Los esclavos del primer siglo eran completamente responsables ante sus dueños por todo lo que hacían. Para estos, la evaluación de su amo era la única que importaba. Si el amo estaba satisfecho, el esclavo se beneficiaría, por consiguiente. Toda una vida de fidelidad hasta podría recompensarse con la emancipación o la libertad. Sin embargo, si se disgustaba al amo, el esclavo podría esperar la disciplina apropiada, frecuentemente tan severa como el azotamiento. Los castigos más extremos, inusuales, pero permitidos bajo la ley romana, incluían: “la crucifixión, el quebrantamiento de huesos, las amputaciones, brea caliente, collares limitadores y el potro de tortura”[1]Murray J. Harris, Slave of Christ (Downers Gorove, IL: InterVarsity, 1999), p.42.. Tal sistema de recompensas y castigos proveían estimulación poderosa para que los esclavos trabajaran duro y les fuera bien.
A los creyentes, así mismo, se les impulsa a partir del entendimiento de que un día ellos estarán parados ante Cristo. El deseo de agradar al Amo se eleva por el conocimiento de que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). Cada uno de nosotros, al igual que el esclavo diligente en Mateo 25, anhela escuchar al Señor decir aquellas palabras bienaventuradas: “Bien, buen siervo [esclavo] y fiel... entra en el gozo de tu señor” (vv. 21, 23). Nos sentimos animados al saber que todo el que persevere en fidelidad recibirá “la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día ... A todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).
En el contexto de la iglesia primitiva, un número significativo de creyentes también habrían sido esclavos romanos. Pablo los alienta recordándoles que al servir a sus amos terrenales estaban sirviendo al Señor. En tales casos, la motivación a la obediencia iba más allá de un incentivo terrenal a una recompensa celestial. A los esclavos en Colosas Pablo escribió: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor, y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:22-24; cp. Efesios 6:5-8).
Los amos cristianos solo necesitaban recordar que tenían un Amo celestial. Pablo continuó exhortando a los colosenses dueños de esclavos con estas palabras: “Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos” (Colosenses 4:1; cp. Efesios 6:9).
Esto demuestra que el Amo en los cielos era una fuerza poderosa para los primeros cristianos, fueran esclavos o libres. Esto también nos debe motivar a nosotros. No importa si se recompensa o no nuestra fidelidad en esta vida. Un día nos pararemos delante de Cristo para recibir la recompensa total. ¡Qué día tan glorioso será! En las palabras de Charles Spurgeon:
“[En aquel día] el Señor otorgará a su pueblo una recompensa abundante por todo lo que han hecho. No porque merezcan recompensa alguna, sino porque Dios primero les dio gracia para hacer buenas obras y luego tomó sus buenas obras como evidencia de un corazón renovado y les dio una recompensa por lo que habían hecho. Oh, qué dicha será escuchar decir: ‘Bien hecho, siervo bueno y fiel’ y darte cuenta de que has trabajado para Cristo cuando nadie lo sabía, de que Cristo tomó nota de todo ello, para ti que serviste al Señor bajo la tergiversación, encontrar que el Señor Jesús separó la paja del trigo, y supo que tú eras uno de sus preciados. Para entonces Él decir: ‘entra en el gozo de tu Señor’, qué dicha será para ti”[2]Charles Spurgeon, “The Great Assize”, sermón No. 1076, Metropolitan Tabernacle Pulpit (Pasadena, TX: Pilgrim, 1984), 18:587..
(Adaptado de Esclavo)