Si fuera a entrevistar a un grupo de personas y les pidiera que definan el propósito fundamental de la iglesia, es probable que obtenga muchas y variadas respuestas.
Algunas, pudieran expresar que la iglesia es un lugar para lograr amistades con personas espirituales; que es donde los creyentes se fortalecen los unos a los otros en la fe y donde el amor se cultiva y se expresa.
Otras, quizá dirían que la misión de la iglesia es enseñar la Palabra, preparar a los creyentes para diversas responsabilidades e instruir a los niños y a los jóvenes para ayudarlos a crecer en Cristo.
Habría quienes dijeran que el propósito de la iglesia es alabar a Dios; que es una comunidad de alabanza que exalta a Dios por lo que Él es y ha hecho; y que al ser la alabanza la actividad principal en el cielo, ésta debe ser la responsabilidad básica de los que estamos en la tierra.
Pero, aunque la comunión, la enseñanza y la alabanza son importantes, el porqué principal de la iglesia es glorificar a Dios. El apóstol Pablo describió la salvación como “para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6).
Nuestra misión
Dios amó a un mundo perdido y procuró ganar a los pecadores para sí para su propia gloria. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). Cristo vino al mundo por amor y para ganar a los pecadores para la gloria del Padre. Como creyentes, también debemos ir al mundo con amor y procurar ganar a los perdidos para la gloria de Dios. Nuestra misión es la misma de Dios.
Somos una extensión del ministerio de Dios el Padre y el Hijo en la recepción de la gloria por la salvación de los pecadores perdidos. Jesús expresó: “Como tú me enviste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18). “Como” expresa intención. Del mismo modo que el Padre envió al Hijo al mundo irredento, así el Hijo ha enviado a los creyentes. Lo maravilloso es que tenemos el privilegio de participar en la tarea de Jesucristo hacia un mundo perdido.
Disponibilidad
Isaías respondió a Dios: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).
Dios desea un corazón dispuesto que escuche sus órdenes en el momento y en el lugar señalado; un corazón en plenitud de verdadera adoración. Todo el afecto y el pensamiento del creyente deben ponerse en Cristo. Todas sus metas deben dirigirse hacia Él. Él es todo en todo.
¿Está dispuesto a ir? ¿Es un adorador? ¿Está su propósito en la vida centrado en la persona de Cristo? El tener esa actitud significa estar bajo el control del Espíritu Santo, que es el único que puede hacer que usted invoque a Jesús como Señor (1 Corintios 12:3). Todos sus bienes, todo su tiempo, toda su energía, todo su talento y todos sus dones deben estar controlados por Él.
Además, esto significa estar centrado en la Palabra porque es en la Palabra donde se ve a Cristo. En la Palabra se percibe su gloria. Tal como Cristo vino al mundo para dar su vida a fin de atraer a las personas hacia sí mismo, usted debe hacer lo mismo.
Toda potestad
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), fue el preámbulo que Jesús hizo antes de presentar la Gran Comisión de hacer “discípulos a todas las naciones”, confirmando de este modo su autoridad divina. De otra forma, habría parecido imposible cumplir la orden.
Durante los tres años y medio que los discípulos siguieron a Jesús, aprendieron mucho de su autoridad. Les mostró que tenía autoridad sobre la enfermedad (Mateo 4:23) y la muerte (Juan 11:43-44). Les dio el mismo poder que Él tenía para vencer a la enfermedad y a los demonios (Mateo 10:1). Dejó establecido con claridad que tenía autoridad para perdonar pecados (Mateo 9:6) y para juzgar a todos los hombres (Juan 5:25-29). También probó que tenía autoridad para dar su vida y volver a tomarla (Juan 10:18).
La sumisión a esa autoridad absoluta de Cristo no es una opción, es la obligación suprema de usted.
La oveja perdida
Al inicio de la parábola de la oveja perdida, Jesús pregunta: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que perdió, hasta encontrarla?” (Lucas 15:4). Lo que Él quiso decir es que cualquier pastor buscaría una oveja perdida, ya que no se trata solamente de deber, sino también del afecto.
Después de encontrar la oveja, el pastor en esta parábola va a su casa e invita a sus amigos y vecinos para celebrar juntos. El gozo del pastor es tan grande que tiene que expresarlo de alguna forma.
Usted y yo sabemos que “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:7). Este versículo es la conclusión de la parábola y una esperanza para los cristianos hoy día. Tal como el pastor se regocija por haber encontrado la oveja perdida, nuestro Buen Pastor se regocija por el pecador arrepentido, su oveja perdida.
Renovar nuestra pasión
“Recorrió Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino” (Mateo 9:35).
Todo lo que vale en la vida es resultado de la pasión de alguien. Los acontecimientos importantes de la historia humana son resultado de una honda y entusiasta aspiración de ver metas cumplidas. El deseo entusiasta de los creyentes deber ser la evangelización de toda la humanidad. Pero vivimos en una época que tiende a obstaculizar nuestra aspiración. Nuestra cultura ensombrece nuestras metas legítimas y si tuviera la oportunidad, le quitaría a nuestra fe vehemente poder.
Es lamentable que algunos cristianos sean como un balde de agua fría para el corazón apasionado. Simplemente no comprenden a alguien con un interés especial por un proyecto espiritual, ya que la pasión espiritual no es la norma. La norma es no dejar que el cristianismo altere su manera rutinaria de vivir. Si sigue esa norma, usted se irá enfriando espiritualmente y se volverá apático.
Todos debemos preguntarnos: ¿Dónde está nuestra carga por la evangelización? ¿Por qué no es la función principal de la iglesia? ¿Es la iglesia simplemente un centro de actividades complacientes consigo misma, satisfecha con la comodidad y la prosperidad?
Modelos de Pasión
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11).
Se dice que Juan Wesley hizo más por Inglaterra que sus ejércitos y sus barcos. Vivió pobre pero durante su vida dio miles de dólares a otras personas. Maltratado y calumniado, dejó su reputación y su alma en las manos de Dios. Se ha calculado que viajó más de trescientos mil kilómetros a pie y a caballo, además predicó dos mil cuatrocientos sermones.
Gran parte de la iglesia oficial lo menospreció, pero él puso fuego en el corazón de esa iglesia. Tenía fama de quedarse sin aliento en busca de las almas sin Cristo.
Ordenado a los veintidós años, Jorge Whitefield comenzó a predicar con gran elocuencia y buenos resultados. Su poder era resultado de su pasión por las almas, y usaba cada uno de los talentos que Dios le había dado para conducirlas a Cristo. Cruzó el Atlántico trece veces y predicó miles de sermones. El epitafio de su tumba dice que fue un soldado de la cruz, humilde, devoto y ferviente, que prefirió la honra de Cristo antes que su propio interés, su reputación o su vida.
Aunque estos hombres son ejemplos admirables, el modelo perfecto de alguien con pasión por los perdidos, es Cristo.
(Adaptado de La verdad sobre el señorío de Cristo)