Es importante comprender el contexto de la primera epístola de Juan. El apóstol está escribiendo sobre la seguridad de la salvación y esboza varias pruebas prácticas y doctrinales que demuestran o desaprueban la autenticidad de la salvación de alguien.
Juan escribe para ayudar a los creyentes que tienen dificultad en adquirir seguridad. Eso es lo que expresa en 1 Juan 5:13: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.
Pero al mismo tiempo, Juan tiene un propósito secundario que es destruir la falsa seguridad de quienes podrían profesar fe en Cristo sin conocerlo realmente. Por tanto, escribe cosas tales como: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1:6). “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (2:4). Y: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (v. 9).
Aquí, Juan hace que el amor piadoso sea una especie de prueba definitiva para el verdadero cristiano: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (4:8). Con relación a tal declaración, Martyn Lloyd-Jones observó:
“Juan no pone esto como tan solo una exhortación. Lo pone en tal manera que se vuelve un asunto sumamente serio, y yo me estremezco cuando proclamo esta doctrina. Existen personas que no son amorosas, son poco amables, siempre critican, chismean, murmuran y contentos cuando oyen algo en contra de otro cristiano. Oh, mi corazón se aflige y sangra cuando pienso en ellos; están pronunciando y proclamando que no son nacidos de Dios. Están fuera de la vida de Dios; y repito, no hay esperanza para tales individuos a menos que se arrepientan y se vuelvan a Él”[1]D. Martyn Lloyd-Jones, The Love of God (Wheaton: Crossway, 1994), p. 45.
Tristemente, la mayoría de nosotros hemos conocido cristianos profesantes cuyos corazones parecen privados de cualquier amor auténtico. La amonestación del apóstol Juan es un recordatorio solemne de que una simple pretensión de fe en Cristo es inútil. La fe auténtica se mostrará inevitablemente por medio del amor. Después de todo, la fe verdadera obra a través del amor (Gá. 5:6).
Esta clase de amor dado por Dios no se finge fácilmente. Demos un vistazo a todo lo que comprende: amor por Dios mismo (1 Co. 16:22); amor por los hermanos (1 Jn. 3:14); amor por la verdad y la justicia (Ro. 6:17-18); amor por la Palabra de Dios (Sal. 1:2); ¡e incluso amor por los enemigos! (Mt. 5:44). Tal amor es contrario a la naturaleza humana. Es la antítesis a nuestro egoísmo natural. El solo pensamiento de amar tales cosas es odioso para el corazón pecador.
Más adelante en este mismo capítulo, el apóstol escribe: "Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1 Jn. 4:16), haciendo de nuevo del amor divino la característica de la fe genuina.
Martyn Lloyd-Jones enumeró diez maneras simples y prácticas de saber si permanecemos en amor [2]Ibid., pp. 150-53. Las he parafraseado aquí y les he añadido referencias bíblicas para subrayar cada punto:
- ¿Ha desaparecido la sensación de que Dios está contra mí? (Ro. 5:1; 8:31).
- ¿Ha disminuido el temor cobarde de Dios y ha aumentado el temor piadoso? (cp. 1 Jn. 4:18; He. 12:28).
- ¿Siento el amor de Dios por mí? (1 Jn. 4:16).
- ¿Sé que mis pecados han sido perdonados? (Ro. 4:7-8).
- ¿Tengo un sentido de gratitud hacia Dios? (Col. 2:6-7).
- ¿Tengo un odio creciente por el pecado? (Ro. 7:15-16).
- ¿Deseo agradar a Dios y vivir en santidad? (Jn. 14:21; 1 Jn. 2:5-6).
- ¿Hay un deseo de conocer mejor a Dios y acercarme a Él? (Fil. 3:10).
- ¿Hay un reconocimiento consciente de que mi amor por Él es menor de lo que debería ser? (Fil. 1:9-10).
- ¿Hay una sensación de deleite al oír acerca de Dios y de las cosas de Dios? (Sal. 1:1-2).
Supongamos que fallamos en esas pruebas. ¿Cómo podemos conocer el amor de Dios? En palabras de Lloyd-Jones: “No es necesario volvernos místicos, no debemos tratar de generar sentimientos; solo debemos hacer una cosa: mirar a Dios, vernos y ver nuestro pecado, y ver a Cristo como nuestro Salvador”[3]Ibid., pp. 153-54.
(Adaptado de De Tal Manera Amó Dios...)