Cómo concluimos en el blog anterior, Dios es Señor del universo y Él puede hacer cualquier cosa que quiera. Hoy veremos que Él también es el Señor en nuestras vidas. Dios es Señor sobre nosotros; por lo tanto, debemos someternos a Él y a Su soberanía.
Para darle gloria, debemos confesarle a Cristo como Señor lo cual es algo intrínseco de la salvación y no un acto subsiguiente. La salvación implica confesar que Cristo es Dios y, por consiguiente, el soberano en su vida.
Si nunca ha confesado a Jesucristo como Señor, usted no tiene la capacidad para vivir para la gloria de Él. No puede decir: “Rechazo a Cristo. Él no es ni mi Salvador ni mi Señor,” y luego esperar glorificar a Dios. Cuando rechaza al Hijo, usted está rechazando al Padre ( Juan 5:23). Así que la salvación es el comienzo necesario para glorificar a Dios y, por consiguiente, para el crecimiento espiritual. No puede crecer hasta que usted no nazca.
La Respuesta Al Evangelio
En Mateo 13, el Señor comenzó a contar una parábola haciendo referencia a un sembrador y a la semilla. Según los versículos 4 al 8, el sembrador esparció sus semillas con los siguientes resultados:
Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.
Esta historia nos dice que, en respuesta a la predicación del evangelio, hay por lo menos cuatro resultados posibles. Pero solo uno de ellos es la recepción real que produce justicia.
La lección aparece de nuevo en Mateo 13:47-50:
Asimismo, el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
La iglesia es una red que saca toda clase de personas, buenas y malas. Un día, sin embargo, los ángeles separarán a los seguidores verdaderos de los falsos. Una y otra vez en el Nuevo Testamento, el Señor trae a colación la idea de identificar tanto a los discípulos verdaderos como a los que aparentan serlo; de modo que Mateo 10:38-39 es consecuente con el mensaje tal como ocurre a todo lo largo de las Escrituras.
Soy reconocido en algunos círculos por ser “demasiado inflexible” al definir lo que debe caracterizar a un verdadero seguidor de Cristo. Pero esta es la única verdad: La autoridad suprema de las revelaciones de Dios en las Escrituras. Nada más tiene importancia. Esta lealtad profunda a la verdad la obtuve en gran medida de Dr. Charles Feinberg, un judío converso, con un intelecto inmenso y decano de Talbot Seminary, donde me gradué. Él fue mi mentor. El Dr. Feinberg tenía un punto de vista muy alto de las Escrituras y de él aprendí a tener ese mismo enfoque.
Sobre eso, mi padre me enseño la verdad de las Escrituras. Él fue un gran maestro y expositor de la Biblia que dejaba que la Palabra de Dios estableciera su comprensión de la salvación. Empleaba la historia recta y la predicaba bien. No hubo nunca superficialidad en su ministerio. Y me enseñó que nunca dudara de cuál es el verdadero discipulado y cuál la verdadera salvación.
En nuestro próximo blog veremos que la verdadera salvación lleva la marca de Cristo.
(Adaptado de La verdad sobre el señorío de Cristo)