Nuestra cultura posmoderna se molesta al escuchar el evangelismo bíblico. Su compromiso con la subjetividad y el relativismo no puede dar cabida a una religión que es exclusiva, limitada y que declara una verdad no negociable. Y eso no debería sorprendernos: Jesús nos dijo que esperáramos ser odiados de la misma manera que Él lo fue (Juan 15:18).
Además, las Escrituras también nos advierten de no contemporizar con (Santiago 4:4) o conformarnos (Romanos 12:2) a los valores de este mundo. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Estamos llamados al separatismo sin tener que vivir como monjes—estar en el mundo, pero no ser del mundo. No podemos vivir nuestras vidas y comprometernos en nuestro campo de misión sin entrar en contacto con la cultura pagana.
Para la mayoría de nosotros, es difícil evitar impregnarnos del pensamiento posmoderno de nuestros amigos, familiares y colegas. Y vemos señales de esto incluso en el ámbito de la evangelización.
La frase "comparte tu fe" está ya muy asentada en la jerga evangélica. La mayoría de nosotros –me incluyo- la utilizamos como un sinónimo para referirnos a los encuentros evangelísticos que tenemos. Pero esas tres palabras están llenas de subjetividad posmoderna, a lo que John MacArthur comenta:
“No es tu fe y no puedes compartirla… Esta es una propuesta no muy sutil a la mentalidad posmoderna que dice que mi fe es mía y que me encantaría compartirla.
“Esto no es en absoluto lo que queremos hacer. Queremos explicar la fe, la fe cristiana, la verdad. Y nuestro mayor ejemplo para esto es el Señor Jesús, que a lo largo de su ministerio presentó la verdad… Jesús estaba comprometido implacablemente con la verdad. Él habló la verdad absoluta en cada situación. Y las personas aceptaban la verdad y rechazaban el error, o se aferraban fuertemente a su error y comenzaban a odiar a Jesús; porque veían lo que Él estaba haciendo como un ataque contra ellos. Y efectivamente, así era”[1]John MacArthur, Divine Truth Confronts Human Tradition, sermón predicado en Grace Community Church, Sun Valley, CA, Abril 22, 2001..
Nosotros no “compartimos la fe”, la anunciamos. Y no es su fe, es la “fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Es el evangelio de Dios.
Me regocijo porque el evangelio cristiano descansa en hechos históricos objetivos que trascienden mis propias experiencias o validación—la creación de Dios, la caída del hombre y la redención de Cristo. He observado con agonía cómo los cristianos han intentado en vano combatir en duelo con otras religiones y cosmovisiones sobre la base de la experiencia personal. Esos encuentros degeneran rápidamente en un interminable enfrentamiento subjetivo. El evangelista que basa su evangelio en las experiencias es impotente a la hora de refutar las experiencias de alguien más.
La verdad del evangelio bíblico choca contra todas esas barreras hechas por el hombre con el propio testimonio escrito de Dios. No depende de nuestras habilidades personales o poderes de persuasión. Es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
Los Impostores Abundan
Sin embargo, no faltan personas dispuestas a sustituir "el poder de Dios" por sus propias ideas y programas. El evangelio de la prosperidad intenta atraer a la gente al reino de Dios ofreciéndoles riquezas materiales. El evangelio del catolicismo romano ofrece la salvación a través de la religiosidad y los esfuerzos humanos. El evangelio de las iglesias “sensibles al buscador” se basa en la capacidad de atraer a personas que no existen—incrédulos que buscan de Dios (Romanos 3:11).
Mientras tanto, los defensores del evangelio social abogan por las obras de caridad y las causas sociales como la respuesta redentora para un mundo infestado de pecado. Mientras escribía este artículo, me alertó un tuit publicado por una denominación influyente. Simplemente decía: “Estamos cumpliendo la Gran Comisión cuando damos la bienvenida a personas de otras naciones a nuestro país”. ¡Esa es una mentira descarada dicha por personas que deberían conocer mejor el tema! La Gran Comisión es un mandato de “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28), no de extender una alfombra de bienvenida en los puestos fronterizos.
Las obras de compasión deben adornar el evangelio, no reemplazarlo. Cuando otros adjetivos se añaden al evangelio (por ejemplo, el evangelio social, el evangelio de la prosperidad, etc.), a menudo es una indicación de que no es en absoluto el evangelio.
Medir el Éxito
Nuestro éxito como evangelistas sólo puede medirse por nuestra fidelidad al mensaje que hemos sido llamados a predicar. Nos encontramos en buena compañía bíblica cuando la mayoría de la gente rechaza el mensaje que proclamamos. Noé, Jeremías e incluso el mismo Jesús, tuvieron relativamente pocos conversos al final de sus ministerios terrenales. Sin embargo, todos ellos sobresalieron en la única medida de éxito para los evangelistas—nunca se desviaron del mensaje que fueron llamados a predicar.
Ese sigue siendo nuestro punto de referencia para el éxito evangelístico en lo que a Dios se refiere. Él nos ha llamado a predicar el evangelio “a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2). Debemos presentar la santidad de Dios, perseguir a los pecadores, proclamar a Cristo y suplicar a todos los hombres que se arrepientan y crean en el evangelio. Dios atraerá a Sus elegidos (Juan 6:44) y Cristo continuará edificando Su iglesia (Mateo 16:18).
Predicar es nuestro trabajo y convertir, es el de Dios. ¡Ay de nosotros si alguna vez confundimos esas responsabilidades!