De la verdad que Dios es amor, el apóstol saca este corolario: “El amor es de Dios” (1 Jn. 4:7). Dios es la fuente de todo amor verdadero. Por eso, el amor es la mejor evidencia de que alguien verdaderamente conoce a Dios: “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios” (vv. 7-8). En otras palabras, el amor es la prueba de un corazón regenerado. Solamente los cristianos verdaderos son capaces de un amor auténtico.
Está claro que la clase de amor de la que el apóstol habla es una expresión más enaltecida y pura de amor que el comúnmente conocido por la experiencia humana. El amor al que se refiere no fluye de modo natural del corazón humano. No es un amor carnal, un amor romántico, ni incluso un amor familiar. Es un amor sobrenatural que es peculiar a quienes conocen a Dios. Es un amor piadoso.
Es más, el apóstol empleó una expresión griega para "amor" que era poco habitual en la cultura del primer siglo. La palabra era ágape, que no era común hasta que el Nuevo Testamento la hizo habitual. Cuando un pagano típico del siglo I pensaba en el amor, ágape no era la palabra que le habría venido a la mente. En realidad, había otras dos expresiones griegas comunes para amor: filéo, para describir el amor fraternal, y eros, para describir todo -desde el amor romántico hasta la pasión sexual.
Filéo se utiliza ocasionalmente como sinónimo de ágape, pero en general la palabra ágape se usa como un término más refinado y enaltecido. En el mismo sentido que Juan lo utiliza aquí, ágape es exclusivo para Dios. Nuestro Señor es la única fuente de ese amor. El amor por nuestra familia, el amor romántico y el amor de buenos amigos caen todos en la categoría de lo que la Biblia llama "afecto natural" (Ro. 1:31; 2 Ti. 3:3). Incluso estas expresiones de "afecto natural" o amor humano pueden ser maravillosamente ricas. Llenan la vida con color y alegría. Sin embargo, son simplemente pálidos reflejos de la imagen de Dios en sus criaturas.
El amor divino es perfecto. Ese amor puro, santo y piadoso solo pueden conocerlo aquellos que son nacidos de Él. Se trata del mismo amor insondable que movió a Dios a enviar "a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él" (1 Jn. 4.9).
Donald W. Burdick nos muestra tres características de este tipo de amor según Dios:
“Es espontáneo. No había nada de valor en las personas amadas que provocara tal amor expiatorio. Por voluntad propia, Dios depositó su amor en nosotros a pesar de nuestra enemistad y nuestro pecado. [Ágape] es amor iniciado por el amante simplemente porque desea amar, no debido al valor o la amabilidad del ser amado. Es abnegado. [Ágape] no se interesa en lo que puede ganar, sino en lo que puede dar. No está inclinado a satisfacer al amante, sino a ayudar al amado cueste lo que cueste. Es activo. [Ágape] no es simple sentimiento albergado en el corazón. Tampoco son meras palabras por elocuentes que sean. Implica sentimiento y puede expresarse en palabras, pero sobre todo es una actitud hacia otra persona que mueve la voluntad de actuar para ayudar a satisfacer la necesidad del ser amado”[1]Donald W. Burdick, The Letters of John the Apostle (Chicago: Moody, 1985), 351.
Todos los verdaderos creyentes tienen este amor. Este tipo de amor no puede ser fruto de la voluntad humana. Es forjado en los corazones de los creyentes por Dios mismo. "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Jo. 4:19). El amor por Dios y por nuestros hermanos creyentes es el resultado inevitable del nuevo nacimiento, por el cual llegamos "a ser participantes de la naturaleza divina" (2 P. 1:4). Así como amar es la naturaleza de Dios, amar también es característico de Sus verdaderos hijos. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5:5).
Por tanto, el amor cristiano es una de las pruebas más importantes de la realidad de la fe de alguien.
(Adaptado del libro De Tal Manera Amó Dios...)