Hace unos años, cuando atravesaba el país en un vuelo local, conecté los auriculares y comencé a escuchar la programación musical. Me asombró la cantidad de música que hablaba del amor. En ese entonces, estaba predicando de 1 Juan 4, por lo que el tema del amor estaba muy presente en mi mente. Me di cuenta de lo simplistas y superficiales que eran casi todas las letras de las canciones. "Ella te ama, sí, sí" es un clásico según las normas mundanas. Pero pocas personas dirían que sus letras son de verdad profundas.
Comencé a comprender lo fácil que nuestra cultura banaliza el amor volviéndolo sentimentalismo. El amor del que oímos en canciones populares casi siempre se presenta como un sentimiento, y por lo general implica deseos no cumplidos. La mayoría de las canciones de amor lo describen como un anhelo, una pasión, un capricho que no se satisface del todo, una serie de expectativas que nunca se cumplen. Por desgracia, ese tipo de amor carece de cualquier significado definitivo. En realidad, se trata de un reflejo trágico de la perdición humana.
Al reflexionar sobre esto, me di cuenta de algo más: la mayoría de las canciones acerca del amor no solo reducen el amor a una emoción, sino que también lo vuelven involuntario. Las personas “se enamoran”. Pierden la cabeza por amor. No pueden evitarlo. Enloquecen por amor. Una canción lamenta: "Estoy enganchado en una sensación”; mientras otra confiesa: “Creo que estoy volviéndome loco”.
Podría parecer un sentimiento romántico bonito caracterizar al amor como una pasión incontrolable, pero al pensar cuidadosamente al respecto, nos damos cuenta de que tal "amor" es tanto egoísta como irracional. Está lejos del concepto bíblico del amor. Según la Biblia, el amor no es una sensación impotente de deseo. Al contrario, es un acto voluntario de entrega personal. Quien ama de forma auténtica está deliberadamente entregado al ser amado. El amor verdadero surge de la voluntad, no de la emoción ciega. Por ejemplo, consideremos esta descripción del amor de la pluma del apóstol Pablo:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).
Esa clase de amor no puede ser una emoción que oscila involuntariamente. No se trata de un simple sentimiento. Todos los atributos del amor que Pablo enumera incluyen la mente y la voluntad. Es decir, el amor que él describe es un compromiso serio y voluntario. Además, observemos que el amor verdadero "no busca lo suyo". Eso significa que, si realmente amo, no me preocupo por cumplir mis deseos, sino por buscar lo mejor para quien es el objeto de mi amor.
Por esta razón, la marca del verdadero amor no es deseo desenfrenado o pasión irracional; es una entrega personal. Jesús mismo subrayó esto cuando declaró a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (John 15:13). Si amar es una entrega de uno mismo, entonces el mayor despliegue de amor consiste en ofrecer su propia vida. Y por supuesto, tal amor fue perfectamente modelado por Cristo.
(Adaptado de De Tal Manera Amó Dios...)