realidad objetiva. La verdad existe fuera de nosotros y se mantiene más allá de cómo podemos llegar a percibirla. La verdad en su definición es tan determinante y constante como que Dios es inalterable. Eso es porque la verdad real (lo que Francis Schaeffer llamó «verdad verdadera») es la expresión que no cambia y no cambiará sobre quién Dios es; no es nuestra interpretación arbitraria y personal de la realidad.
Es increíble que tengamos que recordarles estas cosas a los cristianos de nuestra generación. La verdad nunca está determinada por leer la Palabra de Dios y preguntarnos: ¿Qué significa esto para mí? Cuando escucho a alguien hablar así suelo preguntarle: «¿Qué quiso decir la Biblia antes de que usted naciera? ¿Qué quiere decir Dios con lo que dice?». Esas son las preguntas correctas que se deberían hacer. Nuestra intuición, experiencia o deseo no determinan la verdad o su significado. El verdadero significado de la Escritura ya fue determinado por la mente de Dios. La tarea de un intérprete es discernir ese significado. Y una interpretación correcta debe anteceder a su aplicación.
El significado de la Palabra de Dios no es para nada oscuro o difícil de comprender como las personas hoy día lo hacen ver. Admito que algunas cosas de la Biblia son difíciles de entender (2 Pedro 3:16), pero su verdad central y esencial es lo bastante sencilla como para que nadie se confunda con ella. «El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará» (Isaías 35.8).
Por otra parte, nuestra percepción individual de la verdad puede cambiar y de hecho así lo hace. Por supuesto que adquirimos mayor entendimiento a medida que crecemos. Todos comenzamos siendo nutridos con la leche de la Palabra. Cuando adquirimos la habilidad de masticar y digerir verdades más difíciles, se supone que debemos ser fortalecidos por el alimento sólido de la Palabra (1 Corintios 3:2; Hebreos 5:12). Esto es, movernos de un conocimiento de niño a un entendimiento de verdad más maduro en toda su riqueza y relación con otra verdad.
Sin embargo, la verdad misma no cambia sólo porque cambie nuestro punto de vista. Cuando maduramos en nuestra habilidad de percibir la verdad, la verdad en sí misma se mantiene invariable. Nosotros debemos ajustar todos nuestros pensamientos a la verdad (Salmos 19:14), no estamos autorizados a redefinir el término «Verdad» para adaptarlo a nuestros propios puntos de vista, preferencias o deseos. No debemos ignorar o descartar verdades seleccionadas sólo porque podemos llegar a encontrarlas difíciles de recibir o de sondear. Después de todo, no podemos volvernos perezosos o apáticos acerca de la verdad cuando el precio de entenderla o defenderla se torna exigente o costoso. Tal acercamiento egoísta a la verdad es equivalente a la usurpación a Dios (Salmos 12:4). Quienes toman esa ruta garantizan su propia destrucción (Romanos 2:8-9).
Además, Dios se ha revelado a sí mismo y su verdad con suficiente claridad. Aparte de la explícita revelación especial de la Biblia, Dios ha hecho algunos de los principales elementos de la verdad espiritual lo bastante claros para todos. Por ejemplo, la Escritura dice que las verdades cardinales relacionadas con Dios, su poder, su gloria y su rectitud son conocidas naturalmente por las personas por medio de la creación y sus conciencias (Romanos 1:19-20; 2:14-16). Esa verdad es perfectamente clara y suficiente para que la raza humana no tenga excusa (Romanos 1:20). Todos los que sean condenados en el juicio final serán responsables de rechazar toda verdad que haya estado a su disposición. El hecho de que un Dios justo y recto sostenga que tanto los incrédulos como los creyentes son responsables de obedecer su revelación es una prueba irrefutable de que Él ha hecho la verdad lo bastante clara para nosotros. Afirmar que la Biblia no es lo bastante clara es un ataque contra la propia sabiduría e integridad de Dios.
(Adaptado de Verdad en Guerra)