En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. (Jn. 1:1-2)
Arjé (principio) puede significar “fuente” u “origen” (cp. Col. 1:18; Ap. 3:14), o “regla”, “autoridad”. “gobernante” o “persona en autoridad” (cp. Lc. 12:11; 20:20; Ro. 8:38; 1 Co. 15:24; Ef. 1:21; 3:30; 6:12; Col. 1:16; 2:10, 15; Tit. 3:1). Las dos connotaciones son verdaderas para Cristo, quien es el creador del universo (v.3; Col. 1:16; He. 1:2) y su gobernante (Col. 2:10; Ef. 1:20-22; Fil. 2:9-11). Pero el término se refiere aquí al principio del universo descrito en Génesis 1:1.
Jesucristo ya era, ya existía cuando se crearon los cielos y la tierra; por tanto, Él no es un ser creado, existía desde toda la eternidad (puesto que el tiempo comenzó con la creación del universo físico, cualquier cosa sucedida antes de la creación es eterna). “Entonces el Logos [Verbo] no comenzó a ser; más bien, en el punto en el que todo lo demás comenzó a ser, Él ya era. En el principio, donde sea que usted lo ubique, el Verbo ya existía. En otras palabras, el Logos es anterior al tiempo, es eterno”[1]. Dicha verdad aporta la prueba definitiva de la deidad de Cristo, pues solo Dios es eterno.
El tiempo imperfecto del verbo eimí (era), con el cual se describe la continuidad de una acción en el pasado, refuerza aún más la preexistencia eterna del Verbo. Indica que Él estaba en continua existencia antes del principio. Pero es aún más significativo el uso de eimí en lugar de guinomai (“llegó a ser”). El segundo término se refiere a cosas que empiezan a existir (cp. 1:3, 10, 12, 14). Si Juan hubiese usado guinomai, habría implicado que el Verbo empezó a existir en el principio, junto con el resto de la creación. Pero eimí enfatiza que el Verbo siempre existió; nunca hubo un punto en el cual Él empezara a ser.
El concepto de “el Verbo” (logos) estaba cargado de significado para judíos y griegos. Para los filósofos griegos, el logos era el principio abstracto e impersonal de la razón y el orden en el universo. En algún sentido era una fuerza creadora, además de una fuente de sabiduría. La persona griega promedio podría no haber comprendido todos los matices de significado que los filósofos daban al término logos. Con todo, para el hombre común y corriente, el término habría significado uno de los principios más importante en el universo.
Entonces, para los griegos, Juan presentaba a Jesús como la personificación y encarnación del logos. Sin embargo, a diferencia del concepto griego, Jesús no era una fuente, fuerza, principio o emanación impersonal. En Él se hizo hombre el verdadero logos que era Dios, un concepto ajeno al pensamiento griego.
Pero logos no era solo un concepto griego. La palabra del Señor también era un asunto importante en el Antiguo Testamento, un asunto que los judíos conocían muy bien. La palabra del Señor era la expresión del poder y la sabiduría divinos. Con su palabra, Dios inició el pacto abrahámico (Gn. 15:1), le dio a Israel los diez mandamientos (Éx. 24:3-4; Dt. 5:5; cp. Éx. 34:28; Dt. 9:10), estuvo presente en la construcción del templo de Salomón (1 R. 6:11-13), se reveló a Samuel (1 S. 3:21), pronunció el juicio sobre la casa de Elí (1 R. 2:27), aconsejó a Elías (1 R. 19:9ss.), dirigió a Israel a través de sus heraldos (cp. 1 S. 15:10ss.; 2 S. 7:4ss.; 24:11ss.; 1 R. 16:1-4; 17:2-4, 8ss.; 18:1; 21:17-19; 2 Cr. 11:2-4), fue el agente de la creación (Sal. 33:6) y reveló las Escrituras a muchos de los profetas, desde Jeremías a Malaquías.[2]
A los lectores judíos, Juan les presentó a Jesús como la encarnación del poder y la revelación divina. Él inició el nuevo pacto (Lc. 22:20; He. 9:15; 12:24), instruye a los creyentes (Jn. 10:27), los une en un templo espiritual (1 Co. 3:16-17; 2 Co. 6:16; Ef. 2:21), reveló la Divinidad al hombre (Jn. 1:18; 14:7-9), juzga a quienes lo rechazan (Jn. 3:18; 5:22), dirige a la iglesia por medio de quienes ha llamado para hacerlo (Ef. 4:11-12; 1 Ti. 5:17; Tit. 1:5; 1 P. 5:1-3), fue el agente de la creación (Jn. 1:3; Col. 1:16; He. 1:2) e inspiró a los autores humanos del Nuevo Testamento (Jn. 14:26) por medio del Espíritu Santo que Él prometió que enviaría (Jn. 15:26).
Luego, Juan llevó su argumento un paso más allá. En su eterna preexistencia, “el Verbo era con Dios”. La traducción al español no conlleva toda la riqueza de la expresión griega (pros ton theón). Tal frase significa mucho más que la existencia del Verbo con Dios; describe a “dos seres personales, el uno frente al otro, enfrascados en un discurso inteligente”.[3] Jesús, desde toda la eternidad, como la segunda persona de la Trinidad, “estaba con el Padre [pros ton patera]” (1 Jn. 1:2) en comunión íntima y profunda. Tal vez pros ton theón se puede explicar mejor como “cara a cara”. El Verbo es una persona, no un atributo de Dios o una emanación de Él, y tiene la misma esencia del Padre.
Aun así, en un acto de condescendencia infinita, Jesús dejó la gloria del cielo y el privilegio de la comunión cara a cara con su Padre (cp. Jn. 17:5). Con toda disposición “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:7-8). Charles Wesley captó parte de esta verdad maravillosa en el conocido himno “Cómo en su sangre pudo haber”:
¿Cómo en su sangre pudo haber
Tanta ventura para mí,
Si yo sus penas agravé
Y de su muerte causa fui?
¿Hay maravilla cual su amor?
¡Morir por mí con tal dolor!
Nada retiene al descender,
Sino su amor y su deidad;
Todo lo entrega: gloria, prez,
Corona, trono, majestad.
Ver redimidos es su afán,
Los tristes hijos de Adán.[4]
(Adaptado de La Deidad de Cristo)
[1] Marcus Dods, “John” en W. Robertson Nicoll, ed., The Expositor’s Bible Commentary (reimpresión; Peabody: Hendrickson, 2002), 1:683. Cursivas en el original.
[2] Véase específicamente Jeremías 1:2; Ezequiel 1:3; Daniel 9:2; Oseas 1:1; Joel 1:1; Jonás 1:1; Miqueas 1:1; Sofonías 1:1; Hageo 1:1; Zacarías 1:1; Malaquías 1:1.
[3] W. Robert Cook, The Theology of John (Chicago: Moody, 1979), p. 49.
[4] Charles Wesley, “Cómo en su sangre pudo haber”, primera y tercera estrofa.