“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” Lucas 2:29–32.
Es probable que, en el proceso de escribir su Evangelio, Lucas haya visto detalles acerca del nacimiento de Jesús y de la vida de María. Lucas 1:1–4 indica que tenía acceso a los testimonios de muchos testigos oculares. Puesto que incluye varios detalles que solo María pudo haber conocido, podemos estar casi seguros, que María misma fue una de las fuentes primarias de Lucas. La inclusión de varios hechos de la infancia de Jesús (2:19, 48, 51) sugiere que éste fue el caso. El propio testimonio de María como testigo debe haber sido la fuente para el relato de la profecía de Simeón, porque ¿quién sino ella puede haber conocido y relatado este incidente? Al parecer, la enigmática profecía del anciano nunca abandonó su mente.
Años más tarde, cuando María estaba de pie observando cómo un soldado atravesaba el costado de Jesús, debe haber sentido, por cierto, que una espada atravesaba su propia alma. En ese mismo momento, debe haber recordado la profecía de Simeón y entendido, con toda su fuerza, su verdadero significado.
Mientras María observaba quietamente morir a su hijo, otros le gritaban burlas perversas e insultos. Su percepción de la injusticia que le hacían, debe haber sido muy profunda. Después de todo, nadie comprendía mejor que María la total perfección inmaculada de Jesús. Lo había amamantado cuando era un niño y lo había cuidado a través de toda su infancia. Nadie podía amarlo más de lo que ella lo amaba. Todos esos hechos solamente aumentaban el agudo dolor que sentiría cualquier madre ante tan horrible visión. El dolor y la angustia de María eran casi inimaginables.
(Adaptado de Las Lecturas Diarias de MacArthur)