“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:4-5).
A pesar de los ataques desesperados y frenéticos de Satanás a la “luz, las tinieblas no prevalecieron contra ella”. Katalambáno (“prevalecieron”) puede traducirse mejor como “vencer”. Aun una vela pequeña puede expulsar la oscuridad en una habitación; la “luz” gloriosa y brillante de nuestro Señor Jesucristo destruirá completamente el reino de oscuridad de Satanás. Él vino al mundo, “las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra” (1 Jn. 2:8).
Entonces, según se desprende de este versículo, no es que las “tinieblas” no entendieran la verdad sobre Jesús; al contrario, las fuerzas de la oscuridad lo conocen muy bien. En Mateo 8:29, algunos demonios clamaron diciendo: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”. Jesús, en la casa de Pedro en Capernaum, “echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían” (Mr. 1:34). Lucas 4:41 dice que “salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo”. En Lucas 4:34, un demonio aterrorizado le suplicaba: “Déjanos; ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios”. No era solo que los demonios conocieran la verdad sobre Cristo, además la creían. Santiago escribió: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19).
Como Satanás y sus demonios entienden muy bien el juicio que les espera, han intentado por todos los medios extinguir la “luz” a lo largo de toda la historia. Satanás intentó destruir a Israel en el Antiguo Testamento, la nación de la cual vendría el Mesías. También intentó destruir la línea real de la cual descendería el Mesías (2 R. 11:1-2). En el Nuevo Testamento, instigó el intento inútil de Herodes por matar al niño Jesús (Mt. 2:16). Al comienzo del ministerio terrenal de Jesús, Satanás intentó tentarlo, en vano, para alejarlo de la cruz (Mt. 4:1-11). Después, volvió a intentar la tentación por medio de sus más cercanos seguidores (Mt. 16:21-23). Aun el triunfo aparente de Satanás en la cruz marcó en realidad su derrota final (Col. 2:15; He. 2:14; cp. 1 Jn. 3:8).
Del mismo modo, los incrédulos se pierden eternamente no por no haber conocido la verdad, sino por rechazarla:
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido (Ro. 1:18-21).
Si una persona rechaza la deidad de Cristo, no puede ser salva; Él mismo dijo en Juan 8:24: “Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”. Es apropiado, pues, que Juan comience su Evangelio, donde se enfatiza tan fuertemente la deidad de Cristo (cp. 8:58; 10:28-30; 20:28), con la afirmación poderosa de esa verdad esencial.
(Adaptado de La Deidad de Cristo)