Al mirar de nuevo estos versículos, descubriremos que el apóstol explica el amor de Dios en términos de sacrificio, expiación por el pecado y propiciación: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10). Esa palabra habla de un sacrificio diseñado para apaciguar la ira de una deidad ofendida. Lo que el apóstol está diciendo es que Dios ofreció a Su Hijo como ofrenda por el pecado para satisfacer Su propia ira y justicia en la salvación de pecadores.
Ese es el corazón mismo del evangelio. Las "buenas nuevas" no son que Dios está dispuesto a pasar por alto el pecado y perdonar a los pecadores. Eso comprometería la santidad de Dios. No se haría la justicia. Despreciaría la verdadera rectitud. Además, eso no sería amor de parte de Dios, sino apatía.
Las verdaderas buenas nuevas son que Dios mismo, a través del sacrificio de Su Hijo, pagó el precio del pecado. Él tomó la iniciativa ("nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero"). Dios no estaba reaccionando a algo en los pecadores que los hiciera merecedores de la gracia divina. Al contrario, Su amor por la humanidad pecadora es totalmente inmerecido. Los pecadores por los que Cristo ha muerto solo eran dignos de la ira de Dios.
Según Pablo escribió: “Cristo... murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:6-8). Puesto que Dios es justo, debe castigar el pecado; no puede simplemente absolver la culpa y dejar insatisfecha la justicia. Pero la muerte de Cristo satisfizo totalmente la justicia de Dios y Su ira santa contra el pecado.
Algunas personas rechazan la idea de una víctima inocente que hace expiación por pecadores culpables. Les gusta pensar que la gente debe pagar por sus propios pecados. Pero si eliminamos esta doctrina del sacrificio sustitutivo, no tendremos ningún evangelio en absoluto. Si la muerte de Cristo fuera algo menos que un sacrificio de expiación en favor de los pecadores, nadie nunca podría ser salvo.
Sin embargo, en la muerte de Cristo en la cruz se encuentra la expresión más elevada posible del amor divino. Dios, quien es amor, envió a Su precioso Hijo a morir como expiación por el pecado. Si nuestro sentido de justicia se indigna por eso, ¡qué bueno! Debería ser conmovedor. Debería parecernos increíble. Debería dejarnos anonadados. Al reflexionar en esto, comenzaremos a tener una idea del precio enorme que Dios pagó para manifestar Su amor.
En la cruz, Su amor es manifestado a la humanidad pecaminosa –criaturas caídas sin ningún derecho de reclamar bondad, misericordia o amor de parte de Dios. Y Su ira se derramó sobre Su Hijo amado, quien nada hizo que fuera digno de algún castigo. Si usted no se siente abrumado con esta verdad, todavía no entiende lo que Cristo hizo.
Sin embargo, si vislumbra esta verdad, lo que usted piensa de Dios como un Padre amoroso tomará una nueva profundidad y riqueza. "Dios es amor", y demostró Su amor por nosotros en que siendo aún pecadores en rebelión contra Él, Dios entregó a Su Hijo unigénito para que muriera por nosotros, y para que pudiéramos vivir a través de Él (Ro. 5:8; 1 Jn. 4:9-10). Ese es el corazón mismo del evangelio, y ofrece la única esperanza a aquellos que están esclavizados por el pecado: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hch. 16:31).
(Adaptado de De Tal Manera Amó Dios...)